Un artículo que lleva la firma de Leonardo Romero Tobar, catedrático de Literatura Española y profesor emérito en la Universidad de Zaragoza, titulado Pérez Galdós y el Museo del Prado, indaga en la vinculación que el novelista y dramaturgo canario mantuvo con la gran pinacoteca nacional y también el trazado urbano que la rodea, estableciendo una relación directa entre las obras artísticas y su presencia en el imaginario de los personajes galdosianos.

A propósito, el estudioso refiere en la introducción de este trabajo que las nueve hijas de Mnemosyne, en alusión al apelativo con el que se conoce a las nueve musas, "cautivaron a Galdós desde sus años infantiles cuando recibió educación pictórica y emborronaba cuartillas con dibujos". Estas representaciones están recogidas en cinco álbumes editados y estudiados por Stephen Miller, profesor de Literatura Comparada de la Texas A&M University y especialista galdosiano, que recogen dibujos expresivos de la historia y la vida diaria de las islas.

Lo cierto es que desde que estableció su residencia en la capital de España, el Museo del Prado parece que se convirtió en uno de los lugares preferidos del escritor. En tal sentido aparece documentada en el libro de registros de este espacio expositivo la visita que el joven Galdós realizó el 1 de septiembre de 1865, cuando contaba 22 años de edad.

Como subraya J.J. Alfieri en El arte pictórico en las novelas de Galdós, ya en los textos recogidos en el compendio titulado Arte y crítica, el novelista deja bien clara su costumbre de asistir de manera asidua a exposiciones de pintura y, además, se acuerda de los nombres de hasta cerca de sesenta pintores que desde 1862 habían alcanzado una cierta fama.

También diferentes expertos, como el caso de Peter Bly o Yolanda Arencibia, se han encargado de ahondar en las influencias que el arte plástico representa en el trazado y la caracterización de los personajes de sus obras.

A propósito, Romero Tobar sostiene que "a partir del punto en el que los novelistas del siglo XIX sintieron la necesidad de describir lugares y personajes con la aplicación de un programa estético de carácter realista, los recursos de las técnicas pictóricas fueron trasladándose al ejercicio de la escritura con una frecuente apelación a cuadros y museos", representando una valiosa influencia y un modelo en el que mirarse.

De esta forma resulta fácilmente perceptible a lo largo de la producción literaria del genio canario esas evocaciones continuas al arte de la pintura, ya sea por las referencias a determinados cuadros, como también por esa manera de retratar a sus personajes.

José Francés, un pintor costumbrista, ya manifestaba que a Galdós lo atraían, y mucho, las relaciones con artistas contemporáneos, a quienes además tenía la tendencia de incluir en algunos pasajes de sus novelas.

Abunda Alfieri en esta idea cuando destaca el estrecho vínculo que estableció el escritor con el paisajista e historiador de arte Aureliano Beruete, lo que pone de manifiesto, una vez más, el rico intercambio entre arte y literatura. "Beruete pintó un cuadro de la ciudad ficticia de Doña Perfecta y Galdós lo felicitó por haber captado el aspecto negativo de aquella población", señala este estudioso.

También su amistad con el paisajista toledano Ricardo Arredondo representó para él una ingente fuente de información sobre el arte, la arquitectura y la cultura de la ciudad gótica. En Memorias de un desmemoriado, una obra que contiene artículos, apuntes sobre personajes históricos, recuerdos de sus numerosos viajes y de sus compañeros de andanzas, Galdós se acuerda de este artista en el momento de describir el convento de San Pablo, en Toledo, y confiesa que al visitarlo "iba en compañía de Arredondo, un pintor famoso avecindado en la ciudad imperial".

El personaje de Eloísa en Lo Prohibido, acaso la novela en la que Galdós más se acerca a los postulados del naturalismo, se desvela como partidaria y firme defensora de la "pintura moderna" y descubre que en su casa cuelgan cuadros de Palmaroli, MartínRico, Domingo y Emilio Sala.

A propósito, la descricpión que se hace de los retratos de estos dos últimos personajes, que Eloísa expone con orgullo en su salón, "nos convence de que Galdós los había visto y que por tanto conocía muy bien la técnica d estos dos artistas", afirma Alfieri.

En consecuencia, Museo y Prado se convierten en palabras con notable presencia en las páginas y la vida galdosianas, "la segunda como denominación de lugares madrileños y la primera, como nombre de depósito especializado en la conservación de obras de arte", señala Romero Tobar.

En su narrativa, tanto la Calle del Prado como el Paseo (o Salón) del Prado se convierten en referencias constantes para Galdós, en buena medida por su privilegiado emplazamiento en el trazado urbano y la función social que desempeñó un acto como el paseo en el siglo XIX, considerado el mejor escaparate que había en la capital para la exhibición de las personas de los distintos niveles sociales que convivían en la capital del Reino.

Precisamente este comportamiento social aparece retratado en diversos momentos de los Episodios Nacionales y las novelas.

"En Cánovas (cap. XI), por ejemplo, su protagonista Tito no puede menos que proyectar su comunicación con la madre Clío, sus recorrido desde la calle de las Huertas hasta la fuente de las Cuatro Estaciones, donde encuentran a las ninfas Efémeras", describe en su artículo Romero Tobar.

En este capítulo del último episodio se asoma el Galdós hondamente interesado en el folclore que recoge canciones populares en estos versos cantados por las ninfas en su fantástica desaparición:

En el Salón del Prado

no se puede jugar,

porque hay muchos mocosos

que vienen a estorbar.

Con un cigarro puro

vienen a presumir;

más vale que les dieran

un huevo y a dormir.

El edificio del Museo se documenta por tanto en la narrativa galdosiana, ya sea como un punto de cita para los encuentros de personajes, bien como refugio para los carentes de domicilio.

En este sentido hay ejemplos, como el de Pacorrito Migajas, el protagonista del cuento La princesa y el granuja, sobre el que Galdós escribe: "Sus palacios eran el Prado en verano y, en invierno, los portales de la Casa Panadería". En la misma línea se inscriben lugares como las rampas de acceso al Observatorio, muy cerca del Museo, donde los personajes de Miquis y Cienfuegos encuentran también dormido a Felipín Centeno.

El edificio provoca en los personajes galdosianos sentimientos de asombro y admiración, tanto por su magnificencia exterior como por la riqueza de los cuadros que acogía, impresiones que reciben los visitantes españoles y los extranjeros.

"Señalo en primer lugar cómo la vista al Museo funciona en las novelas galdosianas igual que un programa educativo de la sensibilidad y estimaciones morales de los caracteres ficticios que aparecen en ellas", subraya el catedrático Romero Tobar, quien destaca el hecho de que asistir a un lugar como el Museo era mucho más que "una simple curiosidad o una visita de cortesía, ya que lo colgado en sus paredes estimulaba la vista y el corazón de los personajes".

Tristana, el personaje de la novela que lleva el mismo nombre, una mujer cuya educación estética ha estado marcada del pintor Horacio, afirma en una carta a éste que ella quiere que se diga de él que "Velázquez y Rafael eran unos pintapuertas comparados contigo" y unas páginas más adelante es don Lope dice en referencia a Tristana que "la pintura no acaba de distraerle. la música tal vez", una pincelada de dos de las manifestaciones artísticas por las que Galdós siempre profesó gran devoción.

Tantas son las alusiones al arte en las novelas de Galdós que hay quien, como Alfieri, plantea como ejercicio "construir una jerarquía iconográfica de sus personajes y colocarlos en ella según el periodo, el cuadro y el pintor, o según aquellas figuras contemporáneas conocidas del novelista por haberlas y tratado en su vida o también haberlas visto en granados de periódicos y revistas".

En general se puede concluir que la actitud que manifiesta un creador como el canario ante la historia que lo diferencia de sus contemporáneos está, entre otros aspectos, en que "mientras éstos excluyen de sus lienzos los hechos históricos de su época, Galdós los considera dignos de expresarse pictóricamente", entiende Alfieri.

En buena medida, esa afición y hasta en algunos casos devoción que manifiesta el novelista hacia el particular arte del retrato debe considerarse una tradición profundamente arraigada en la pintura española. Y es en la caracterización literario del retrato donde el novelista se asemeja y encuentra con los pintores de su época.

"Si pudiéramos formar una teoría sobre el retrato literario en las novelas de Galdós, diríamos que, en general, hay un parecido entre los personajes del autor y las generaciones retratadas de las épocas anteriores", dice Alfieri.

En buena medida, aquellos retratos o modelos a los que se refiere el novelista a la hora de trazar sus personajes influyen en ellos, en la manera en la que se desenvuelven y transitan emociones a lo largo de las páginas de sus obras.

La filósofa y ensayista española María Zambrano explica a partir de una acertada reflexión lo que representa en la producción del novelista canario la fusión pictórica del pasado y del presente para de esta manera acercarse al aspecto temporal. "El tiempo con ritmo imperceptible en que transcurre lo doméstico agitado todavía por lo histórico, el tiempo real de la vida de un pueblo que en verdad lo sea, es el tiempo de la novela de Galdós".

El arte pictórico en sus obras obedece a este concepto temporal y sin perder la perspectiva histórica, Galdós alcanza lo que nunca lograron los pintores: trazan el modo de ser de una época contemporánea en sus múltiples aspectos y retratar a la gente que en ella se mueve.