La salvadoreña Jacinta Escudos tiene ya una larga carrera como narradora, poeta y autora de penetrantes crónicas periodísticas. No en vano su país, infierno de las "maras", es una peligrosa olla a presión en la que alzar la voz por encima del murmullo del miedo o ir a la compra en el sitio equivocado puede convertirse en sentencia de muerte. En ese magma adverso y con una amplia formación humanística, Escudos (1961) ha ido construyendo una obra marcada por un experimentalismo que en ella se revela como arma de liberación. Lo comprobarán y gozarán quienes se acerquen a los 14 relatos recogidos en El diablo sabe mi nombre, volumen donde lo onírico y lo transgresor se dan la mano para resaltar las hechuras de prisión que tienen las fronteras entre lo masculino y lo femenino, la locura y la cordura o el animal humano y el resto de los seres vivos. Una aventura para lectores intrépidos.