La violencia, de cualquier tipo, no tiene justificación. Los celos, los gritos, el control de la forma de vestir, del móvil y de las amistades, el aislamiento o los insultos no se incluyen en la descripción del amor. El amor no duele. El amor respeta. La violencia contra las mujeres, en general, pero especialmente en el ámbito de la pareja, tiene sus raíces en siglos de dominación masculina. Desde todos los estamentos de la sociedad se lucha en la actualidad para erradicar patrones de comportamiento repetidos a lo largo de la historia. Y hay esperanza. Es posible que los maltratadores puedan rehabilitarse, siempre y cuando reconozcan que tienen un problema. _

Vergüenza. Esa es la primera reacción de un hombre tras admitir que ha maltratado a su mujer. "La vergüenza, si es bien entendida, puede llevar a la recuperación del agresor", asegura el jefe de Servicios de Programas de Prevención y Protección de Menores de la Dirección General de Protección a la Infancia y la Familia del Gobierno de Canarias, José Pereira, quien añade que "reconociendo la vergüenza el maltratador se da cuenta de que lo que ha hecho no es digno de un ser humano". Aún así, el hecho de que el agresor sienta vergüenza no quiere decir que se le comprenda, "si ha cometido un delito tiene que pagar por él", sostiene.

Según Pereira, "un agresor puede llegar a cambiar", por lo que la normativa recoge que también los hombres deben recibir apoyo psicológico. Durante el tratamiento los maltratadores trabajan la idea de machismo, su autoestima, sus creencias sobre las relaciones y sobre las mujeres. Se trata de terapias largas, que duran entre uno y dos años y, además, una vez finalizadas, se tienen que someter a un seguimiento para que los terapeutas valoren los acontecimientos a los que se van enfrentando, cómo resuelven las situaciones estresantes y cómo aplican las habilidades que han ido adquiriendo.

La terapia es imprescindible porque "el agresor ha perdido la dignidad como ser humano", advierte Pereira. Es importante que reciban tratamiento por parte de un especialista, hayan sido denunciados por sus parejas o no, porque "esos hombres seguirán en contacto con otras mujeres y con sus hijos".

"Entre el 70 y el 80% de los agresores puede tener resultados positivos tras una terapia", especialmente cuando se trata de hombres con un perfil dependiente y no psicopático. El primer paso para garantizar el éxito del tratamiento es que la persona que está en consulta reconozca sus acciones como un problema. Por esto, "los terapeutas también trabajan con quienes no ven el nada malo en su actitud, para convencerles de que realmente es un problema muy serio, para ellos, para sus familias y para la comunidad", explica.

Para evitar la violencia de género en los hogares se puede trabajar en la prevención a varios niveles. Por un lado, desde la escuela, donde es posible profundizar en la sensibilización sobre estos temas; y, por otro, una vez se ha llegado a materializar el maltrato, hay que centrar los esfuerzos en que no se vuelva a repetir la situación. "Los dos tipos de intervención son importantes para que la violencia no se perpetúe de generación en generación", advierte Pereira. Quien relata que ha atendido varios casos en los que el padre ha acudido a pedir ayuda tras notar que estaba entrando en una escala peligrosa de violencia y que estaba a punto de llegar a la violencia física. Años después, esos mismos hombres han llevado a la consulta a sus hijos, porque observaron en ellos las mismas conductas con sus novias.

Pereira apunta que el 54% de los hombres que maltrata han vivido en su infancia episodios de violencia, sobre ellos o sobre sus madres. En el caso de las mujeres que sufren agresiones, el 29% fue objeto de agresiones o abusos durante su infancia. En este sentido, "las personas, normalmente, son coherentes con el patrón cognitivo, de comportamiento y emocional que tienen en la cabeza", asegura Pereira. Quien advierte de que "el maltratador cree que su mujer es suya, que tiene derecho a gritarle o insultarla y, así, un día puede llegar a levantar la mano y la tensión puede aumentar hasta llegar a un acto violento". Según su particular patrón mental, los maltratadores se llegan a sentir víctimas, porque su pareja "le está desobedeciendo". Por eso, se suelen escudar en la frase "te lo he hecho porque tú...". Un acto violento "es fruto de la frustración por no conseguir lo que se quiere o lo que se considera un derecho", señala.

La violencia se va construyendo poco a poco dentro del seno familiar. El especialista explica que primero se genera una dependencia entre la pareja, creándose un vínculo de alta intensidad emocional. En segundo lugar, se vive un acontecimiento disruptor en el que el abusador se siente abandonado o rechazado y no se comunican los sentimiento, que se convierten en heridas y dan paso a la explosión de la rabia.

A continuación, comienzan los intercambios de coacciones y la ansiedad sube entre la pareja, sin que sean capaces de rebajarla. El violento juzga la situación como insostenible y no encuentra salida. En este punto, ciertas normas culturales afectan a la velocidad con la que se alcanza el clímax. Es entonces cuando surge la furia primitiva. El ataque se produce como consecuencia del juicio anterior y la conciencia del atacante se inunda de rabia, por lo que pasa al ataque sin restricción ninguna.

Durante el ataque, la víctima cesa en su comportamiento como forma de sobrevivir y no provoca más furia. Así, está enviando el mensaje de que la violencia funciona, ya que ha logrado detener aquello que molestaba al maltratador. Una vez se ha dado la agresión, el miedo se convierte en un integrante activo de la relación, en la medida de que el abusado adopta una postura de autoprotección. Por último, llega la fase de arrepentimiento. Tanto la víctima como el agresor están confusos y trastornados por lo sucedido. El agresor pide perdón y la víctima entiende que el arrepentimiento es honesto, por lo que supera sus sentimientos de miedo y de rabia y le da una oportunidad. "Desafortunadamente, esa sumisión no evita la aparición de nuevos episodios de violencia", concluye.

¿Cómo son los maltratadores?

Para el jefe de Servicios de Programas de Prevención y Protección de Menores de la Dirección General de Protección a la Infancia y la Familia del Gobierno de Canarias, José Pereira, hay dos tipos de agresores: el dependiente y el psicópata. El primer modelo es el más frecuente y se da entre el 60 y el 80% de los casos. Estos hombres se sienten fracasados en la vida y son incapaces de cambiar. Además, a este perfil suele sumarse el consumo abusivo del alcohol o de las drogas. Son celosos, posesivos, desconfiados y sienten una extrema dependencia del vínculo de pareja. Estos hombres suelen ser firmes candidatos al suicidio tras asesinar a su mujer. Por otro lado, los psicópatas -que se protagonizan entre el 20 y 30% de las agresiones- no quieren a nadie. Tienen un gran ego, son inteligentes, manipuladores, no sienten arrepentimiento y desconocen por completo lo que es el amor u otro tipo de sentimientos. Dentro de este perfil, se encuentran los psicópatas instrumentales, quienes poseen a su pareja porque ella obtiene ventajas económicas, sexuales o sociales y goza por los beneficios que ella le proporciona; y los posesivos, que poseen a su pareja porque cree ser su amo y se sienten omnipotentes.