De los diferentes lienzos que pintó Marc Chagall sobre la bohemia de París, destaca El poeta (1911). Una obra de pequeñas dimensiones dedicada a Blaise Cendrars, donde se aprecia la figura de un hombre sentado en una terraza sujetando una taza de café, mientras escribe en su cuaderno. La tela combina el espíritu vanguardista de la época con una transparencia figurativa. Para ello, Chagall disloca la posición de la cabeza, con la cara girada bocabajo y pintada de color verde, evocando así una sensación de abstracción y de revelación, también de embriaguez.

La obra tendría su contraparte en el texto Retrato de Marc Chagall, que incluye posteriormente el escritor suizo en el poemario 19 textos extraordinarios (1919). Allí, Cendrars sintetizaría la energía creadora de Chagall, desvelando el desbordamiento temático de los paisajes de su patria, poco conocidos en la capital francesa a principios de siglo. Para el poeta, la creación plástica del artista nacido en Vitebsk derramaba vitalidad y tenía un efecto integrador, asimilándose al nuevo espíritu de esos años, donde primaba la exploración de los laberintos interiores. Recordamos un fragmento:

Duerme

Se despierta

De repente, se pone a pintar

Toma una iglesia y pinta con una iglesia

Toma una vaca y pinta con una vaca

Con una sardina

Con cabezas, manos, cuchillos

Pinta con un nervio de buey

Pinta con todas las sucias pasiones de una pequeña ciudad judía

Con toda la sexualidad exacerbada de ?la provincia rusa.

Chagall y de Cendrars comparten el elogio hacia la creación del otro, fundado en el interés por una expresión artística distinta y en la conocida amistad entre ambos. Pero también se distancian. Los dos consignan estereotipos arraigados en dos formas de expresión presumiblemente alejadas. Si para Chagall el poeta refleja la introspección de un café, en Cendrars la pintura es sinónimo de intensidad y de explosión. Dos modos de crear que no siempre suelen cumplir las expectativas.

Una conjugación histórica

No es nueva la relación entre pintura y poesía, ciertamente, y son muchas las propuestas teóricas que han revisado su conjugación en el pasado, pero su conexión retumbó con fuerza en las vanguardias, visibilizando una complicidad que, más allá de la mirada tangencial de Chagall y de Cendrars, lograría disipar sus fronteras. Unos límites que desaparecen en la escritura pictórica de Magritte, para quien "las palabras están hechas de las misma sustancia que las imágenes", o en las poéticas visuales de los Caligramas de Apollinaire.

De hecho, el título acuñado por Apollinaire para su poemario de 1914, Et moi aussi, je suis peintre - y yo también soy pintor-, se sitúa por derecho propio en la discusión histórica sobre los géneros, junto a reflexiones ya tatuadas en el imaginario colectivo, como Ut pictura poesis - así como la pintura, la poesía- de Horacio, o la poesía es pintura muda, la máxima de Simónides de Cea rescatada por Plutarco.

Asimismo, el verso de Apollinaire estuvo a punto de dar nombre a la exposición El poeta como artista comisariada por Juan Manuel Bonet, y presentada en el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) de Las Palmas de Gran Canaria, entre el 4 de abril y el 21 de mayo de 1995. Una exposición que cumplió su veinticinco aniversario recientemente, y cuyo objetivo fue dar un giro de vuelta a la reflexión entre ambas formas de crear.

De la poesía al arte

Si la literatura ha adoptado el uso de la écfrasis como recurso estético-temático para alojar la pincelada en el verso, y la pintura ha recurrido con frecuencia a la mitología y a una tematización literaria para reconfigurar sus contornos visuales, la propuesta de Bonet recurrió a un enfoque original: visibilizar la creación plástica de quienes escriben poesía. Un marco que se relaciona directamente con las palabras de Apollinaire, como señala el propio Bonet:

"Esta exposición trata de desentrañar las razones por las cuales, en nuestro siglo, ha sido tan frecuente que los poetas consideraran necesario extender su acción al territorio de las artes plásticas. Y trata de demostrar que lejos de producir solo curiosidades o marginalia, esa acción poética, ese contagiarse los poetas de búsquedas de sus amigos los pintores, ese competir con ellos que resume la jovial frase de Apollinaire Et moi aussi je suis peintre, han sido fructíferos, y en algunos momentos incluso decisivos, para la configuración del arte moderno, al que de este modo se le ha insuflado una tensión poética que es, al menos en muchos de sus tramos, uno de sus rasgos más peculiares".

Un cuarto de siglo después, El poeta como artista sobrevive en un catálogo de más de 270 páginas. Una huella gráfica y visual que acomete un viaje revitalizador cuya expresión habita por igual el verso y el color de las corrientes artísticas fundamentales de la modernidad.

Partiendo de la creación plástica y literaria de Victor Hugo, artista de múltiples vetas para el romanticismo, y entregándose a aquellos fundadores de una poética que se aplicaba con el mismo empeño en la levedad y en el diseño fragmentario, como son Paul Valèry, Bruno Schulz, o el mismo Apollinaire, pasando también por poetas que recapitulaban las vanguardias en el territorio nacional, como Rafael Alberti y Ramón Gómez de la Serna, hasta llegar al plano más abstracto, a los herederos del automatismo, con Henri Michaux o Severo Sarduy, el recorrido desemboca en la pincelada difuminada de Manuel Padorno.

En el plano local encontramos efectivamente a Padorno y también a Agustín Espinosa, dos baluartes de una dicotomía creativa multidisciplinar. Y se realizan referencias a los dibujos y caricaturas de Benito Pérez Galdós y de Tomás Morales. Una presencia notable, pero de la que se echa en falta, sin embargo, la figura de Juan Hidalgo, pionero en la desaparición de las fronteras de la creación, Ángel Sánchez y sus poemas objeto, o dos poetas-pintores fundamentales del archipiélago, Juan Ismael y Pino Ojeda.

En este último caso, destaca sobremanera la ausencia de aquellas artistas que, como Ojeda, construyeron una bifurcación de lenguajes entre el lienzo y el papel, a pesar de la predominancia masculina en los cenáculos. Solo se incluye a Meret Oppenheim, y a Unica Zurm. Dos escritoras y artistas plásticas excepcionales, qué duda cabe, que deberían de ser acompañadas de otras voces, como las de Leonora Carrington, Emmy Bridgwater o Edith Remmington, entre muchas otras, a quienes sí se nombra con acierto en su texto introductorio Edouard Jaguer. Este sería, a todas luces, el elemento más débil de la exposición, revisitándola con la distancia temporal de un cuarto de siglo.

Del arte a la poesía

Veinticinco años después, debería ser considerada la posibilidad de cerrar el círculo y retomar el cambio de perspectiva, revertir el enfoque que articula toda la propuesta expositiva. Dar un paso más en este proceso de comunión. Sería enriquecedor reubicar la mirada desde la creación plástica hacia la escritura, establecer un nuevo punto de encuentro entre ambas formas de crear, presentando aquellos textos que han sido redactados por quienes recorren la creación plástica o la performance.

Cierto es que Litoral. Revista de Poesía, Arte y Pensamiento abordó en 2015, en su número 258 titulado Museum, la pintura escrita, y a modo de tentativa, ya que seguía cobrando mayor protagonismo la creación literaria basada en la écfrasis, la mirada recíproca de algunos artistas plásticos hacia la poesía, incorporando poemas de algunos de ellos, pero estos eran demasiado escasos.

No obstante, son numerosos los artistas que han tratado de diversificarse, como ocurrió con el propio Picasso, quien con 54 años se dedicó con intensidad a la escritura, priorizándola en algunas fases sobre la pintura. Uno de sus textos revela la magnitud del empeño.

Soy

Un

Pintor

Viejo

Un

Poeta

Recién

Nacido

Así pues, si la exposición del CAAM evitó dar protagonismo al papel y al texto escrito, y se expandió la mirada hacia una poética sin grafía ni encorsetamientos editoriales, mostrándose cara a cara del espectador, no del lector, podría vislumbrarse ahora una antología titulada Y yo también soy poeta (un título que además diluye las fronteras de género) a modo de exposición contemporánea, que recopilara la búsqueda, los aciertos o acaso los derrapes de quienes han escogido la creación visual como sustento. Como señalara Edoaurd Jaguer: "En cualquier lugar del mundo, la dinámica orgánica que anima a los poetas anula toda diferencia entre la página en la que escriben el poema, el signo que trazan sobre la tela y el sueño que desafía a todas aquellas pesadillas de la Historia."

De esta manera, tal vez seamos capaces de encontrar el relato, la conjugación que vincula la palabra y el color, la grafía y el trazo, el lienzo y el papel. Asumir la estructura de un lenguaje ulterior que orbita por encima de los usos y los modos de crear, reivindicando la expresión de la poesía sin formas específicas.

Solo entonces comprenderemos que ambas expresiones registran la inferencia de un territorio donde las imágenes y los verbos se rozan, se transitan, y se llegan a anudar. Un espacio donde ambos idiomas se diluyen compartiendo significantes y significados, sintiendo aquella conexión vital que recreaba el creador Juan Ismael en una sola frase: "Todo cuadro o toda obra de arte que no tenga un mínimo de poesía, deja de ser obra de arte".