El #quédate en casa está funcionando en el área metropolitana de Tenerife. Salvo algún que otro "indisciplinado", los ciudadanos se han tomando al pie de la letra el llamamiento para contener el avance del coronavirus. Siempre existen los que prefieren ir por libre -y luego exhiben sus heroicidades en las redes sociales-, pero en la primera noche que se aplicó el estado de alerta las calles de Santa Cruz y La Laguna se quedaron desiertas.

Confinados. No fue necesario establecer un toque de queda para ver las vías sin vehículos. En la avenida de Anaga, por ejemplo, la luminosidad de los cruceros atracados en distintas posiciones del muelle contrastaba con un silencio sinónimo del mensaje que se podía leer en uno de los letreros que envían señales a los conductores: "Coronavirus evite viajes". Sobre una acera una pareja se escuda en el enésimo paseo de su mascota para meter un poco de aire limpio en sus pulmones.

Aplausos y a la cama. Aunque los más pequeños de la casa pudieron participar de los homenajes que se están brindando a los profesionales que continúan en la "trinchera" sanitaria dos horas antes, a las 21:00 horas el único ruido que se escucha son las palmas solidarias que sobrevuelan nuestras cabezas. Por no haber, no hay ni presencia de efectivos policiales.

Soledad en la TF-5. Pocas veces se puede ver la autopista TF-5 con tan poco tráfico antes de que el reloj marque las 22:00 horas. Esa soledad se sitúa en el extremo opuesto al colapso que, un día día y al otra casi también, experimentan los usuarios cuando regresan a sus hogares tras la jornada laboral. Entre el puente de la piscina municipal de Santa Cruz y la Cruz de Piedra de La Laguna no contabilizamos más de 30 vehículos en sentido ascendente.

Un Aguere enmudecido. En la Ciudad de los Adelantados el panorama no es demasiado mejor que en la capital. Ni coches, ni peatones. Solo cuando atravesamos la avenida de La Trinidad se percibe algo de movimiento. Solo en el perímetro de Los Rodeos la actividad se acelera en torno a los taxistas que esperan la llegada de los últimos clientes. Ellos, quizás, son su última bala económica.