En la víspera de San Andrés, cada 29 de noviembre, las calles del Norte de Tenerife resuenan y se llenan de recuerdos colectivos e individuales. Las tradiciones del arrastre de las tablas y de salir a correr el cacharro, mezcladas con vino nuevo y castañas asadas, desafían al Black Friday y conectan a los pueblos norteños con su pasado más lúdico. Nadie diría que una vieja tabla o un cacharro pudieran atesorar tanto valor.

En Icod de los Vinos, La Guancha, San Juan de la Rambla o Garachico, el protagonismo es para el espectáculo del arrastre de las tablas. Una costumbre, la de lanzarse sobre una tabla de tea por las calles más empinadas, que se mama desde muy pequeño. No es difícil encontrar la foto de un bebé icodense subido en una tabla. Tampoco descubrir a jóvenes madres, como Bárbara León, enseñando a su hijo de tres años de qué va eso de arrastrarse en tabla.

Para un icodense, los días 29 y 30 de noviembre, los oficiales para el arrastre de las tablas, son fechas claves en el calendario anual.

Borja Lynch, vecino de Icod, detalla que "para un niño, el arrastre de las tablas convierte la calle en una feria de atracciones en las que ellos son, a la vez, usuarios y feriantes que manejan la intensidad de la atracción".

Los jóvenes, la mayoría ataviados con varias capas de ropa vieja, utilizan las calles El Plano, Hércules o Los Franceses para deslizarse sobre tablas de tea, como marca la tradición, o metacrilato o fibra, como marcan las ansias de ganar velocidad y asumir riesgos. La montaña de neumáticos es la que frena el impacto de los que no reducen la velocidad con ayuda de guantes, suelas y pretiles.

Pero el de ayer es un día que se disfruta de varias maneras. Por un lado están los protagonistas directos, los valientes que se arrastran con las tablas, y por otro, los espectadores, vecinos o visitantes que disfrutan del espectáculo mientras prueban vinos nuevos y castañas en los ventorrillos.

"Después de años arrastrándome en tabla, ahora prefiero verlo desde la barrera", subraya otro icodense sin ganas de jugársela.

El riesgo existe, la velocidad impacta, pero los incidentes no suelen ser demasiado graves en esta fiesta, al menos hasta el cierre de esta edición.

Los icodenses sacaron esta semana sus viejas tablas, en muchos casos hechas por sus padres o abuelos, y volvieron a conectar con su pasado. "Forma parte de nuestro ADN", explica David antes de emprender el enésimo regreso a lo más alto de El Plano.

La tradición de correr el cacharro, que vivió años de auténtico declive, se ha reactivado en el Valle de La Orotava y en Acentejo gracias, sobre todo, a la implicación de los centros educativos. En ambas comarcas se han organizado estos días talleres y concursos de cacharros, y ayer fueron muchos los colegios que animaron a sus alumnos a acudir al centro con unos cuantos objetos metálicos atados a una cuerda o verga para recrear una tradición cuyo origen se vincula al descorche de los vinos nuevos y también a la lucha contra las plagas de langosta que llegaban de África.

Los alumnos del colegio salesiano San Isidro, en La Orotava, salieron por la mañana a correr el cacharro por la plaza Franchy Alfaro. El CEIP Aguamansa, en las medianías, organizó una gran convivencia con los habitantes del barrio para correr el cacharro y disfrutar de castañas asadas en la Asociación de Vecinos Convivencia 21.

El entorno de la plaza del Charco, en el Puerto de la Cruz, es un referente para los corredores de cacharros desde hace décadas. Allí se reúnen sobre todo los más pequeños, que pueden dar largas carreras en un entorno seguro. En La Orotava, gracias a entidades como el Colectivo Cultural La Escalera, los cacharros siguen resonando por las calles, entre el tráfico, aunque ya sin arrastrar grandes neveras ni chasis de coches como en los años 70 y 80 del siglo XX.