Desde el pasado 24 de julio hasta el 3 de diciembre de este año se puede ver en la sala de la Fundación Canaria para el Desarrollo de la Pintura la exposición de Fernando Álamo (Santa Cruz de Tenerife, 1952) que lleva por título Los maestros de sushi. La muestra recoge obra realizada entre los años 2019 y 2020.

Piezas de pequeño y mediano formato constituyen el conjunto de tablas presentada en esta exposición. Llama la atención los anchos marcos elegidos para una estudiada puesta en escena. Digo esto porque la composición de una parte de la muestra se plantea como un escenario rescatado de la propia historia del arte; me refiero a las galerías de pintura flamenca del siglo XVII. Durante este siglo en Flandes, se produce un alzamiento económico y social de una burguesía que debido a una enorme actividad comercial les hace formar parte de los estratos más poderosos de la sociedad. Esta nueva burguesía necesitaba manifestar su nueva posición y encontraron un lenguaje perfecto para sus necesidades: el arte. Especialmente en la zona de Flandes y Holanda se desarrolló la kunstkammern o pintura de gabinete. Las colecciones de pintura se exhibían en paramentos que se conocían como paredes preciosas. El desarrollo de las temáticas avanzó al gusto del coleccionista. El arte se convierte en un valor de cambio dada la posibilidad de su revalorización a lo largo del tiempo. En los talleres ya no se pintaba por encargo y comenzaron a producir de forma masiva y para clientes desconocidos, anónimos.

Para adentrarnos en la obra de Fernando Álamo debemos acudir a sus referencias en la historia de la pintura. En parte porque el ecosistema que subyace en el mundo del arte no ha cambiado tanto desde entonces. Si a aquella primera burguesía le interesaban tanto las naturalezas muertas era para mostrar también los productos alimenticios a los que tenían acceso. No era necesario tener grandes conocimientos pictóricos para satisfacer a los nuevos clientes, de hecho éstos podían ser bastante primarios en gustos artísticos. Es por ello que surge el marchante como figura relevante entre el artista y el cliente. En la actualidad el mundo del arte se ha intelectualizado tanto que no es fácil tener acceso a las claves intelectuales que ayuden a los coleccionistas. Las galerías, ferias y fundaciones hoy cumplen ese papel. Fernando Álamo, consciente de ello prepara, no sin cierta ironía el escenario.

El relativamente reciente descubrimiento de la comida del Extremo Oriente por parte de una nueva burguesía que se precia de degustar platos exóticos ha propiciado la aparición de numerosos restaurantes que ofrecen a esta parte de la sociedad un universo de falsa sofisticación culinaria. El pescado crudo y las salsas que se sirve en falsos restaurantes japoneses de las ciudades poco tiene que ver con los gustos nipones y mucho menos con la factura, calidad y presentación de los platos que preparan los maestros de sushi. No obstante es para muchos una forma asequible de aproximación a una cultura sin necesidad de profundizar mucho en ella. Los trozos de pescado que se muestran en las pinturas Fernando Álamo no tienen un aspecto agradable. Esta representación de lo repulsivo se ve acentuado por el nacarados que se extiende en los fondo de cada composición pictórica. El pintor recoge de la historia de la pintura esa crítica sarcástica que ya hiciera Hieronymus Francken en su representación de la galería de Jan Snellinck. La nueva burguesía que surge con una verdadera devoción por el dinero compra arte y come sushi aunque no se sepa lo que se adquiere pero está de moda y se entiende como una forma de sofisticación.

No es la primera vez que Fernando Álamo aporta un baño de realidad ante la sublimación de gusto burgués en la se ha refugiado el arte en algunas épocas. En junio de 2017, Fernando Álamo presentó en el Museo Néstor una carpeta con fotos de pescados realizadas en mercados y pescaderías. La colección se denominó Le Poème de l'Atlantique, título de una carpeta de aguafuertes de Néstor basada en el Poema del mar. Con este sofisticado título el artista generaba una dicotomía antagónica con el célebre Poema del mar del propio Néstor. Éste último recoge en sus lienzos todo el simbolismo del mar en las diversas horas del día y con estados diferentes de agitación. El mundo marino y las figuras humanas parecen recibir del mar su carácter. Todo ello destinado a crear el ámbito simbólico de donde sugirían las Islas Canarias. Los peces de las láminas de Fernando Álamo no parece tener glamour alguno. Se les ve tal y como son en realidad, dispuestos para el consumo de los habitantes de esas mismas islas. La realidad parece poco elegante cuando previamente ha sido sublimada. La preferencia de la burguesía por la sublimación de la realidad responde a su instinto narcisista. En el caso del Le Poème de l'Atlantique de Álamo, el antagonismo parece inculcar al espectador un sentimiento de culpa contrario al buen gusto burgués.

Fernando Álamo actúa en Los maestros de sushi con la ironía de otros pintores de la historia. En toda su obra siempre encontraremos mensajes encriptados a los que solo tienen acceso los verdaderos amantes de la pintura. Mientras tanto la presentación es impecable, exageradamente elegante, expuesta en una fundación muy selecta, aunque esos trozos de pescado pintados en sus tablas, cargados de pigmento rojo, marrones oscuros, violetas y blanco de zinc parece que no huelen bien.