"Que todo esto sea expresión de alegría interior. El Señor nos quiere contentos, alegres, no bullagueros, sino con la alegría del gozo de vivir bien con Dios y con todo el mundo. Por eso la alegría es un signo cristiano. Los cristianos deberíamos estar siempre contentos: la risa es muy breve, pero la alegría es la que hace siempre felices a los hombres y a las mujeres; una paz interior, estar con bien Dios, con todo el mundo y perdonar a quien me hace algo. Hacer todo el bien que pueda hacer yo. Pasar por la vida haciendo el bien". Este es el deseo que hizo a viva voz el obispo emérito de Tenerife Damián Iguacen Borau en la fiesta de su 104 cumpleaños que le organizaron las Hermanitas de los Ancianos Desamparados que lo atienden en el Hogar Saturnino López Nova, en Huesca, donde reside en la actualidad, con la caridad que las religiosas se entregan a diario a los 170 residentes de ese centro. Hasta allí se trasladó el actual obispo de la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna, Bernardo Álvarez, que ha compartido estos días con Damián Iguacen, quien precisamente designó al entonces sacerdote palmero -actual obispo- como secretario de la Asamblea Diocesana.

Monseñor Iguacen Borau -el obispo decano de España y uno de los más longevos del mundo-, nació en Fuencalderas (Zaragoza) el 12 de febrero de 1916. Único hijo varón de tres hermanos, cursó sus estudios eclesiásticos en el Seminario Conciliar de la Santa Cruz, de Huesca, para ser ordenado presbítero el 7 de junio de 1941. Damián Iguacen Borau es un ejemplo de vida fecunda y extensa, como reconoce el periodista y sacerdote Juan Antonio Gracia Gimeno en un artículo publicado el pasado miércoles en el Heraldo de Aragón, que recuerda que el obispo emérito de Tenerife conmemorará el 12 de octubre las bodas de oro de su ordenación episcopal.

Gracia Gimeno presenta a Damián Iguacen como ejemplo de "expresión de alegría interior". En sus casi 80 años como sacerdote, prestó su servicio pastoral como profesión del Seminario, en parroquias y en la Basílica de San Lorenzo, de donde fue canónigo y administrador apostólico de la sede vacante, para luego ser designado obispo de Barbastro y más tarde de Teruel-Albarracín, donde fue pionero de la defensa y la reivindicación de los derechos de los habitantes de la España vaciada. Destaca el periodista y sacerdote Gracia Gimeno que don Damián "es un obispo sencillo hasta el excelso y humilde hasta la exageración, enamorado de la Iglesia, apasionado del arte, ilustrado, lector, escritor infatigable y fiel al servicio permanente del evangelio".

El propio Damián Iguacen Borau, en una entrevista que realizó el humorista Juan Luis Calero para un especial promovido por la Diócesis Nivariense con motivo de la celebración del bicentenario que celebra en la actualidad la Iglesia nivariense, recuerda su paso por Tenerife entre 1984 y 1991, una época en la que tomó el testigo a Luis Franco Cascón. "Recuerdo con mucho cariño y mucho afecto esa época", cuenta Iguacen Borau. "No me ha quedado ningún detalle malo o negativo de aquella etapa. Hay cosas que me gustaron más que otras pero me aproveché de todo para darme, porque mi idea era darme a los demás. Tenía claro mi objetivo: aquí estoy para darme a los demás, si enfermo, pues enfermo, y si muero, pues muero... pero siempre dándome". Damián Iguacen confía en la entrevista a Juan Luis Calero que "me duele no haberlo hecho mejor". Cuando se le pregunta sobre los "herederos espirituales" que dejó en la Diócesis de Tenerife, el obispo emérito reconoce que "fueron años muy intensos". Cuando se le pide un mensaje, monseñor Iguacen no lo duda: "Que se entreguen a los demás, que su vida no sea una vida de egoísta y vivir yo sino para los demás; darnos. No hay amor más grande que dar la vida ya se esté soltero, casado, consagrado... Lo importante es dar la vida y no vivir para mí, sino para los demás", y esa ha sido su ilusión, admite.

Por su parte, el actual obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez -que se trasladó en los dos últimos días para compartir el 104 aniversario de Damián Iguacen-, elogia la entrega del prelado emérito. Y destaca su legado: "El Señor nos quiere contentos, alegres, con el gozo de vivir bien, con Dios y con todo el mundo", para destacar que "la alegría es un signo del cristiano".

Cercano, sin componendas

Bernardo Álvarez destaca la vida entregada de monseñor Iguacen Borau, que se jubiló con 75 años, siendo sustituido al frente de la Diócesis de Tenerife por Felipe Fernández. "Y continuó impartiendo charlas y ejercicios espirituales por toda España y también por América. Ha estado entregado al servicio al cien por cien, siempre muy cercano y muy lúcido, muy agudo y muy interpelante". De Damián Iguacen destaca la cercanía, y en particular que "no se andaba con componendas, sino que predicaba con la libertad del Evangelio". Gracias a su labor pastoral se puso en marcha la Asamblea Diocesana, en la que depositó su confianza en el párroco de Tazacorte, a quien trasladó a Tenerife y en la actualidad ostenta la cátedra de la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna. Bernardo Álvarez reconoce los lazos afectivos con Damián Iguacen, al igual que con el fallecido Felipe Fernández, dos personas decisivas en la vida de fe del prelado. También recuerda el decisivo impulso de Damián Iguacen al Instituto de Teología de la Diócesis, o la defensa e impronta que dejó al frente de la comisión nacional de Patrimonio de la Conferencia Episcopal Española, en la que se especializó y sobre la que realizó numerosos escritos; hasta un diccionario que se conserva como la biblia del patrimonio eclesiástico. El paso de los años la limitado su movilidad y las largas conversaciones, pero en su diálogo siempre reitera una palabra: "gracias", y "envía saludos para todos, hasta para los que no recuerda".

En el seno de la Iglesia Diocesana, casi treinta años después de su marcha -aunque continuó durante casi dos décadas vinculado con conferencias y charlas-, Damián Iguacen Borau representa la cercanía, la comprensión, el afán renovador en la Diócesis en un momento de cambio. Todavía hoy se recuerda los numerosos maños que lo acompañaron a la toma de la Diócesis de Tenerife, que se hicieron presenten con su pañuelo el día que entró como prelado y que evidenciaron el cariño y respeto del que gozaba en su diócesis anterior y que se granjeó en Tenerife desde 1984 a 1991. "Quiso integrar a todos los movimientos de la Iglesia en la Diócesis: religiosos, jóvenes, universitarios, movimientos diversos"... Con la convocatoria de la Asamblea Diocesana, en la antesala del Sínodo, la Iglesia de Tenerife vivió una primavera. "La visita persona no solo a las parroquias, sino a las comunidades y a los colegios fue algo constante que lo distinguió, y que se evidenciaba hasta en el vestir, con una sencilla sotana negra, sin muchos atributos episcopales en ese hombre pequeño de estatura e inmenso de corazón, amante de la proximidad", destacan feligreses de la Diócesis de Tenerife.

"Era habitual verlo en el mercado. Se fue a vivir a un pequeño piso en la calle Viana, en La Laguna, frente al Asilo de Ancianos. Fue contemporáneo de San Juan Pablo II y también coincidía en su predilección por los jóvenes", aseguran muchos de los que hoy recuerdan su trato cercano .