Estos días de confinamiento, por causa de la pandemia de la COVID-19, necesitamos una buena información tanto como salir a pasear al perro o ir a comprar comida (y papel higiénico). Esa necesidad básica ha hecho que haya aumentado la oferta de mentiras y bulos que tratan de manipular a la opinión pública, incluso por motivos electorales. No digo que esto sea algo nuevo, pues las mentiras han existido siempre. Pero, tenían un alcance reducido, y, ahora, las redes amplían, sobremanera, ese alcance.

Sin embargo, los bulos no nos deberían distraer de algo más preocupante que la intencionada distorsión de la realidad por parte de algún malvado, pues nos reconduce al concepto de posverdad, que es algo más que una mentira, ya que la mentira puede llegar a descubrirse; pero la posverdad se inmuniza al no precisar la corroboración con hechos.

Este neologismo se convirtió en la palabra del año 2016 por el diccionario Oxford, ante la popularización de su uso en el contexto de la votación del brexit y las elecciones que ganó Donald Trump en Estados Unidos. Post-truth, siguiendo al señalado diccionario, apela a las emociones y a las creencias que influyen más en la formación de la opinión pública que los hechos objetivos.

Pero, ¿cuánta verdad hay en la posverdad? ¿Es la clásica mentira disfrazada con otro término? En los últimos años se han publicado diversos libros que tratan de responder estas preguntas, además de intentar comprender este fenómeno.

Para una primera aproximación al tema, es recomendable el libro En la era de la posverdad, cuyo eje es un debate sobre la crisis de la veracidad, unida claramente a la crisis de la democracia. De los distintos autores, recojo esta cita de Victoria Camps a la que no falta ironía: "Puesto que estamos en la era del pensamiento débil y la sociedad líquida, ¿para qué buscar la verdad?".

Relativismo

Esto lo intenta responder Maurizio Ferraris con Posverdad y otros enigmas. El filósofo italiano subraya que la posverdad (un "objeto social real") es el resultado del relativismo auspiciado por la posmodernidad. También afirma que es una característica esencial del mundo contemporáneo por lo que no hay que trivializar sobre este tema.

Por su parte, Matthew d'Ancona expone las raíces de este concepto en Posverdad: la nueva guerra en torno a la verdad y como combatirla. El periodista, colaborador habitual del The New York Times, expone que la posverdad surge en el colapso de la confianza en la política y en el Estado aparejado a la crisis financiera de 2008, en la connivencia de algunos medios de comunicación con ciertos grupos de presión y en el surgimiento de una nueva narración, abonada por las redes sociales donde viven a su antojo las fake news. En fin, con la desinformación, predomina en la opinión pública lo visceral y lo emocional sobre lo racional.

Este hecho ya lo denominó hace algunos años H. Frankfurt con el término Bullshit. Si el mentiroso es consciente del peso de la verdad, también lo es de su mentira; sin embargo, al bullshitter no le intranquiliza la verdad y solo busca impresionar. No le importa si lo que se narra describe la realidad, y más bien la inventa para alcanzar su propósito: persuadir de un aparente hecho con el fin de destruir al adversario.

Por otro lado, en Posverdad, Lee McIntire trata de explicar una época donde los hechos alternativos reemplacen a los hechos genuinos.

La cuestión no es solo que haya quienes lazan los bulos, sino también cuando el receptor se los cree. La distorsión de la realidad se ejecuta apelando a creencias de los ciudadanos, a los que no les importa dicha distorsión de la realidad si favorece a sus creencias. O a sus intereses. Como decía Lippmann, no podemos luchar contra las mentiras que dan razón a nuestras opiniones.

El peligro, retrotrayendo la mirada ya clásica de Hanna Arendt ( Verdad y mentira en la política), es que la mentira deje de ser un proceso subjetivo, para convertirse en un proceso sistémico de la política y de los medios. Es cierto que es difícil evitar la trasmisión de bulos en internet ("el reino de la mentira, pero también de la libertad", como dice F. Vallespín), pero si algunos partidos que se denominan democráticos sucumben a esta tentación, aunque, de entrada, puedan tener algunos réditos electorales, a la larga es como tirar piedras sobre su propio tejado, como ocurrió con el tema de la corrupción. Porque cuando las ideologías, los valores y las creencias se debilitan, pierde la democracia y gana el populismo.

Eso es lo que la posverdad esconde.