Cuando el jueves 8 de mayo se cumplan 75 años de la rendición alemana, con la que se pone fin a la II Guerra Mundial en el escenario europeo, volverá de nuevo la memoria sobre el momento en que el siglo XX se abre a reconocer su peor barbarie. Pese al tiempo transcurrido, el proceso de encararse con esa aniquilación de lo humano que fue el nazismo consume todavía hoy una enorme energía social y política. También hay en ese intento de entender lo ocurrido una energía intelectual, tanta como para hacer que implosione uno de los nombres mayores de la filosofía contemporánea. En Jurgen Habermas. Una biografía Stefan Müller-Doohm recorre la trayectoria vital y filosófica, siempre entrelazadas, de un autor dotado para moverse entre las mayores complejidades del pensar académico y la presencia en los grandes debates públicos de su época.

Habermas (Düsseldorf, 1929) está a punto de cumplir 16 años en el momento del hundimiento alemán. Miembro de la Juventudes Hitlerianas -lo que medio siglo después algunos le reprocharán como un baldón imborrable-, forma parte de las tropas auxiliares de la Línea Sigfrido, los restos de una forma de hacer la guerra que en apenas dos décadas quedó obsoleta. La derrota es dramática para aquellos alemanes, muchos más de los que después lo reconocerán, que conformaron el tejido social que sustentaba al nazismo. Entre ellos la propia familia de aquel joven condicionado por una deformación palatal que hará de él un ser retraído, sobreexpuesto a la burla por su hablar nasalizado. De adulto reconocerá que este problema físico lo empujó hacia el ámbito recogido del pensar. "Estas experiencias tempranas de discriminación le sensibilizaron moralmente para toda forma de marginación y conformaron de modo no irrelevante su pensamiento político", constata Müller-Doohm, pero "fue la experiencia de la catástrofe la que llevó a Habermas a la filosofía, definiendo su relación con ella".

La dificultad de digerir una historia marcada por el oprobio provocó en Alemania la quiebra generacional de los hijos enfrentados a sus padres en la exigencia de responsabilidades por ese tiempo deshumanizado. En lugar de volverse contra su padre, Habermas eligió otra figura también de perfil patriarcal, aunque en lo filosófico, y manchada por su vínculo con el régimen. Su salto a la esfera de la polémica pública, que ya nunca abandonará, son los reproches que lanza a Heidegger en 1953. "Lo que Habermas reprocha a Heidegger no es tanto su postura durante los años de la dominación nazi, sino más bien su negativa a confesar después de 1945 su propio comportamiento equivocado", resume su biógrafo. Ese será su estreno en lo que define como "la función de vigilancia que tiene la crítica pública", que en adelante asumirá como una responsabilidad indisociable de su tarea filosófica. El autor de esa magna obra con afán sistémico que es la Teoría de la Acción Comunicativa asume las limitaciones del pensar académico ("Ustedes creen que con la lectura de Hegel tienen en el bolsillo la llave para la comprensión de este mundo, pero con ella no abren nada", advertirá a sus alumnos), que suple con su interés por el pensamiento político y la sujeción a la fricción continua con su época. El que en 2003 recibirá el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales se convierte en un intelectual con fundamento, capaz de llevar al debate en esa esfera pública conceptos fecundos para la apertura de nuevas perspectivas. Habermas interviene desde la posición de un convencido defensor del potencial de emancipación que nutre el pensamiento ilustrado, una vez corregidos los excesos de la razón y depurado el marxismo dogmático. "Desde el principio, mis intereses teóricos han estado constantemente determinados por aquellos problemas filosóficos y socio-teóricos que surgen del movimiento intelectual que va de Kant a Marx", expone en sus Ensayos políticos para definir el eje constante de una labor filosófica abierta a ámbitos como la sociología y a autores dispares. Un pensamiento cuya complejidad mantiene a distancia al profano, pese a que la figura pública de su autor actúa como una incitación a ese acercamiento, al que ahora contribuye este libro.

Catedrático de Sociología de la universidad alemana de Oldenburg, Müller-Doohm es autor de En tierra de nadie, la primera biografía intelectual de Theodor Adorno, con lo que ahora estaría dando cierta continuidad a ese trabajo en una figura con vínculos muy estrechos con una de las cabezas más relevantes de la Escuela de Frankfurt. "Lo que hago sobre todo es ir leyendo las huellas que Habermas ha ido dejando como autor en el sentido más amplio, como filósofo, pero también como una encarnación de ese tipo de intelectuales que, como si fueran los autores de los hechos, son impulsores de la política", explica su biógrafo. La obra de Stefan Müller-Doohm puede leerse como la exposición de una vida, pero también como una historia de la filosofía alemana reciente o un recorrido por las controversias en la esfera pública que jalonan el último medio siglo.