Con la publicación del decreto del estado de alarma el pasado 14 de marzo, se materializó en España una de las pesadillas que el cine, las series y la literatura distópica del último siglo habían abordado en numerosas ocasiones. En pocas semanas un horror invisible se diseminó por el planeta expulsando a la gente de las calles, generando un temor incrédulo y forzándonos a mirar a quienes nos rodeaban como posibles focos de infección.

La covid-19 se expandía, cual fantasma, por un planeta globalizado que, solo unos días antes, las personas recorríamos de un extremo a otro en cuestión de horas. Todo el sistema económico se desmoronaba ante los ojos de quienes no éramos capaces de creer lo que veíamos, incluidos aquellos que tendrían que haber preparado a sus sociedades para un peligro del que venían alertando numerosos científicos desde hacía décadas. En pocos días, las empresas se descapitalizaron, los puestos de trabajo desaparecieron y los más débiles fueron abandonados a su suerte por la falta de recursos sanitarios y asistenciales. Al mismo tiempo, miles de personas invadían los supermercados para acaparar agua y alimentos ante el temor de un posible desabastecimiento, diversos lugares quedaban aislados y se imponían cuarentenas, cierres y toques de queda.

Durante décadas habíamos disfrutado en las salas de cine o sentados en nuestros sillones de imágenes similares: meteoritos llegados de lejos que amenazaban con acabar con la vida en nuestro planeta, invasiones zombis, tormentas solares que deshacían la corteza terrestre, catástrofes nucleares que acaban con toda la humanidad? Pero en esta ocasión no era ya la ficción la que nos sobrecogía. Tampoco brillaba en la pantalla un Dustin Hoffman o un Robert Duvall esperando el momento álgido de la película para resolver el problema. Esta vez era la destrucción real la que, también de manera espectacular, aunque invisible, se nos mostraba a través de los medios de comunicación de masas. Un mundo convertido desde hace décadas en puro show y share business narraba en directo su disolución: las bolsas caían a un ritmo no visto desde la Gran Depresión, los bancos centrales ponían a funcionar las imprentas del dinero a toda máquina y millones de ciudadanos clavaban los ojos en las pantallas de sus dispositivos para seguir en directo cómo se estaba produciendo el fin de un mundo.

Sin bombas, sin sangre, sin fuego, todo era silencioso en ese inquietante proceso a tiempo real; todo excepto los exabruptos de algunos líderes mundiales que demostraban, una vez más, y para asombro de la gran mayoría, que en realidad nadie sabe nada y, lo que es peor, que nadie está al volante de un planeta que acelera cada día más desbocado hacia su probable destrucción. Nunca antes se hicieron tan evidentes los augurios de Paul Virilio sobre el "accidente total". Ante una situación que, como ocurre con el cambio climático, exigía la intervención firme, racional y coordinada de instituciones supranacionales, las grandes potencias se han dedicado a poner en marcha maniobras geopolíticas de todo tipo, el petróleo se ha desplomado en una guerra de precios feroz y líderes como Boris Johnson han sacado la calculadora presupuestaria para restar el coste de los ancianos y los enfermos al buen funcionamiento de la economía.

Al mismo tiempo, el debate político nacional se alejaba también de la coordinación y la colaboración sosegadas entre diferentes partidos. Las posiciones se polarizaban y los exabruptos en el Parlamento y en la calle generaban una inquietud creciente en gran parte de la sociedad. Vídeos y mensajes con informaciones sin contrastar, bulos, grupos de estética paramilitar, insultos, acusaciones y ataques constantes intensificaban una sensación de inquietud y de disgusto entre la población. Mientras en algunos países cercanos de la zona euro las diferentes fuerzas políticas trataban de coordinarse para hacer frente a la pandemia y a su deriva económica, España quedaba sobrecogida ante una escalada de tensión política en la que se escuchaban cada vez más a menudo expresiones como "golpe de Estado".

Desde algunas geografías especialmente dependientes de vuelos internacionales, como las Islas Canarias, hemos visto, atónitos e incrédulos, desaparecer la mayor parte de nuestros ingresos. De un día para otro, como si se tratase de la peor de nuestras pesadillas, toda nuestra economía ha quedado colapsada. Lugares que dependen en gran medida de la llegada de turistas se encuentran de repente en una situación inédita y difícil de asimilar: calles desérticas, bares sin gente, playas cerradas, discotecas silenciosas, hoteles fantasma, aeropuertos bloqueados. La crisis total, el cero absoluto en la columna de ingresos, se ha hecho real. Vivimos un parón sin precedentes, ni siquiera comparable a ninguna de las crisis ocurridas en 1973, 1992 o 2008.

En ese contexto, mientras algunos agentes defendían, al estilo de aquel alcalde que retratara Spielberg en Tiburón, la necesidad de silenciar el peligro para no hacer daño a la industria, otros han reiterado la importancia de cambiar de modelo: hay que pasar, señalan, a una diversificación económica que nos proteja del riesgo excesivo al que estábamos expuestos. Ese discurso, acallado durante décadas por las astronómicas cuentas de resultados de un sector turístico que en ocasiones se olvidaba de todo lo demás (medio ambiente, cultura, sociedad, identidad local) y que parecía aspirar a convertir la vida en un anuncio y el paisaje en la postal de una agencia de viajes, se volvía a escuchar ante la evidencia inédita pero irrevocable de la catástrofe. Otra realidad tiene que ser posible. Incluso voces que han apoyado con rotundidad la primacía del sector durante varias legislaturas, han empezado a señalar la importancia de sectores como el primario y el secundario, imprescindibles para la vida de nuestras islas.

El futuro común para una isla

En ese contexto, desde la Muestra de Cine de Lanzarote decidimos analizar qué papel debe jugar la cultura, y más concretamente el lenguaje audiovisual, en un momento de semejante complejidad social y económica. Y es así como, tras un largo debate, nació Y la vida continúa, un proyecto que pone en juego los actuales medios de comunicación, grabación y difusión de imágenes para que las personas que habitan Lanzarote reflexionen y propongan posibilidades diversas para el futuro de la isla.

Y la vida continúa es un proyecto en el que la cultura de la imagen total que hoy vivimos se ha puesto al servicio de la vida local para que las voces de quienes habitan, o tienen algún vínculo especial con Lanzarote, sean escuchadas con atención. Frente a la exaltación uniforme de ideas simplificadas, la Muestra de Cine de Lanzarote lanzó a mediados del mes de mayo una llamada abierta a toda la ciudadanía para que, haciendo uso de sus propios dispositivos de grabación, expresara las diferentes perspectivas que tenga sobre la isla. El propósito del proyecto no es otro que resistir al dogmatismo uniforme que determinados discursos quieren imponer, simplificando la realidad y limitando la lectura de los problemas y las soluciones a meras consignas. La Muestra se resiste, de este modo, a la reducción de los individuos a una masa uniforme vacía de singularidades, como en su día alertara Elias Canetti, y defiende que las personas podemos y debemos participar, especialmente en períodos de crisis, en el debate colectivo, para aportar las particularidades que nos caracterizan como un conjunto heterogéneo. Se trata de defender la imagen y la voz propia que se articula en ideas comunes frente a proclamas unificadoras que pretenden articular a las personas en masas.

En este sentido, este proyecto es una exaltación del carácter potencialmente democrático de los medios de producción de imágenes en pos de una verdadera apertura social que dé voz (e imagen) a quienes tienen ideas y quieren compartirlas con el fin de mejorar el contexto en el que viven. Lo que se pone juego, por tanto, es la diversidad de nuestros entornos sociales y naturales; el hecho de que la escucha y la difusión de ideas y opiniones distintas no es solo un modo de resistencia frente al miedo que impera en épocas de crisis, sino sobre todo una defensa de la inteligencia colectiva, aquella que nace y crece de los puntos de vista ajenos.

Entre el 15 de mayo y el 30 de junio, en pleno parón generado por la Covid-19, la Muestra de Cine de Lanzarote ha convocado a toda la ciudadanía de la isla para que grabe vídeos de un minuto de duración en los que respondan a una pregunta en apariencia sencilla. Una pregunta ética y política que apela al "deber ser", y que parte del tiempo actual como un momento de ruptura: un antes y un después. Frente a la exaltación del miedo y de la angustia que algunos quieren capitalizar, el proyecto se aprovechó del parón impuesto por el cierre de las fronteras y de la economía para reflexionar con cuidado y con atención sobre cómo debería ser lo que se ha venido en llamar la "nueva normalidad". De ahí la pregunta: "A partir de ahora, ¿cómo debería ser Lanzarote?".

Agentes del sector turístico, empresarios, representantes políticos de distintas ideologías, activistas, profesores, funcionarios, artistas, directores de hotel y, en definitiva, personas de diferentes edades, procedencias y nacionalidades reflexionan en estos vídeos acerca de esa pregunta. Lo que se puede ver en las diferentes respuestas es la constancia de la diversidad insular y la riqueza de muy distintas perspectivas; su brillante heterogeneidad y la importancia de tener en cuenta todas las visiones a la hora de configurar un futuro en común.

Más de un centenar de personas hasta la fecha han participado ya en el proyecto y han enviado sus grabaciones. En algunos casos la imagen es sencilla, un rostro que mira a cámara y expresa una serie de ideas. En otros se proponen montajes audiovisuales, revisiones fotográficas o composiciones musicales creadas para la ocasión. La imagen emerge así no sólo como un potencial discursivo, sino también expresivo y creativo. En ese sentido, si bien el proyecto encuentra referencias en Encuesta sobre el amor ( Comizi d'Amore, 1965) de Pier Paolo Pasolini o en el cortometraje Cabezas Parlantes ( Gadaj?ce g?owy, 1980) de Krzysztof Kie?lowski, lo cierto es que asume un salto histórico cualitativo con respecto a la imagen y sus medios de producción. En el caso de ambos directores, resulta fundamental la autoridad de quien interroga: la cámara, el montaje, el ritmo o el encuadre vienen marcados por un autor/director que unifica formalmente los discursos. Y la vida continúa parte, en cambio, de un nuevo estatuto de la imagen. A diferencia de aquellos años, hoy cada persona tiene a su alcance una cámara de alta resolución y extraordinarios sistemas de edición y de montaje. De ese modo, puede articular su propia propuesta no solo en el contenido sino también en la forma, esencial para el lenguaje audiovisual.

Cuando el marte termine el plazo para la presentación de los vídeos, desde la Muestra de Cine de Lanzarote se revisarán las propuestas recibidas y se pondrán, a través de una plataforma web, a disposición de la ciudadanía, de los representantes políticos y, en definitiva, de todos los agentes sociales. Será el momento de analizar lo que la isla quiere para los años y las décadas venideras. Será el momento de pensar y de actuar, de lograr que las imágenes no sean sólo ficción o ilusión, es decir, mero espectáculo, sino reflexión y práctica activa sobre nuestra realidad. Desde la Muestra de Cine se pondrá en marcha un sistema informático para detectar los conceptos que aparecen en cada vídeo, con el fin de reconocer aquellos que parecen condensar la voluntad de una sociedad, su sentido común.

Hace casi un siglo el pensador alemán Walter Benjamin escribió: "La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden". Con el proyecto Y la vida continúa, la Muestra de Cine de Lanzarote quiere resistir, en la pequeña medida que le corresponde, a esa espectacularización estética de la destrucción y la barbarie, y sumar fuerzas para que el entendimiento colectivo sea capaz de mirar hacia el futuro con esfuerzo, exigencia y compromiso.

Javier Fuentes Feo es director de la Muestra de Cine de Lanzarote