Si la situación actual hubiera que medirla por el tráfico rodado en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, el estado de alarma quedaría en poco más que una anécdota. Solo que cuando se abandonan las instalaciones portuarias y se transita por las vías habituales, la realidad es distinta. El interior del muelle de la capital tinerfeña, aunque con algo menos de actividad que en épocas normales, mantiene estos días de confinamiento el pulso que se ha ralentizado en la ciudad. En este caso, el puerto no para mientras la ciudad descansa.

EL DÍA recorrió ayer las instalaciones portuarias para contraponer el movimiento en esta zona con la calma que reina ahora en los barrios del litoral, casi todos con una vinculación estrecha al puerto. A primera hora de la mañana el ir y venir de camiones por la vía interior del puerto era continua. Casi todos, vehículos de gran tonelaje. Y eso que, según aclara el director de Boluda Terminal Marítima de Tenerife, José Gregorio Álvarez, en lo que va de semana la actividad portuaria ha descendido en torno a un 40%, con respecto a las dos semanas anteriores. "Y, probablemente, la próxima semana será peor", añade.

La reducción obedece, como es obvio, a la paralización de otros sectores productivos como consecuencia del decreto del estado de alarma impuesto por el Gobierno de España para frenar el avance del coronavirus. "Todo lo que esté despachado se entrega, pero lo que está claro es que todas las empresas que están cerradas no reciben mercancía", concreta. Álvarez detalla que el movimiento que se produce estos días es, principalmente, de alimentación y de productos de primera necesidad. Entre estos últimos cita el plástico, que, por ejemplo, se utiliza para fabricar las botellas de agua.

Barcos de cabotaje

Eso sí, aunque el movimiento de contenedores ha descendido, los barcos de cabotaje que vienen desde la Península siguen llegando al puerto de Santa Cruz. Entre lunes y martes han sido cinco. "Los barcos son los mismos, pero con menos carga", explica el director de Boluda Terminal Marítima. Tampoco ha bajado la guardia en cuanto a la puesta en marcha de medidas de seguridad. Ayer, la Autoridad Portuaria de la provincia informó de que está usando ozono para desinfectar sus vehículos de servicios esenciales.

Y mientras esto ocurre en el puerto, apenas unos kilómetros más allá, en San Andrés, reina la calma. Una pancarta colgada en el balcón de una casa de la avenida llama a resistir: "Ánimo. Unidos nos levantaremos", es el primer mensaje que se encuentra el que avance por la avenida, en la que solo permanece abierta la farmacia. El resto de establecimientos, la mayoría restaurantes y cafeterías, permanece cerrado.

Desde los balcones, la gente tiene ahora una imagen atípica: frente a la costa de Las Teresitas están fondeados desde hace días varios cruceros y otros barcos. El ruido que llega al pueblo desde ellos, según la dirección del viento, y el graznido de las gaviotas es lo único que rompe el silencio. De hecho, aprovechando el cierre total de la playa, las aves se han "adueñado" de la arena.

En la calles del pueblo, la actividad se centra, como en otros lugares, en el entorno de los pocos comercios que aún permanecen abiertos. Pocos son los que aún se atreven a usar el transporte público para hacer sus compras fuera de San Andrés. A las 11:00 horas, por ejemplo, la línea 910 partió hacia el centro con un solo pasajero. "Esto es todo el día así, máxime cuando hay algunos días que han montado controles la Policía Local en la entrada del pueblo", relata Gabriel Rodríguez, vicepresidente de la asociación de vecinos El Pescador. Ayer no hubo dispositivo de tráfico, pero un vehículo policial hizo una ronda por el pueblo.

Hacia el resto de barrios

Y la imagen no cambia mucho cuando se avanza hacia el resto de barrios: Cueva Bermeja, María Jiménez y Valleseco. Gente paseando mascotas, haciendo cola en las farmacias o esperando para comprar alimentos es la estampa de cada día. Solo los camiones de los distintos servicios municipales, con sus operarios, rompen, en ocasiones, la calma de muchas calles. "Es lo que nos ha tocado vivir", enfatiza un vecino de María Jiménez, mientras espera para entrar a comprar al supermercado. Un día más.