En estos días nos hemos extrañado de afirmaciones que comienzan polemógenamente a soliviantar a una sociedad tranquila como ha sido hasta ahora la española, con ciertas propuestas que parecen pretender desmontar la institución de la familia, para ser sustituida por una especie de amor libre -hasta aquí admisible-, pero cuya libertad va a gestionar el Estado -a lo cual ya correspondería la castiza expresión: "ya el conejo me riscó a la perra"-. Las propuestas, o más bien aserciones obligatorias dictadas por los esbirros del Estado, son, por ejemplo: "No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres" (la ministra socialista Isabel Celaá, emitiendo idénticas palabras que las del papa Francisco el 31 de diciembre de 2017: "Todos los padres son custodios de la vida de los hijos, pero no propietarios", empero atribuyendo éste la propiedad de los mismos, en vez de al Estado, al Dios católico).

En otro ejemplo, la recién nombrada directora del Instituto de la Mujer, Beatriz Gimeno, estudiante de Filología Semítica y expresidente de la Federación de LGTB etcétera, ha dicho: "El ano es una de las principales zonas erógenas para hombres y mujeres. Especialmente para hombres. Para que se produzca un verdadero cambio cultural tienen que cambiar también las prácticas sexuales hegemónicas y hetero normativas y sin ese cambio, que afecta a lo simbólico y a la construcción de las subjetividades, no se producirá un verdadero cambio social que iguale a hombres y mujeres".

Al lado contrario encontramos a los individualistas, los liberales (adjetivo que viene de libertad), quienes estiman que el núcleo ético y afectivo está en la familia, de forma que expresan: "Mis hijos son míos y no del Estado, y lucharé para que este gobierno radical y sectario no imponga a los padres cómo tenemos que educar a nuestros niños" (Casado), o bien: "Nuestros hijos pertenecen al estado, o peor aún: al PSOE o a Podemos. Pretenden arrebatar a las familias la patria potestad sobre los hijos. Este es un Gobierno de perturbados y totalitarios" (Abascal). Entre estas dos tensiones, donde unos quieren la libertad individual, y otros la ingeniería social, la pertenencia al Estado, que es el que nos va a llevar al edén prolapsario prometido por el comunismo, hay un origen histórico, que ya estaba olvidado, pero vuelve. Friedrich Hegel localizaba en la familia la unidad ética de la sociedad y el origen del humanismo, gracias al padre, de mayor estatura física, y suministrador del sustento y de la racionalidad, pero el marxismo no vio así el tema. Friedrich Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de 1884, explicaba: "Con arreglo a la división del trabajo en la familia de entonces, el papel del hombre consistía en proporcionar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello, y, por consiguiente, era propietario de estos últimos".

La Escuela de Frankfurt, semilla de la posterior inundación de lo políticamente correcto, hija de pensadores judíos comunistas que, a su vez, eran hijos de padres ricos, vio con claridad que había que atacar a la familia como sostén principal del capitalismo, e incluso su director Max Horkheimer escribió en su ensayo Autoridad y familia, de 1936, que el nacimiento del capitalismo estaba vinculado al momento histórico en el que el padre llegó a tener mayor auge dentro de la familia. El propio Horkheimer invitó a Erich Fromm a estudiar, en los años veinte, la tendencia porcentual que tenían los trabajadores alemanes para luchar contra las ideas hitlerianas, estudio que luego se convirtió en El Miedo a la Libertad, publicado en 1947, y en el que se constataba cómo substraída la figura paterna del común de los ciudadanos trabajadores, estos la buscaban, no en los compañeros y su ayuda pueblerina horizontal, sino en el líder que, desde lo alto, sustituía al arquetipo patriarcal, siempre necesario en la estructura de los individuos para socializarse.

Todo, no obstante, empezó bastante antes, en 1848, con la publicación del Manifest der Kommunistischen Partei, o sea, el Manifiesto Comunista, por Karl Marx y Friedrich Engels, en el que se dice: "¡Abolición de la familia! Al hablar de estas intenciones satánicas de los comunistas, hasta los más radicales gritan escándalo. Pero veamos: ¿en qué se funda la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. Sólo la burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y esta familia encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de los proletarios y en la pública prostitución. Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base".

También en La ideología alemana, de 1845, Marx y Engels escribían: "Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división natural del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en diversas familias opuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud, todavía muy rudimentaria, latente en la familia, es la primera forma de propiedad".

Lo que está pasando, propiamente, es que revive la teoría comunista, y revive el comunismo, condenado expresamente en la resolución 2019/2819 RSP del Parlamento Europeo, del pasado 18 de setiembre de 2019, por sus horribles crímenes en toda Europa, una incipiente ley de memoria histórica europea desconocida en estos predios. Y si volviera el comunismo, la más eficaz maquinaria masiva de matar del siglo XX, es casi como un principio de Arquímedes que, por ende, también volverá su contrario.