El casco lagunero se despertó ayer impregnado en ese olor a fuego apagado tan propio de las áreas recreativas cuando cae la tarde. En este caso, lamentablemente, el origen era menos feliz. A las 9:00 horas, todo el frente del Ateneo -hasta la fachada de la Catedral- permanecía acordonado. La ciudad se desperezaba y empezaban las primeras miradas y fotografías a los daños del incendio.

Las ventanas abiertas permitían comprobar, ya con más calma que la víspera, los restos de madera quemada de los bordes de lo que fue techo y hoy es el cielo. Una operaria de Urbaser limpiaba los restos que cayeron de los árboles. Todo ello ante la atenta mirada de los bustos del primer presidente del Ateneo, José Hernández Amador, y del también exdirigente de esta entidad José Peraza de Ayala.

Un marco roto y algunos cristales, así como unas bolsas de basura con la parte superior colmada de botellas de agua, se convertían en otros ecos de una desgracia cultural que ya es parte de la historia. Un episodio que un día antes devolvió a la antigua Aguere a un episodio que ya le es familiar: el de las sirenas de bomberos, la tea quemada... y el de tratar de reponerse de una tragedia patrimonial.