Josefina de la Torre fue de esos intelectuales de principios del siglo XX que se vieron atraídos por la magia del cine. Mujer polifacética, abarca diversos campos de la cultura, también poliédrica será su aportación a la industria del celuloide: ayudante de dirección, actriz, guionista, actriz de doblaje...

Josefina se inicia con su hermano Claudio en el mundo de la representación y el espectáculo ya desde muy joven en el conocido Teatro Mínimo que montaban en su propia casa.

Su primer contacto con el mundo del celuloide se produce en las afueras de París, en los Estudios de la Paramount en Joinville-le-pont para realizar las versiones de sus películas en las lenguas europeas y combatir las dificultades que la llegada del sonoro había supuesto para la comercialización del cine hablado en inglés. Allí se encontraba desde 1931 su hermano Claudio, contratado para adaptar los guiones al español primero y dirigiendo doblajes más tarde.

Josefina comienza a trabajar en los estudios franceses en 1934 en labores de doblaje. Ella misma nos relata cómo su primera intervención la hace codo a codo con Luis Buñuel. Dirigidos por Claudio de la Torre, comparten el doblaje de la película Miss Fane's baby is stolen (Alexander Hall, 1934). Josefina ponía su voz a la protagonista, mientras Buñuel daba la suya a uno de los secuestradores. Con posterioridad doblaría nada menos que a Marlene Dietrich. De esa experiencia nos ha legado el artículo ¡Aquellos tiempos de Joinville!, uno de los pocos testimonios directos que quedan sobre esta etapa, que describe el ambiente y las impresiones de los españoles que trabajaban allí.

Vuelve a Madrid, donde se establece hasta la Guerra Civil, cuando decide regresar a Gran Canaria. Aquí continúa su actividad literaria, editando sus primeras novelas cinematográficas, como Laura de Cominges. En 1940 vuelve a Madrid y al año siguiente su hermano Claudio le ofrece interpretar un número musical en Primer amor. Es su debut como actriz, pero además se encuentra con el reto de sustituir a su otro hermano enfermo, Bernardo, como ayudante de dirección de Claudio, única incursión suya detrás de la cámara.

Su hermano vuelve a contar con ella para otro pequeño papel en su segundo filme español, La blanca paloma, en el que Josefina interpreta a la enfermera que atiende al maltrecho protagonista, Tony D'Algy.

En 1942 Julio de Flechner, quien dirige la comedia Y tú, ¿quién eres?, con Olvido Guzmán y José Nieto, le ofrece el papel de la madre Sacramento, su intervención más importante hasta el momento, que le permite ganar una mayor notoriedad para aspirar a empresas más ambiciosas. Su intervención en esta cinta le permitió consolidar su estatus de actriz de cine liberándose del lastre que podía suponer, de cara al exterior, el vínculo familiar con el director de sus películas. Aún así, en su siguiente intervención, ya en 1943, retorna a las órdenes de su hermano Claudio en Misterio en la marisma. Pero en esta ocasión se le ofrece un papel de mayor relevancia, el de Arlett, una turbia cantante, amante de un ladrón de guante blanco. Es, sin duda, el papel más importante que realiza hasta la fecha, dejando patente su cada vez mayor consideración como actriz.

Este año es el más intenso en su carrera cinematográfica, y en el que cobra popularidad en el mundo de las revistas especializadas, básicamente en Primer Plano, en cuya portada aparece en dos ocasiones. Otra faceta relacionada con el cine son las colaboraciones que mantiene con la citada revista a partir de junio de ese año y que tendrán una cierta continuidad incluso tras abandonar el cine, escribiendo desde testimonios como el mencionado sobre Joinville hasta entrevistas con primeras figuras como Florencia Becquer o José Nieto en una sección titulada La biografía en el diálogo. Ella misma es entrevistada en el número del 17 de octubre, lo cual, unido a sus apariciones en la portada, la situaban casi al nivel de las más destacadas estrellas de nuestro cine.

Ese año participa, dirigida por José Mª Castellví, en la película El camino del amor, protagonizada por Alicia Romay y Jacinto Quincoces, interpretando el papel de Tomasa. Se trata de su intervención de mayor mérito hasta ese momento, y reconocida por la crítica, lo que demuestra su carácter de valor en alza. Paralelamente, se ve inmersa en la elaboración del guion, con su hermano Claudio y con Adolfo Luján, de Bajo el sol de Canarias, que se rodaría en Gran Canaria con actores canarios, salvo el protagonista masculino que interpretaría Julio Peña. Finalmente, problemas económicos impidieron que se rodara.

Simultáneamente escribe el guion y los diálogos para Tú eres él, en colaboración con Tony D'Algy. El guion, basado en su novela cinematográfica homónima, es puesto en escena por Miguel Pereyra. La película, cuyo título definitivo fue Una herencia en París, contaba con la participación de Florencia Becquer, Tony D'Algy, Gabriel Algara y Lola Flores en sus principales papeles, así como con la de la propia guionista como Olga, papel secundario pero de cierta importancia que le vale aparecer por primera vez en el cartel de una película. Con ella, Josefina obtiene su mayor éxito en el mundo del cine, ya que, además de merecer una buena crítica por su intervención, la película, con guion suyo resulta premiada por el Sindicato Nacional del Espectáculo.

En 1944, Edgar Neville, que rueda La vida en un hilo, la reclama para realizar, junto a Conchita Montes y Rafael Durán, un nuevo papel secundario, el de la señora Vallejo. Esta sería su última intervención en el cine, precisamente de la mano del director de más prestigio de cuantos contaron con su trabajo. Cuando parece que su trabajo en el mundo del celuloide se va consolidando, Josefina desaparece de la escena cinematográfica, dedicándose a la literatura y al teatro. Cansada, quizá, de la falta de oportunidades para desempeñar papeles protagonistas, Josefina abandona el mundo del celuloide, donde, según sus propias palabras "según qué, todo era muy rosa".

El escritor Max Aub vuelve a España en 1969 y escribe unas amargas e incómodas memorias en las que expresa su incomprensión por un paisaje y una gente que ya no reconoce. La España idealizada del exilio republicano se da de bruces con la España real, vulgar, del desarrollismo franquista. Cuesta imaginar cómo vivieron los años cuarenta los miembros de la Generación del 27 que habían sobrevivido a la guerra y decidido afrontar la atmósfera política y cultural del Movimiento Nacional. Cuando repasamos la biografía de los hermanos Claudio y Josefina de la Torre y nos encontramos con aquel chejoviano Teatro Mínimo inaugurado en 1927, montado en el patio de la casa familiar de la playa de Las Canteras, podemos reconocer aquel ambiente culto y refinado, aquellas veladas llenas de poesía, de teatro, de música, aquella atmósfera de sensibilidad y gusto por la belleza, aquella permanente celebración del luminoso placer de la cultura, la inteligencia y el arte que practicaban familias de la burguesía ilustrada en aquellos años apasionados del periodo de entreguerras europeo.

Josefina de la Torre inicia su relación profesional en el cine a principios de los años 30 junto a su hermano Claudio en Francia, en los estudios de Joinville, cerca de París, en las versiones españolas de las películas norteamericanas de la Paramount. Al estallar la guerra civil Claudio, su esposa Mercedes Ballester y Josefina se refugian en la embajada de México en Madrid donde permanecen varios meses hasta que pasan a la zona nacional, a Valladolid y a Burgos, y de allí a Canarias. Una buena parte de los intelectuales y artistas de la modernidad española vivieron las contradicciones, el drama y el desgarro personal por el que debieron pasar Claudio y Josefina de la Torre.

En 1940 los volveremos a ver de nuevo en Madrid, embarcados en la aventura del cine. Como decía hace tiempo el crítico Diego Galán: El cine español, casi desde sus orígenes y hasta hace pocos años, ha sido uno de los más atrasados, torpes y faltos de interés del mundo occidental. Y, desde luego, la década de los cuarenta se erige en la más extravagante, enloquecida, curiosa y patética de su propia historia. En este penoso panorama cultural Josefina de la Torre colabora con su hermano Claudio en las tres películas que dirigió: Primer amor (1941), basada en una obra de Turguenev, La Blanca Paloma (1942), adaptación de una rancia obra clerical de Alejandro Pérez Lugín y Misterio en la marisma (1943), escrita por el mismo Claudio. Una de las características del cine de Claudio de la Torre, ya desde la primera película, es la elegancia de su puesta en escena, su exquisita forma cinematográfica, que se irá depurando en cada nueva película, cualidades extrañas en el cine español de entonces.

El cineasta José Luis Borau recuerda a Claudio como autor y director, hoy prácticamente olvidado, [que] escribiría algunas de las comedias más intachables, al menos en su aspecto formal, de la época. La experiencia de Josefina en estas tres películas es, sin embargo, decepcionante. En Primer amor, trabaja a disgusto como ayudante de dirección y en un breve papel como "cantante". En La Blanca Paloma, mezcla de cine religioso y cine folclórico protagonizado por Juanita Reina, Josefina aparece en los títulos de crédito como "enfermera". En la última película, Misterio en la marisma, Claudio cuenta con una de las mejores actrices de la época, Conchita Montes. Josefina interpreta a una oscura y taimada cantante, cómplice de un ladrón de altos vuelos. Hay una secuencia excelente en la que Josefina al piano canta envuelta en una atmósfera de misterio mientras los personajes se mueven ceremoniosamente por la aristocrática mansión. La exquisitez de la puesta en escena, los hermosos planos vacíos iniciados con el temblor de las sombras que anuncian la aparición de algún personaje, el lento e inquietante deambular de Conchita Montes, en penumbra, por las enormes estancias, y los elegantes movimientos de cámara de esta secuencia dan la medida de la sensibilidad formal de este elegante director. Cinco películas más y dos premios del Sindicato Nacional del Espectáculo (por argumento e interpretación) rematan su carrera cinematográfica.

A partir de ahí, Josefina de la Torre se dedicará como actriz al teatro y la televisión aunque siguió en el cine como actriz de doblaje hasta la década de los 50. Diez años después de dejar su carrera cinematográfica escribe, en 1954, una novela corta con el título de Memorias de una estrella. En la novela se cuentan las peripecias de una chica ingenua, "de emociones sencillas", que quiere ser "artista de cine" y que responde por el kafkiano nombre de Bela Z. La chica pasa por todas las situaciones chuscas propias de la industria cinematográfica de la época: productores que acosan sexualmente a las jóvenes actrices, conflictos con la estrella consagrada que se siente desplazada por las aspirantes, amores con aristócratas metidos en los negocios del cine, amantes salidos de los ambientes corruptos del Madrid de la picaresca estraperlista. El paisaje esperpéntico de la España de la posguerra. Al final de la novela, Bela Z se retira del cine. Cansada y aburrida de amantes, fiestas, mesas petitorias y de malas críticas, nuestra estrella siente nostalgia de su niñez y de su primera juventud. Así que decide dejar el cine y casarse con un financiero residente en Londres con el que tiene dos hijos, de los que está segura que "no tendrán nada que ver con los platós ni con los escenarios".

Indudablemente Josefina no era la ingenua Bela Z pero algo había de ella en ese personaje inventado aunque solo fuera su profunda insatisfacción con el cine. Las razones de este desamor no las conocemos. La misma Josefina comentaba que, realmente, le gustaba más el teatro pero, probablemente, había otras razones: su marginación en papeles irrelevantes, su especial físico tan exótico para el racial cine español de la época, su incomodidad con una industria, en bastante medida, zafia, inculta, tan lejos de su exquisita y cosmopolita educación, imagen feroz de aquella España cruel y reaccionaria que Max Aub ya no comprendía.