En su anterior trabajo, Food, del año 2017, colaboraba uno de los mayores genios que ha dado la música contemporánea como ha sido el guitarrista Andy Moore, responsable de una discografía imprescindible con los pioneros del postpunk The Ex, y con formaciones paralelas y discos en solitario igual de interesantes. Y ya, por entonces, este dúo formado por Albert Cirera a los saxos y Ramón Prats a la batería mostraba su importancia como uno de los proyectos más fascinantes, personales e inconformistas surgido en este país en los últimos veinte años.

Pero ahora, el dúo catalán lleva su talento a cotas insospechadas en este formidable Fe en el que fusiona con una visión ejemplar lo mejor de los tres estilos más importantes de la música de vanguardia surgidos en el siglo pasado como fueron el free jazz, el noise y el post-rock. Una auténtica delicia para la crítica más exigente que se ha quedado rendida ante la capacidad de ambos músicos por sintetizar de modo ejemplar los parámetros por los que se ha movido la vanguardia de la música occidental. Un disco inspirado en aquellos artistas irrepetibles que con su intuición han logrado que la música evolucione constantemente y con temas en los cuales casi parece que podamos escuchar a Sonic Youth, Mats Gustafsson y Godspeed You! Black Emperor a un mismo tiempo. Dicho de otro modo la mejor la conexión posible entre Nueva York-Estocolmo-Toronto realizada por un grupo español.

El disco se desarrolla al modo de una evolución musical in crescendo que lleva al melómano por un sendero inexplorado de una manera casi hipnótica. La obra realiza un análisis hacia las formas de religión sin necesidad de canciones -sustituidas aquí por capítulos- ni letras, ni más instrumentos que saxo y batería, porque la portada (una imagen sagrada) y el título del álbum ya lo dicen todo. A partir de ahí vamos atravesando un fascinante trabajo conceptual a modo de capítulos que empiezan con una letanía suave como la de un rezo y que, a continuación, adquiere una dimensión salvaje con sus casi doce minutos de virtuosismo que harían palidecer a Ornette Coleman.

La obra va asumiendo mayor complejidad con estructuras más audaces hasta concluir con un capítulo seis sinuoso y casi siniestro. Para los paladares más exigentes.