Siendo editor, André Gide rechazó un manuscrito de En busca del tiempo perdido. Tras leer el primer capítulo, explicó que no entendía cómo alguien puede llenar treinta cuartillas para describir la manera en que da vueltas y más vueltas en su cama antes de poder conciliar el sueño. Se entiende, pero a veces la literatura encuentra explicaciones en la banalidad. En Proust era sencillamente la belleza, en Karl Ove Knausgard (1968) un poderoso magnetismo que mantiene al lector atrapado en las ansiedades y obsesiones de un autor que, además, se ha permitido asociar todo aquello que late alrededor de su vida, el autolavado de su conciencia, con el mayor desastre de la Humanidad y el ser más aborrecido de la Historia. Después de seis volúmenes y casi 4.000 páginas, este año ha culminado la publicación en español de Mi lucha, las memorias de Knausgard, una epopeya que requiere lectores titánicos dispuestos a rendirse a la hipnosis del hiperrealismo doméstico más emocionante que ha dado la literatura moderna.

Una parte importante de Fin, esta sexta entrega de la serie publicada por Anagrama, gira en torno al precio que paga Knausgard por la descarnada franqueza sobre la muerte de su padre, un respetado profesor y político local, que centra el primer libro. Su tío, Gunnar, amenaza con bloquear la publicación, acusando literalmente a Knausgard de "violación verbal".

La tormentosa tensión que supuso el enfrentamiento con los personajes sobre los que había escrito, sus parientes, y, a la vez, defenderse de la curiosidad insana de la prensa, es descrita con la intimidad radical a que nos tiene acostumbrados el autor, acompasada por el trasfondo doméstico que ni siquiera contribuye a enmascarar el dolor, cuidar a los hijos y atender a una esposa que en la parte final se desarma debido a un trastorno bipolar. Cada día, Knausgard intenta preservar su tiempo de escritura mientras prepara el desayuno a sus hijos, los lleva a la guardería, hace la compra y atiende la publicación del primer volumen de Mi lucha. Estos conflictos internos ejercen una atracción sobre el lector que, una y otra vez, encuentra en las páginas, que son muchas, algo fundamental para la literatura, el arte y la vida.

La familia, la pareja, la paternidad y la escritura, aparecen tejiendo una tela de pensamientos y emociones: es la propia existencia interior que se desarrolla desde el nacimiento hasta la muerte. El título, asociado al pasado más trágico de Europa, empieza por ser una mitologización de lo esencialmente cotidiano que acaba guiándonos por otros derroteros.

En Knausgard sentimos una verdad declarada sin rodeos que seguramente convertirá a sus libros en un monumento literario perdurable. Fin deja, además, reflexiones como esta sobre el verdadero final: "La muerte, la restituidora del gran silencio, es también algo fuera de lo humano, tampoco puede nunca presentarse ante nosotros, porque en el momento en que nos alcanza dejamos de existir, más o menos como lo lingüístico deja de existir cuando lo alcanza lo no lingüístico".

No me atrevería a recomendar una lectura de 4.000 páginas, aunque la historia íntima de Knausgard se puede abrir por cualquiera de ellas, si no fuera del calibre emocional y literario de esta, escrita en tres años a razón de veinte folios por día.

Disponible en 22 idiomas, la obra se publicó en Escandinavia entre 2009 y 2011, y después sucesivamente en el resto de los país donde ha visto la luz. Describe las banalidades y humillaciones de su autor , los momentos más íntimos de placer, y esos rincones oscuros que la mayoría de la gente no soporta siquiera recordar.