Fue a finales de 2017 cuando abordé el tema denominado en la psicología de Inteligencia Artificial como "Valle Inquietante", del inglés Uncanny Valley, y más originalmente, Bukini no Tani Gensho, término acuñado por el robotólogo japonés Masahiro Mori, en 1970. Estaba reciente el encuentro filosófico que hicimos el filósofo Markus Gabriel y yo, sobre el transhumanismo. Markus Gabriel se reafirmó en la sólida naturaleza ontológica del ser humano, frente a la cual nada implica el pretendido transhumanismo, es decir, la recualificación del ser humano actual superando extraordinariamente todos los límites posibles: manejando el tiempo y el retrotiempo, ampliando el límite de su mortalidad hasta acercarse a la inmortalidad, cruzando el espacio con velocidades superiores a la de la luz, adquiriendo memorias totales de los sucesos del mundo, o superando los límites de la emoción hasta parecer invulnerables, etcétera.

Todo esto, por mucho que se predique, nunca podrá con el hecho ontológico en sí. El hecho ontológico y la lógica misma son, según Gabriel, inatacables e inmarcesibles. Por la vía contraria, Gabriel también criticaba la tesis de David Chalmers o Nick Bostrom, de que la generación de una inteligencia artificial haría que ésta se multiplicara en potencia hasta superar la inteligencia humana y generar una superlógica, que le posibilitaría llegar a rodear y absorber, y a la postre, demeritar, a una lógica humana que pasaría a ser sublógica. Markus Gabriel pronosticaba que es imposible una lógica que supere a la propia lógica, pretensión que equivaldría a querer encontrar una nueva naturaleza de los números: los números son los que son y no podemos encontrar unos supuestos transnúmeros.

De la misma forma, los humanos son lo que son y no podemos encontrar los supuestos transhumanos. Con independencia de que esta discusión sólo ha comenzado, y ya se instaura en la misma base de la ontología, sí que nos vamos a fijar en la extrañeza que ciertas creaciones humanas de inteligencia artificial causan en el propio humano. Y por ello hablamos del Valle Inquietante, que definió Masahiro Mori como el efecto que producen los robots antropomórficos cuando van pareciéndose más a una persona.

En la gráfica estadística, si el parecido a la persona va acercándose al 50%, la sensación de familiaridad se incrementa, y sigue aumentando hasta que ronda aproximadamente el 70%, momento en el que hay una brusca caída de la familiaridad, la cual desaparece y pasa a generar extrañeza, alteridad, miedo y hasta terror. Si este parecido sigue incrementándose, vuelve a retornar la familiaridad en grado creciente y sano a partir de un 90% de parecido. Ésta es la gráfica a la que se ha denominado el Valle Inquietante. Es una transición inmediata y terrorífica que hace pasar de la empatía a la repugnancia. Mori, en 2005, ha llamado la atención acerca de que las estatuas griegas o el Buda sonriente no producen ese rechazo, lo cual señala hacia la falta de movimiento y acción, pero esto no aclara el fenómeno.

En el cine se trata este tema como un problema, pues hay personajes robóticos que han producido el rechazo psicológico del Valle Inquietante: Tin Toy, de Pixar; la película Final Fantasy: The Spirits Within, de 2001, con personajes realistas que llevaban expresiones inacabadas; la película The Polar Express, de 2004, calificada de perturbadora y horrible, por el mismo motivo; la película Tron: Legacy, en 2010, cuando se generó por computadora una versión joven de Jeff Bridges; o el aspecto de Sonic el Erizo, en la película Sonic, de 2019.

Así mismo se buscan otras explicaciones como el mecanismo del inconsciente que percibe una pareja infértil y deshormonada (Green, MacDorman, Ho, Koch, en 2008, y G. Rhodes y L.A. Zebrowitz, en 2002). Otras explicaciones pasan por detectar un miedo innato a la muerte, al adivinarse sistemas mecánicos sin alma, o por aparentar estados de mutilación o desmembramiento que empatizan con situaciones de guerra, o bien se les ve como copias de humanos reales que van a reemplazarnos (MacDorman e Ishiguro, en 2006).

El psiquiatra Irvin Yalom (en Existential Psychotherapy , 1980), hablaba de la defensa del especialismo, que si decae produce angustia existencial, como cuando se desploma la coraza creyente en que la vejez y la muerte alcanzan a otros pero no a nosotros, lo cual posibilita vivir sin angustia; y es ese el efecto que produce el encuentro con el robot que desemboca en el efecto Valle Inquietante.

Finalmente, Freud, en 1919, en Das Unheimliche, que se traduce "lo no familiar", trata el efecto de la inquietud, trayendo a su elucubración los estudios de Ernst Jentsch, de 1906 ( Zur Psychologie des Unheimlichen), lo cual ha sido advertido por Mitchell y Misselhorn, en 2009 y 2011.

Pero ni Freud, ni Jentsch, entraban en las posibilidades actuales que da la robótica de ir acercándose a la fabricación de un robot de parecido humano, ya no sólo en lo físico sino también en lo intelectual y en su determinación de acción física y de software, lo cual, entiendo aquí, estaría detrás del miedo atroz, del pánico, a encontrarnos con un transhumano, un posthumano, o una superinteligencia, un superespectro, o un superfantasma, que sería lo que realmente produciría ese efecto.

Tras el Valle Inquietante, ciertamente, parece que el ser humano empieza a ver ahí materializada una cierta ontología de un ser superior, y percibe lo terrible, lo sublime y lo tremendo.