Minutos antes de la seis de la mañana ya había runners aguardando la señal de salida en el pasillo o el zaguán de su casa. Entre la imagen de los dos agentes de la Policía Local de Santa Cruz que advertían a un corredor del inicio del confinamiento en la avenida de Anaga y la legión de deportistas en posición para recuperar las calles habían pasado 49 días.

Aunque popularmente muchos santacruceros la bautizaran como la ruta del colesterol, las ganas por volver a un escenario urbano que transmite energías positivas eran enormes. Muchos no tardaron en identificar a las unidades policiales camufladas que daban vueltas en círculo a la espera de toparse con alguien que se bajara de un turismo para comenzar su entrenamiento. "¿Usted sabe que no puede venir en coche?", pregunta en varias ocasiones una funcionaria uniformada que ocupaba un Ford Fiesta blanco sin distintivos.

Lo primero que hay que contar es que muchos notaron el paréntesis abierto con motivo de la aplicación del estado de alarma. "Estoy muerta", confiesa Isabel ajena al color rosáceo que desprende su cara. "Solo llevo un par de kilómetros y no puedo más, pero no me voy a parar hasta las diez", precisa cuando aún faltaban más de tres cuartos de hora para que el reloj del Cabildo certificara el final de la primera sesión de un periodo que ya una gran mayoría reconoce como la nueva normalidad.

Entre tanto runner -en ocasiones no fue nada fácil mantener la distancia de seguridad- aparecieron camisetas de carreras que el coronavirus ha enviado al limbo -Transvulcania, Binter_Night Run o Tenerife Bluetrail- a la espera de encontrar una nueva fecha en el calendario: en el caso de la competición palmera volverá en octubre.

"Necesitaba salir ya"

Pocas veces a las ocho de la mañana se da una concentración tan alta de deportistas en la avenida de Anaga -la imagen que ofrecía a esa misma hora el Camino de las Peras de La Laguna era igual de saturada-, pero a caballo regalado, no le mires el dentado. "Yo correr poco, pero necesitaba salir ya. Igual, me animo y sigo en esto", asegura Manuel, dando un paso al costado para evitar que un ciclista que iba en dirección a San Andrés no se lo lleve por delante.

El caso de Marisol no tiene nada que ver con el de Manuel. Le faltaban 300 metros para acabar el entrenamiento -lleva 12 años practicando running- cuando reduce el ritmo para atender nuestra petición. "Ya estaba desesperada, a las siete salí a la calle para empezar a correr", precisa unos segundos antes de preguntar dónde podía ver la foto que le acaban de sacar... La sonrisa que dibuja en su cara refleja la felicidad del que acaba de recuperar algo vital en su vida.

Doscientos metros más allá, un hombre inicia una tabla de estiramientos. No viene solo a correr. Su tono físico no se ha resentido en el confinamiento, pero él busca algo más. "En una azotea y un piso de 40 metros cuadrados es difícil no perder algo la forma, aunque la vamos a recuperar con sesiones dobles (ríe). En su retorno a la avenida de Anaga piensa completar un entrenamiento de fitness. Al principio costará un poco, pero la sensación de recuperar cierta normalidad es una ayuda... Además de runners, decenas de ciclistas y patinadoras han decidido hacer algo de ejercicio antes de desayunar.

La llegada de una docena de policías locales -seis motocicletas y tres coches- es la señal inequívoca de que todo está a punto de terminar. La mayoría de los corredores ya se han difuminado entre las calles que lindan con la Alameda del Duque de Santa Elena, aunque los más remolones reciben un primer aviso. "No ha habido incidencias", subraya un motorista de la Policía Local mientras se ajusta el casco. "A la gente le das un poco de aire y vuela", sentencia antes de meter el cambio de su motocicleta.

En un rato el protagonismo será para los mayores, que por primera vez desde que comenzó la cuarentena pueden pasear sin tener que decir a nadie que van a comprar el pan o en busca de un medicamento a la farmacia de la esquina.

Y poco a poco las calles fueron tomando otra imagen diferente, aunque la transición tuvo sus más y sus menos.... A diez minutos para la hora límite, la afluencia de deportistas en el célebre Camino Largo, en La Laguna, continúa siendo elevada, inusual para cualquier día del año. A más de uno le cuesta irse después de semanas esperando por este momento, más si cabe con un día radiante. La confluencia de los que se ejercitan, los que sacan a pasear al perro y los que van a comprar el pan permite en las calles del casco histórico lagunero una vida desconocida desde hacía un mes y medio.

"¡Te dejo, te dejo, que no llego a las diez a mi casa!", se despide apresuradamente un ciclista en la Catedral. Las 10:15 es el momento en que, entonces sí, se percibe nuevamente la quietud. Carlos Borges, de 72 años, pasea después de unas semanas en las que, cuenta, apenas ha abandonado su domicilio en el barrio de San Benito. "Creo que he salido tres veces a la farmacia y dos al supermercado durante todo este tiempo", expone sobre sus vivencias durante el confinamiento. "Gracias a esas ocasiones en que salí, no tengo la sensación de que haya estado encerrado, pero es verdad que recorrer la calle así, normal, aunque sea con la mascarilla es distinto", señala. "Mi intención es no ir demasiado lejos; tampoco es que tenga yo las piernas para grandes caminatas", bromea.

Pasa un coche de la Policía Local y el centro histórico se despeja un poco más. Se palpa el miedo a tener que estar dando explicaciones o a una multa. Milagros tiene 76 años y avanza por Juan de Vera acompañada de una sobrina. "Tenía ya ganas de dar un paseo y, sobre todo, de salir de las cuatro paredes de mi casa", comenta. En su caso, sus hijos y sobrinos le han estado haciendo la compra y otras gestiones; no en vano, solo salió en una ocasión al cajero. "Estaba acostumbrada cada día a caminar un poco por los alrededores del centro de La Laguna y la verdad es que se me ha hecho extraño estar tanto tiempo metida en mi piso", manifiesta esta otra transeúnte, profesora jubilada.

Poco después -ya bastante fuera de hora, arriesgándose a la sanción- atraviesa la zona de la Catedral un corredor que parece salido de uno de esos memes que en los últimos días han inundado WhatsApp sobre los que aprovecharían esta fase inicial de la desescalada para hacer deporte aunque hiciese años o décadas que no se calzaban unas zapatillas. Lo delatan los tenis casual y pantalones de chándal largos, y despejan cualquier atisbo de duda unas pisadas que resuenan en toda la plaza.

Alberto tiene 65 años y, aunque no se encuentra dentro del grupo de edad que puede pasear entre las 10:00 y las 12:00, recorre la ciudad antigua porque necesitaba adquirir algunos productos para el fin de semana. "Yo no creo ni que salga de paseo; en mi casa tengo una pequeña huerta-jardín y en ella, y haciendo otras cosas que tenía pendientes, he pasado el tiempo", apunta. "Y sinceramente no he estado mal", añade. Embutidos, carne, unos panes, algo de fruta y algunos otros alimentos completan la cesta de la compra de este vecino, ataviado con la correspondiente mascarilla.

Confinamiento total

"Es la primera vez que salgo de mi casa; no había ido ni a comprar", explica Juan Casanova, de la zona de San Honorato, que ha recibido el apoyo de sus hijos durante estas semanas. ¿Y cómo ha encontrado la ciudad después de tanto tiempo sin poder recorrerla? "Vacía, aunque me imaginaba que podía estar así por lo que había visto en la televisión", expresa. Aunque él optó por salir a dar un paseo, destaca que conoce a gente que en la actual situación prefiere no abandonar sus domicilios debido al miedo a sufrir un contagio por coronavirus. Candelaria Rodríguez también ha pasado unos días de confinamiento total. "Mis hijos me llevaban la comida porque no querían que fuese al supermercado, y los he visto desde mi casa y ellos en la calle", detalla sobre esta etapa de encierro, y agrega que cada día salía a un patio con el que cuenta en su vivienda para que le diese un poco el sol.

Jalil sonríe al ver que le están sacando un foto, le cuenta algo al corredor que va a su lado y tiene un gesto de complicidad con el compañero que acaba de inmortalizar una secuencia del primer entrenamiento después de "cuarenta y pico días de encierro", señala Mahayud, un corredor invidente que se ejercitaba ayer por la mañana en el Camino de las Peras de La Laguna, cuando las pulsaciones bajan. Por aquello de no poder pararse a hablar con nosotros, nos facilita el número de su móvil para mantener una conversación mucho más sosegada.

Un ejemplo de superación

Mahayud, un grancanario que se acaba de graduar en Psicología por la Universidad de La Laguna, descuelga al sexto tono. "¡Hola!", responde con una amabilidad que esconde cierta sorpresa. "Yo soy más de nadar -que es una práctica deportiva que se puede realizar, pero no darse un baño o tomar el sol en la playa-, o del Blindfutsal, ¿sabe lo que es?", pregunta al tiempo que explica que es una modalidad de fútbol adaptada para ciegos.

Mahayud perdió la visión definitivamente a los 20 años, aunque antes de que ocurriera ya era consciente de que sus ojos estaban limitados por un glaucoma que heredó de su padre. Hijo de un matrimonio saharaui, se ha criado como un canario más. Primero, durante la formación preuniversitaria en Las Palmas de Gran_Canaria y más recientemente en La Laguna. "Estoy a la espera de poder viajar para irme a Granada", desvela sobre sus planes a corto plazo... Jalil, su hermano mayor, es integrador social en un centro especializado. Ayer, los dos iban unidos a una cuerda en el momento que nació esta historia. "No es difícil... Solo hace falta un poco de sincronía; confiar en los movimientos que va a hacer la otra persona porque al final es como si corrieras solo", aclara en referencia a la modalidad paraolímpica. "Tengo la sensación de haber recuperado mi libertad de golpe", añade en un instante de la conversación en la que le pedimos que describa las sensaciones. "Sentir el aire y el sol en la cara es algo que ya echaba de menos... No es lo mismo estar aquí, que hacer algo de ejercicio en casa", replica Mahayud.

El último paseo del día

Con los aplausos resonando entre la arboleda del García Sanabria las sensaciones son distintas a las de cualquier otro arranque del mes de mayo. No hay casetas, ni música y, por supuesto, tampoco están Gorgorito, Rosalinda y la Bruja Ciriaca, las marionetas que tanta algarabía generan a partir de las historias que cuentan los hijos de Maese Villarejo y Pepita Quintero. El Covid-19 también arrasó con el calendario de fiestas. Javier echa de menos esa atmósfera de explosión primaveral, pero ayer revivió con un paseo de algo más de una hora. "Yo salía, pero mirando a todos lados por si me preguntaban el motivo por el que estaba en la calle. Este ratito se disfruta más porque nadie vendrá a molestar", cuenta sin obviar un chascarrillo que tal y como están las cosas vale su precio en oro. "Cuando murió Hugo tenía que haber comprado otro... Si hubiera tenido un perro pasaría más tiempo en la calle, pero la cosa parece que se va arreglando", remarca sin estar demasiado convencido de la frase. Javier es un extrabajador de la banca que vaticina días difíciles para la ciudadanía.

Elena y Juan disfrutan el primer día de paseo con la intensidad de los que saben que han recuperado algo que no habían valorado en su justa medida: "Cuando nos quitaron la posibilidad de hacerlo nos dimos cuenta de que faltaba algo en nuestras vidas", describen sin poder ser felices al cien por cien. "Eso hoy (por ayer) no lo vamos a conseguir; lo postergamos hasta el día en el que podamos sentarnos en una terraza a disfrutar de un par de cervezas".

Poco a poco, el García Sanabria se vacía para volver a caer en un confinamiento temporal que hoy, si no hay contraorden, se romperá con una jornada dominical especial: 3 de mayo en Santa Cruz de Tenerife, aunque sin el reguero de cruces habitual en esta fecha. Y es que no es necesario que les escriba que el mundo está cambiando. Por cierto, las autoridades sanitarias recomiendan dosificar esfuerzo los primeros días, pero ayer hubo runners que hicieron doble sesión. ¡Hay ganas de pisar la calle!