En 2018, la Organización Mundial de la Salud alertó del próximo advenimiento de la enfermedad X, una patología causada por un virus todavía no identificado que podría provocar la siguiente gran epidemia. ¿Era esta una premonición? "La comunidad científica lleva tiempo alertando de que algo así podía ocurrir. Solo faltaba saber cuándo y dónde. Y en el mercado de marisco de Wuhan se ha producido la tormenta perfecta. Una gran acumulación de animales vivos y muertos, domésticos y salvajes, en medio de muchas personas y con medidas higiénicas nada estrictas. Ahí ha ocurrido lo que todos sabíamos que podía pasar: un intercambio de material genético ha facilitado que un patógeno hasta ahora desconocido, el SARS-CoV-2, pudiera saltar al humano y transmitirse de una persona a otra", explica Adelaida Sarukhan, experta en virus emergentes y redactora científica en ISGlobal.

La conclusión de los informes científicos sobre las enfermedades del futuro no apuntan a una alerta sobre el riesgo de un patógeno concreto, sino que lanzan un mensaje de precaución global. Hay que estar preparados ante el eventual brote de una enfermedad. Porque, solo por estadística, se sabe que antes o después ocurriría. Hace ya años que los diferentes paneles de expertos, tanto del GHRF como de la OMS, instan a reforzar la investigación científica sobre estos microorganismos. Consolidar los sistemas sanitarios. Preparar un colchón económico para una eventual crisis sanitaria global. Porque, de no ser así, el coste global de lidiar con una pandemia durante un año podría ascender a más de 40.000 millones de euros. A veces, las peores predicciones se cumplen. Ya lo advertía el último Índice Global de Seguridad de Salud, en el que se destacaba que la preparación internacional ante una eventual pandemia era muy débil, y así lo ha corroborado la realidad.

Las redes de vigilancia epidemiológica internacionales llevaban años vigilando el virus H5N1, una cepa de gripe aviar altamente patógena que, hasta ahora, era la favorita en todas las quinielas para la siguiente pandemia global. Imposible de predecir que el SARS-CoV-2 se le iba a adelantar. Pero un microorganismo por sí solo no puede desencadenar una pandemia. Para que esto pase, los expertos remarcan que tienen que ocurrir una serie de catastróficas desdichas. Es una cuestión de azar que empieza con un virus, un microorganismo que técnicamente no está ni vivo ni muerto, y acaba con gran parte de la humanidad confinada. Entre medias, una historia de mutaciones, saltos entre especies, selección natural y éxito evolutivo. "Para que un virus salte de un animal a una persona y esta primera infección acabe desencadenando una pandemia, como ha ocurrido con el coronavirus, tienen que alinearse los astros en el peor de los sentidos", explica Joaquim Segalés, investigador del IRTA-CReSA y profesor de la UAB.

La serie de catastróficas desdichas es la siguiente. El SARS-CoV-2 (o un virus muy similar) tuvo que estar lo suficientemente extendido entre los murciélagos (hipótesis más probable del origen del virus, aunque no del todo confirmado) para que prosperara. Luego, por cosas de la vida, desarrolló unas mutaciones que le permitieron adaptarse a otro animal (que, hoy por hoy, no sabemos con certeza cuál fue, aunque las sospechas se centren en los pangolines). Es probable que en todo este proceso estuviera años deambulando tranquilamente por la naturaleza sin causar problemas a los animales y sin que nadie se percatara. Hasta que un humano (conocido en esta historia como el paciente 0) tuvo la mala suerte de entrar en contacto con un espécimen infectado. Y ahí se produjo la temida zoonosis; la transmisión de una enfermedad de un animal a un ser humano, proceso que actualmente genera el 70% de las enfermedades emergentes. "Si solo ese animal hubiera tenido menos carga vírica, o si la primera persona que contrajo el virus hubiera tenido un sistema inmune más robusto, o no hubiera tenido contacto con otras personas en un determinado periodo... puede que el primer contagio nunca hubiera ocurrido", argumenta.