Los camposantos comenzaron a recuperar la normalidad ayer, en el primer día de la nueva normalidad, en un reencuentro que muchos familiares vivieron con la intensidad de cuando se celebró el entierro, o con la emoción del hermano, caso de Eloy, que acudió al cementerio de Candelaria, para verificar si ya se había culminado la instalación de la lápida. Su hermana, Mónica, de 49 años, falleció en pleno confinamiento. Aquejada de un cáncer, ingresó en el Hospital Universitario de Canarias, donde se produjo el fatal desenlace en pleno confinamiento, por lo que la familia fue víctima de las estrictas medidas sanitarias. Desde el centro sanitario los avisaron de la triste noticia que ponía fin a más de un año y medio de lucha contra la enfermedad. En los días previos su madre solo se pudo despedir de su hija por teléfono, y los hermanos sí pudieron acompañarla. Una vez comunicado el fallecimiento, solo acudieron al traslado desde el HUC al cementerio de Candelaria, donde solo pudieron acudir tres familiares, el cura y el sepulturero.

Ayer, en el primer día de la reapertura de los camposantos de la Villa Mariana, Eloy acudió para verificar si ya estaba instalada la lápida y se encontró aún con la gélida plancha de corcho blanco. Era la primera vez, después del entierro, que acudía a ver a su hermana; justo el mismo día de la reapertura del confinamiento y con el doble desconsuelo por el fallecimiento y cómo fue el entierro.

Durante estos más de dos meses en los que han permanecido los cementerios, Joaquín Hernández, y el otro sepulturero de Candelaria, han sido los únicos familiares de cuantos están enterrados tanto en la Villa Candelaria, Igueste y Barranco Hondo. Ellos se han encargado de limpiar todas las conchas y floreros de los enterramientos para que los camposantos estuvieran limpios y listos para volver a ser enramados desde ayer mismo. Hoy, segundo día de reapertura -que coincide con el sábado-, se prevé más presencia de familiares, que se regirán por las estrictas medidas de seguridad y distanciamiento social.

Joaquín Hernández a comienzo del siglo XX el asfalto que extendía en las carreteras por el luto que se impone en los enterramientos: en 2002 se incorporó en la Concejalía de Obras y Servicios del Ayuntamiento de Candelaria y unos años después quedó vacante la plaza de sepulturero por la jubilación de su titular. Y desde entonces, hace unos quince años, ha enterrado a centenares de vecinos de la Villa Mariana. Todavía hoy recuerda uno de los casos más dolorosos, cuando tuvo que preparar el féretro de un niño que falleció en la piscina de sus abuelos. El paso de los años no ha acabado por convertir en rutina su labor, especialmente si son menores de edad, familiares o conocidos.

En los más de dos meses de confinamiento, Joaquín Hernández explica que han sido enterradas en los tres cementerios de Candelaria más de una quincena de vecinos; de ellos, solo uno por COVID-19, lo que motivó que se activara el protocolo sanitario fijado para estos casos.

"La propia funeraria, con el informe médico, comunicó las medidas de seguridad que se tenían que activar por el motivo de desenlace del fallecido", cuenta Joaquín. "Ellos se encargaron de sellar el féretro, lo comunicaron al Ayuntamiento y el concejal responsable del servicio, Paco Pinto, me proporcionó todos los medios. En colaboración de la funeraria se fijó el horario del enterramiento; yo me puse el mono de trabajo especial que se precisa para estos caso, al igual que los funerarios. Juntos procedimos al traslado del féretro hasta el lugar del enterramiento en presencia de un reducido grupo de familiares a los que se les ha pedido que se mantengan a distancia y con mascarilla", añade.

Joaquín Hernández, que celebró en confinamiento su 48 cumpleaños el pasado 11 de mayo pero que ha seguido trabajando durante este tiempo por voluntad propia, cuenta que él "no tiene corazón para dejar fuera del cementerio a dos hermanos que quieren despedir a su madre porque la normativa solo permitía que se reunieran tres personas en el momento del enterramiento junto a los dos trabajadores del cementerios y el sacerdote".

A sabiendas de su situación de riesgo, por ser hipertenso y tener alguna dolencia hepática, Joaqui -como lo llaman familiarmente- pidió continuar trabajando durante este tiempo porque sentía que "el techo de la casa se le venía encima y no sirvo para estar parado". Con esos condicionantes, y con las estrictas medidas de seguridad personal, ha seguido trabajando este tiempo: no solo limpiando las lápidas, sino también preparando los enterramientos y colaborando con las empresas encargadas de poner los mármoles. "Hasta me llamaban al teléfono personal para avisar que ya tienen previstas las lápidas para proceder a su instalación, y yo quedaba con ellos y venía para su instalación, por si estaba en otro de los tres cementerios". Jorge habla con respeto, con el deseo de hacer más fácil en siempre duro momento del adiós de un ser querido, máxime en este confinamiento que hasta ayer hasta prohibía enramar.

Más allá del día del enterramiento, limitado oficialmente a tres familiares, hasta ayer no se permitía el acceso a los camposantos. Una visita al de Candelaria permite descubrir floreros con forma de conchas que ni se han estrenado por la imposibilidad de enramar durante los más de dos meses que ha durado el confinamiento.