Hay un límite al número de veces que puedes escupir a alguien a la cara y decirle que llueve. Barbara Boyd

Aunque las artes adivinatorias son casi tan antiguas como la humanidad, cuando se habla de adivinaciones se hace inevitable pensar en Nostradamus. Estudiosos y seguidores de Las Profecías del galeno francés aseguran de la predicción de un buen número de acontecimientos históricos que con el tiempo se adveraron. Hay quienes afirman que la Centuria II, cuarteta 53 de sus profecías es un vaticinio preciso sobre la epidemia de Covid-19. Pero hay que decir que la lectura del oráculo provenzal es de un lenguaje enigmático y de una ambigüedad tal que podría referirse a cualquier otra cosa. (Como cuando tu astrólogo te hace la carta astral y no se moja, y recurre a circunloquios y metáforas que nadie entiende).

Más modernamente, un libro titulado El código de la Biblia de Michael Drosnin afirma que en la Torá se encontrarían encriptadas toda una sucesión de revelaciones premonitorias. El asesinato de Isaac Rabin o los atentados del 11-S habrían sido predichos en la Biblia. El descubrimiento, que se atribuye al matemático israelí Eliyahu Rips, ha sido contrastado por expertos -según su autor- y existe un programa informático de búsqueda sobre la base de palabras claves. Hay quienes aseguran que la voz Covid19 (en caracteres hebraicos) figura entre la nomenclatura del texto bíblico. Por buscarle un punto débil al método, sin quitarle mérito, hay que decir que el hebreo bíblico es una lengua de escritura consonántica y sin solución de continuidad, sin espacios de separación entre los vocablos, esto es, sin matrices (que se diría en términos modernos). Para entendernos, la búsqueda de vocablos reveladores encriptados en el texto sería algo así como si Dios hubiera querido jugar con nosotros, no ya a los dados, sino a la sopa de letras. Además el hebreo masorético goza de una extraordinaria polisemia en sus palabras y cada letra tiene un valor numérico. De modo tal que una misma palabra puede significar varias cosas a la vez que poco o nada tienen que ver entre sí.

Pero los que se llevan la palma en predicciones son, de lejos, Los Simpson. Veamos algunas profecías sorprendentes de esta popular serie de dibujos animados. Un episodio del 2000 predijo la presidencia de Donald Trump, cuando el magnate norteamericano ni siquiera había decidido presentarse a las elecciones. En otro capítulo de 1997 hablaban de una epidemia de Ébola que habría golpeado el continente africano, cuando el virus malamente era conocido por un reducido grupo de científicos, predicción que fue confirmada por la difusión real del virus en 2015. Sin duda el augurio más sorprendente es el que hace un episodio de la cuarta temporada (1992/1993): un virus gripal de origen asiático se extiende por toda la ciudad de Springfield. La epidemia aparece a raíz de que algunos habitantes hacen compras en una web asiática a través de Internet. Cuando reciben los paquetes en sus casas se contagian. Hay quienes han querido ver en este episodio una premonición del Covid-19.

¿Casualidades?, ¿coincidencias significativas?, ¿premoniciones?

Sea lo que fuere, quien de verdad ha dado muestras de auténticas dotes adivinatorias es el presidente Obama. En diciembre de 2014 (03/12/2014) durante un discurso centrado en la justificación de destinar fondos a la investigación -en lenguaje cuasiprofético- se refirió a la necesidad de estar preparados para afrontar la llegada de una enfermedad desconocida, que, en un mundo globalizado tendría una velocidad de propagación mucho más rápida de la que pudo tener una gripe de similares características en el pasado. En un tono más apocalíptico, Anthony Fauci, en otro discurso en la Universidad de Georgetown en 2017, se referiría con bastante precisión a un brote epidémico sorpresa y advirtió de que habría que afrontar desafíos con enfermedades infecciosas.

Con tales vaticinios se habría podido hablar de auténticos visionarios si no fuera porque en noviembre de 2015 la revista Nature ( Nature Medicine, 09/11/2015) publicaba que un grupo de científicos chinos trabajaba en la elaboración de una "quimera". La creación de un virus extraído del murciélago y que podría infectar a los humanos. De esta publicación se hizo eco el programa de divulgación científica de la radiotelevisión pública italiana (RAI3) Leonardo (emitido el 15/11/2015). Este híbrido habría sido creado en laboratorio a partir de una proteína de un coronavirus extraído de un murciélago e injertado en un virus del SARS (síndrome respiratorio agudo severo) de una rata. El experimento -señalan estas fuentes- confirmó que el virus podía infectar a los humanos. Motivo por el cual varios científicos en el ámbito internacional se habían mostrado preocupados por los riesgos que suponía la experimentación, aunque esta continuó adelante. Un año antes (en 2014) la Administración norteamericana había suspendido las ayudas a esta investigación. No obstante, esta moratoria no detuvo los trabajos, que se encontraban en fase muy avanzada.

En resumen, los juicios agoreros del presidente Obama (en 2014), entonces inquilino de la Casa Blanca, y de Anthony Fauci (en 2017), a la sazón ya director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, no parecen atribuibles a sus habilidades como pitonisas, sino a que, quizás, algo debían saber sobre el asunto.

Recientemente, esa especie de ministerio de la verdad que son las llamadas agencias fact checking han salido al paso matizando la información publicada por la prestigiosa revista científica y por la televisión pública italiana. Así se han afanado en lanzar comunicados con manifestaciones tales como: "No existe evidencia científica de que la actual cepa del virus fuese creada en un laboratorio" (sic).

Sin entrar ahora en los misterios de su aparición, puesto que estamos hablando de oráculos y vaticinios, no podemos pasar por alto, sin embargo, que el Premio Nobel de Medicina 2008, el profesor Luc Montagnier, afirmó recientemente en una entrevista concedida a la cadena de televisión francesa CNews que el Covid-19 es resultado "de una manipulación" humana, es decir, "no es natural" sino un trabajo "minucioso de biólogos moleculares". Pero las palabras del experto virólogo (descubridor del virus VIH) también han sido censuradas por agentes del ministerio de la verdad.

No sé si hay que hablar de clarividencia, de predicción o de pura casualidad al afrontar la gran simulación pandémica Evento 201 celebrada en octubre de 2019; un experimento sociológico sin precedentes organizado por el Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud, el Foro Económico Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates. El propio Centro Johns Hopkins explicaría en un comunicado que no se trataba de una predicción. Pero a la vista de lo que está sucediendo, las coincidencias resultan inquietantes. "Para el escenario, modelamos una pandemia ficticia de coronavirus, pero declaramos explícitamente que no era una predicción. En cambio, el ejercicio sirvió para resaltar los desafíos de preparación y respuesta que probablemente surgirían en una pandemia muy severa", señalaba el comunicado. Todo esto -repito- sucedió en Nueva York el 18 de octubre de 2019, y aunque la noticia tuvo escaso eco mediático, ha saltado a la palestra recientemente ( diario16.com 13/03/2020). El objetivo -según sus organizadores- no era otro que la puesta en escena de una eventual pandemia y examinar así cuáles serían las consecuencias sanitarias, económicas y sociales. El escenario descrito es de auténtica distopía. Evento 201 simula un brote de un nuevo coronavirus transmitido de murciélagos a cerdos y a humanos, de fácil contagio entre personas. Esto lleva a una pandemia severa. "El patógeno y la enfermedad que causa se basan en gran medida en el SARS, pero es más transmisible en la comunidad por personas con síntomas leves". Tiene su foco "en granjas porcinas en Brasil, de manera silenciosa y lenta al principio, pero luego comienza a propagarse más rápidamente en entornos de atención médica". Con una especial incidencia en los barrios populares de las grandes metrópolis de América del Sur, la epidemia explota. Se extiende por transporte aéreo a Portugal, Estados Unidos y China, y después a otros países, hasta quedar fuera de control.

Si de un episodio de ficción se tratara, habría que decir aquello de "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia".

No sé ustedes, pero yo a veces tengo la impresión de estar soñando. Como le ocurriera a Santiago Nasar (personaje de ficción de Gabriel García Márquez) que la víspera del día en que lo iban a matar había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna fina, y se sintió feliz por un instante. De repente despertó y se dio cuenta de que eran cagadas de pájaros. No sé si las cagadas de pájaro son un buen o un mal augurio en el arte de la oniromancia, pero temo que cuando despertemos sea ya demasiado tarde.