Mundo el Capijo lo dice todo en Icod de los Vinos. Es un guía de excepción para el visitante que aspira a familiarizarse con las tablas, tradición de trescientos o cuatrocientos años de historia, según explica este icodense, que cuida hasta la terminología. Más allá de lo que parezcan las imágenes, en la Ciudad del Drago no se tiran por las calles sobre madera, sino que los incondicionales de la víspera de San Andrés, e incluso hoy los supervivientes de las agujetas y los molimientos, se arrastran por los adoquines. Y es que un habitual de las tablas no se tira, sino que se arrastra. Y los mayores del lugar hasta echan de menos cuando las calles no estaban adoquinadas -hoy están hechas con piedras talladas, parecen lamentarse-, sino reivindican cuando se tiraban por las vías empedradas. De piedra natural, precisan, poniendo el valor el riesgo. Lo mejor, dice Mundo, es que en sus casi 80 años nunca ha habido un accidente mortal.

Mundo el Capijo presume de sobrenombre, pues lo hereda de generaciones anteriores. Su abuela y una tía abuela eran costureras y confeccionaban unas capas que vestía con elegancia su tío, a quien los vecinos se refería como el Pijo, que derivó en el Capijo con el que se referían a su padre y ahora a él.

Paradojas de la vida, el Capijo fue trabajador de Telefónica, y hoy casi se disculpa con la imagen más propia de un "roquero" que se arrastra por las calles de Icod y disfruta con el olor a la madera de tea de su tabla. A sus casi 80 años y con el valor de arrastrarse cuesta abajo. ¡Tiene valor!

El mayor de siete hermanos, Mundo está "titulado" en el arte de las tablas, entre las que casi nació, pues es natural de la zona de San Antonio, al igual que su padre, si bien su madre era vecina de Buenavista del Norte hasta que contrajo matrimonio y se instaló en 1939 en Icod de los Vinos.

El Capijo expone la cultura de las tablas y la repercusión para su ciudad natal. "En los actos de Icod estaban los aserraderos, donde se cortaban maderas de pinos canarios que se talaban y se bajaban por la calle de San Antonio, Hércules hasta la playa de San Marcos, donde había astilleros que no solo hacían naves y barcos, sino de donde salía la madera de tea para las casonas para la gente pudiente. La tea es la madera más fuerte, viva, nunca muere", explica Mundo.

La evolución se ha dejado sentir en la materia con la que ahora se elaboran las tablas que se usan en Icod: de la tea a materiales como metacrilato, fibra o baquelita.

Las tablas acabaron por convertirse en un matrimonio de vino y madera por la tradición, tal vez, dice el Capijo, porque en la apertura de las bodegas alguno se lanzó en las tablas y comenzó el auge que se ha consolidado siglos después, y del que dan testimonio las esquinas de la calle de San Antonio, donde casas del siglo XVI todavía conservan la protección que se ponía en sus esquinas para desviar las maderas cuando se arrastraban calle abajo.

La clave para disfrutar de las tablas es ser un buen piloto, admite Mundo, y ese arte se adquiere desde pequeño, "una tradición que llevo con orgullo y que es única. Por los países que he viajado, nunca he descubierto algo igual".

De las maderas utilizadas como riga, pinsapo o castaño, "la reina de los mares" es la tea, sentencia el Capijo, a la vez que admite que quien tiene una tabla de ese material tiene un tesoro, porque ya no es fácil encontrarla; eso sí, una tabla de tea te dura para toda la vida y hasta de generación en generación. Con la sabiduría de los años, Mundo admite casi con desconsuelo: "Ojalá yo pudiera durar tanto como la tea y estar tan bonita y con ese olor con el paso de los años. Te transmite al pasado".

Junto a la calidad del material de la tabla, también es fundamental los elementos que se distinguen en ella, como el chanfle, la parte delantera y por debajo de la tabla que permite no trabarse con las piedras y sortear los obstáculos que se pudieran encontrar en la travesía, o las traviesas que se colocan delante y detrás que sirven para apoyar los pies y marcar la dirección de la tabla. Junto a esos dos elementos, se incluirá un asientos que antes se habilitaba con un saco lleno de pinocha y que ahora se ha sustituido por una esponja.

Fieles a la tradición, hasta grupos de diez o doce personas acuden con su tablón, de hasta tres y cuatro metros de largo, para arrastrarse en familia por las calles de San Antonio. Más habitual es encontrar a dos o tres chicos sobre tablas de un metro y medio o dos, si bien en los últimos años se impone el modelo individual, sobre una plataforma de 70 o 80 centímetros de metacrilato o fibra.

El Capijo mira al futuro y no siente vértigo ni teme por que las nuevas tecnologías pongan en peligro las tablas: "En la actualidad ya hay más niñas que niños que se arrastran en tablas; antes recuerdo a las chicas que se ponían los pantalones de su padre o sus hermanos, pero eso ya es historia. Estoy tranquilo porque esta tradición nunca morirá mientras haya niños y niñas. Es la esencia de San Andrés". Con la ilusión del primer día, Mundo hace un alto en la conversación para revisar los preparativos y poner a punto su cita con los adoquines. Ya la tarde del pasado jueves renovó su encuentro con los adoquines de la calle de San Antonio, y ayer volvió a renovar su pasión por las tablas de Icod.

Todos lo conocen y su presencia despierta admiración por la fidelidad a la tradición. Actúa con paso medido. Con solemnidad. No ahorra explicaciones y llena su conversación de referencias históricas sobre la importancia de cuidar la tradición de las tablas. Su voz cobra mas fuerza si cabe cuando se refiere a San Antonio, el lugar donde nació esta costumbre. Ser natural de este enclave lo lleva a sentirse heredero de esta seña de identidad única en el mundo.