Darwin demostró hace 150 años que la diversidad en la naturaleza dependía de la coexistencia del principio de estabilidad y contingencia, reflexión que incluiría también al hombre y a su prolongación necesaria, la casa y la ciudad y nos llevaría a pensar que el futuro de los fenómenos urbanos estaría regido por el principio de incertidumbre, por lo tanto, ante lo impredecible de los fenómenos urbanos, solo podemos acercarnos a la idea de un futuro mirando hacia las ciudades más avanzadas. Ciudades como Tokio son lo más parecido a la ciudad del futuro no solo en cuanto a tecnología sino a formas de habitar.

No podemos entender la vivienda del futuro sin la ciudad, la ciudad del futuro será la prolongación natural de la casa, como Tokio que prolonga la vida doméstica hacia unos espacios intermedios entre la escala de la gran ciudad y la casa, pequeñas callejuelas o callejones llenos de vida donde se come o se compra o se lava la ropa y que son como extensiones de lo doméstico y en esos lugares es donde estará la oportunidad de la arquitectura como receptora de una nueva manera de vivir. La casa tal y como la concebimos será cada vez más pequeña aunque mucho más tecnificada y eficiente y muchos de sus usos estallaran en la ciudad.

La arquitectura frente a las catástrofes climáticas

Nos encontramos ante una "realidad incómoda "que proviene del convencimiento de la destrucción inevitable de nuestro planeta. Por primera vez en la historia de la humanidad sabemos que solo es el hombre el causante y aun así seguimos convencidos de que la idea de progreso está ligada al crecimiento a toda costa y a cualquier precio.

El consumo de nuestra costa, la desaparición de nuestro paisaje de dunas, la disminución de nuestros palmerales, y la quema de nuestros pinos, ya no son debidas como en otras épocas a glaciaciones, lluvia de meteoritos, erupciones volcánicas, terremotos o tsunamis, la diferencia con otras épocas anteriores de la humanidad, es que ahora sabemos que estas catástrofes están ligadas a la acción del hombre.

La arquitectura y la ciudad, ante este estado de incertidumbre, también deben asumir su propia obsolescencia como ocurre con la tecnología o con los móviles y estar dispuesta a admitir que los usos y los programas cada vez son más efímeros y variables y a contribuir a la sostenibilidad del sistema con algo más que poner un panel solar en la azotea o fotovoltaicos utilizados como pérgolas en los aparcamientos en superficie.

Los arquitectos de la segunda modernidad, después de la gran crisis que siguió a la Segunda Guerra Mundial en 1950, dieron respuestas a la arquitectura del futuro, algunas de esas ideas se están haciendo realidad, sobre todo en países de gran crecimiento poblacional y desarrollo económico como son los del sudoeste asiático.

Las propuestas de Archigran para la Walking City en la década de los 60, ciudades que caminaban sobre patas, e incluso remaban, no se han llegado a materializar, pero sí han anunciado el reciente fenómeno del nomadismo, que no solo se refiere a las inmigraciones de los países subsaharianos y de América latina sino a la movilidad del domicilio con respecto a la deslocalización del trabajo. También estamos asistiendo a la previsión del traslado de ciudades enteras como Yakarta, la capital de Indonesia que se hunde a un ritmo de 15 cm al año, además de económicamente por motivo de la contaminación del ambiente o la subida del nivel del mar. Movilidad de las ciudades o autodefensa, como el costoso megaproyecto de ingeniería MOSE, para evitar las inundaciones de Venecia, que espera su compleja finalización. Esta muralla de protección en las bocas de la laguna de Venecia que solo se puede justificar ante la inminente desaparición de la ciudad más bella de la humanidad. En ambos casos decimos que son ciudades que se están hundiendo porque no nos atrevemos a decir que es el nivel del mar el que sube.

También la utopía de Archigran de unos artefactos de viviendas colectivas inspiradas en la construcción de las plataformas petrolíferas podía ser también una opción viable en un futuro próximo cuando la subida del nivel del mar nos obligue a soluciones en altura flotantes en el mar, o cuando queden obsoletas esas maravillosas construcciones de ingeniería por el agotamiento del combustible fósil o por su reemplazo por otras energías alternativas.

Fuller, en 1960 con la invención y posterior patente de su cúpula geodésica de cristal, propone cubrir ciudades enteras, como el centro de la isla de Manhattan, con una especie de pulmón de acero de dos millas de diámetro que protegiera la ciudad de la contaminación y de un posible ataque radioactivo y que regularía la temperatura para eliminar la acumulación de nieve en las calles.

Esta utopía se ha cumplido a una escala intermedia: el Edén Project construido en 1996 en Cornualles por el arquitecto inglés Nicholas Grimshaw es un complejo medioambiental y parque botánico privado cubierto mayor del mundo con una extensión 50 HA de una antigua cantera abandonada, y consiste en una serie de gigantescas burbujas, de más de 50 metros de alto realizadas con un nuevo material de elementos reciclados, el Etfe, un producto de la firma Vector Foil de Alemania, que es 99 por ciento más liviano que el cristal y más flexible y duradero. Mas allá del interés de reproducir los climas y las especies tropicales húmedas y los climas calientes y secos más mediterráneos, este proyecto nos hace reflexionar sobre un futuro de las ciudades en el que la contaminación y los climas extremos a los que estaremos expuestos en las próximas décadas nos llevara a este tipo de soluciones que protejan el aire y la naturaleza de nuestras ciudades.

Sabemos según la ONU que el 55% de la población mundial vive en ciudades y que en el año 2050 aumentará al 80% el cambio climático, con huracanes, lluvias torrenciales que hace que las ciudades islas corran especial peligro, desagüe de barrancos, protección de costas, etc.

El hecho de crecer sin remedio nos lleva a la conclusión de que el futuro de la ciudad será vertical, edificios ciudades sobre grandes patas que se desligan de un suelo peligroso e inundable.

Los nuevos edificios híbridos y la extinción del automóvil

Los edificios híbridos son prolongaciones en vertical de la ciudad, son grandes condensadores sociales capaces de albergar diferentes yuxtaposiciones programáticas como vivienda, trabajo, ocio y cultura, son las nuevas incubadoras de las ciudades del S.XXI, tienen la capacidad de ser porosos a la trama urbana, que es la clave para conseguir lugares favorables a los peatones, y son altamente dinámicos y sostenibles, aunque solo sean por consumir poco suelo y hacer innecesario el automóvil, que quedaría sustituido por circulaciones verticales mediante ascensores de alta velocidad.

El primero en plantearlo fue el arquitecto Rem Koolhaas en 1996, con el proyecto del Hyperbuilding en Bangkok, Tailandia, que consiste en una ciudad autónoma para 120.000 habitantes con vivienda, educación, cultura, bienestar, instalaciones médicas, entretenimiento, industria, comercio minorista, conceptualmente heredero de las propuestas de Archigran que se inspiraban en las plataformas petrolíferas. De la misma manera el Museum Plaza construido en 2005 en Kentucky por su socio en NY, REX, desarrolla esta idea de megaedificio que es una ciudad vertical, como un conjunto de varias torres combinadas formando un único sistema, altamente poroso a la trama urbana y con múltiples accesos verticales mediante gigantescos ascensores, que hacen innecesarios los desplazamientos con el coche y que alberga varios hoteles condominios privados, museo, teatros, centros comerciales, restaurantes, etc. En definitiva todo lo que existe en una ciudad.

El hábitat futuro

El arquitecto japonés Sou Fujimoto reflexiona en su libro Futuro primitivo sobre las dos maneras ancestrales y primitivas de habitar, el nido y la caverna. El nido implica un diseño especifico y una propuesta funcional de habitar, sin embargo, la cueva es un habitáculo que ya está hecho y el individuo solo tiene que adaptarse a sus diferentes escenarios, una cavidad para la cama, un hueco para bañarse, un agujero para ver el cielo y extraer el humo algo parecido a las cuevas primitivas aborígenes.

El libro de Fujimoto sugiere también como opción de futuro la recreación de un poblado en ladera en la que se van excavando las células habitacionales, pero en clave tecnológica, lo que él llama la cueva transparente. Para él la cueva representa más la vivienda del futuro, donde el individuo se adapta y redescubre los lugares donde habita, pero además introduce el concepto de gradación, muy presente en la arquitectura tradicional japonesa, suelos que son muebles, porque sirven para sentarse o comer en sus desniveles, agujeros en el suelo que son cocinas, las camas que desaparecen ocultas en los armarios por el día o en los falsos suelos.

Es un hábitat cada vez más tecnificado, pero conceptualmente no difiere de lo primitivo, tendrán ventanas con unos vidrios que además de poseer un gran índice de protección solar y de aislamiento serán además fotovoltaicos y captarán la energía necesaria para el consumo para los electrodomésticos cada vez más eficientes.

Los edificios se protegerán de la contaminación y de las temperaturas extremas por pieles que serán como branquias robotizadas capaces de interactuar mediante sensores fotoeléctricos con el medio exterior.

También los revestimientos de fachada serán capaces de absorber el CO2 del ambiente y de autolimpiarse.

Pero, en resumen, la casa, a pesar de todos los avances domóticos, conceptualmente tiende a parecerse a la cueva primitiva, cada vez más pequeña, pero transformable a lo largo del día. Pero lo más interesante es que sus funciones se prolongarán en la ciudad con otra manera de vivir con espacios y servicios compartidos, sin renunciar a la intimidad.

El futuro y la oportunidad de la arquitectura y de la ciudad estará en esos espacios intermedios entre el interior y el exterior y entre la casa y la ciudad.