La lectura de los papeles del papado de Pío XI guardados en el archivo secreto del Vaticano, tras su apertura en 2006, la consulta de otros fondos documentales públicos y privados, el análisis de su correspondencia y la posterior publicación de numerosas biografías de dirigentes de la Iglesia están dando lugar a notables y novedosos avances en la investigación sobre las actitudes políticas de los católicos ante la II República y la Guerra Civil. Los historiadores no han desaprovechado una oportunidad como esta para descubrir hechos desconocidos y afinar o revisar sus explicaciones. Alfonso Botti es uno de ellos. Hispanista italiano, dirige la revista Spagna Contemporanea y es un reconocido experto en el estudio del catolicismo español del último siglo. Entre sus publicaciones destaca Cielo y dinero. El nacionalcatolicismo en España.

El libro que ahora se difunde en España es una traducción casi simultánea de la edición original, publicada pocos meses antes en Italia. Bajo un texto de apariencia sobria y sencilla, en él se esconde un trabajo paciente, que el autor no da por terminado, en busca de certezas sobre un aspecto crucial de nuestro conflictivo pasado. Ha sido, pues, una obra de maduración lenta, que el lector especializado conocerá parcialmente gracias a las versiones previas de algunas partes incluidas en diversas publicaciones.

Con la tercera España, título añadido en la edición española, cuenta con todo detalle los esfuerzos que destacados intelectuales y políticos católicos realizaron de principio a fin para detener la guerra, sin conseguirlo. La iniciativa pública que alcanzó mayor eco fueron los comités por la paz civil y religiosa de España que se formaron en varios países europeos. El primero se presentó en París en abril de 1937, con el apoyo de Maritain, Mounier, Mauriac, Marcel y otros. Además, el movimiento puesto en marcha trató de influir en la posición del Vaticano, que pudo ser determinante para la suerte de la guerra, igualmente sin éxito. Aunque en algún momento el Papa mostró una leve predisposición a mediar en el conflicto, finalmente se mantuvo siempre junto a los sublevados contra la República por la presión a que se vio sometido, por un lado, de la jerarquía española alineada con Franco y, por otro, del régimen fascista italiano con el que había firmado un pacto de supervivencia en 1929.

Entre los católicos que rechazaron la guerra por considerarla ilícita, y más aún que fuera declarada cruzada y la Iglesia se alineara con uno de los bandos, estuvo el sacerdote Luigi Sturzo, fundador en 1919 del Partido Popular Italiano, antecedente de los partidos democratacristianos que gobernaron en Europa en la segunda posguerra mundial. Su firme oposición a Mussolini hizo temer por su vida y en 1924 decidió dejar la dirección del partido y exiliarse en Londres. Comenzó entonces un combate moral sin desmayo contra el fascismo, que lo llevó a colaborar de forma regular con Maximiliano Arboleya, impulsor del catolicismo social; Alfredo Mendizábal, catedrático de Derecho en la Universidad de Oviedo, y Ángel Ossorio, que en 1928 resumió el contenido de su libro Italia y el fascismo en una conferencia impartida en la misma universidad, ampliamente destacada en la prensa. Sturzo visitó España en 1934 y a la vuelta siguió con mucho interés la Revolución de Octubre, sobre la que dio su opinión en las cartas enviadas a los amigos antes citados y en artículos de prensa.

Estos católicos de criterio moral sólidamente fundado, demócratas coherentes, con una sensibilidad social activa, no encontraron justificación de ningún tipo para la guerra. Ni siquiera la tolerancia que percibieron en los gobiernos de izquierdas hacia las manifestaciones más hostiles de anticlericalismo. Para ellos, la Guerra Civil tenía un fondo social, no religioso. Y la Iglesia estaba cometiendo un gran error, mostrando una vez más un desdén cruel con los obreros y los pobres, y confundiéndose con la derecha cuando apenas era posible ya distinguirla del fascismo. Sturzo se negó a pedir el voto para la CEDA y advirtió lúcidamente que la guerra solo traería odios y venganzas. Su voz tenía fuerza moral, pero fue silenciada por el Vaticano, que en los asuntos de España otorgaba más peso a la de Isidro Gomá, partidario de llevar la guerra hasta el final para establecer una teocracia bajo orden militar, pero sin la influencia pagana del nazismo.

La derrota que sufrieron en la Guerra Civil estas "voces fuera del coro" a las que se refiere Botti fue dolorosa, pero no inútil. Unos años después se celebraría el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica experimentaba el pluralismo ideológico interno y Tarancón, dando muestras de haber aprendido la lección, mantenía una prudente distancia política. La utilidad pospuesta de una derrota, diría Sturzo.