El 50º aniversario de Anagrama ha contribuido no poco a que Lamento lo ocurrido, el nuevo libro de relatos de Richard Ford (Jackson, Misisipi, 1944), sea una primicia traducida al castellano antes de la publicación del original inglés, que no saldrá hasta el próximo año. Una promesa del autor a su editor en España que se hace realidad mediante diez relatos vinculados sutilmente con las raíces irlandesas de Ford. Parece ser que al final hubo que meter un poco de prisa para que todo llegara a buen puerto, así que el título del volumen, que no hace referencia a ninguno de los relatos incluidos, puede que sea un guiño en esa dirección.

Richard Ford, Premio Princesa de las Letras de 2016, es uno de esos escritores bien atendidos por la crítica y no resulta fácil añadir mucho más, sobre todo porque su literatura mantiene las mismas constantes vitales desde Un trozo de mi corazón (1976). Pero quizá sí merezca la pena pararse un momento a pensar por qué a cada libro que publica, sea una novela extensa o un volumen de relatos, nos sigue gustando tanto alguien que no ha variado ni el rumbo ni la perspectiva de su escritura a lo largo de cincuenta años.

Dice Ray Loriga que al final uno tiene que aceptar que es el escritor que es y no soñar con ser otro. Hacer lo que sabe hacer de la mejor manera posible. Richard Ford parece tenerlo claro a lo largo de una dilatada carrera en la que cada libro ha ido a la búsqueda de un lenguaje más simple, más directo, un lenguaje más hablado, para intentar reflejar los momentos cruciales de unas cuantas vidas corrientes. En este sentido, Ford está convencido de que, a menudo, "los momentos importantes de nuestra vida apenas los perciben los demás, si es que llegan a percibirlos". Nuestro gran drama, que no deja de tener su comedia como muy bien sabe Ford, es que la mayor parte del tiempo nadie nos observa, incluso las redes sociales no dejan de ser un juego un poco infantil ante el espejo del portal. Ese ha sido el impulso crucial de la mayor parte de lo que ha escrito durante medio siglo. Y lo ha hecho desde la posición de un narrador testigo que ha dedicado una vida a percatarse de la actitud de las personas y de las cosas que suceden a su alrededor. Sus libros parecen por ello la traducción de un pragmatismo norteamericano cuyo portavoz más destacado sería ese alter ego llamado Frank Bascombe, un instrumento que lo mantiene alerta, que le obliga a prestar atención a lo que le rodea y que volverá a protagonizar su próximo libro.

Si para la mayoría de escritores lo importante es el pasado, Richard Ford dirige sus intereses al presente. Lo verdaderamente valioso para él ha sido siempre lo que estaba pasando justo en el momento de pasar él por allí. Es decir, la confusión de la vida, la muerte como una presencia cada vez más cercana, la relación entre dicha y carga, entre las cosas que ayudan y las cosas que duelen, como decía Henry James.

Lamento lo ocurrido es una muestra más de la grandeza de Ford como escritor y prueba palpable de que ha sido él quien realmente ha sabido leer mejor a Chejov. Además de haber realizado una espléndida antología de sus cuentos, Ford ha sabido dirigir la atención hacia sentimientos adultos que resultarían casi imperceptibles en tiempo real y que abren alternativas morales difíciles de captar en el precipitado directo de nuestras vidas. A diferencia de ese detalle contundente que nos emociona en los relatos de Raymond Carver, en los relatos de Ford parece que lo que pasa es que no pasa nada en ningún momento. No sabemos muy bien por qué asistimos a ese momento concreto de las vidas de unas personas normales o, al menos, que no son nada en exceso.

Lo mejor es leer dos veces relatos como Nada que declarar, Feliz, Rumbo a Kenosha o De incógnito, incluidos en este volumen, para adquirir una nueva conciencia y percatarnos de que la vida es una lucha de indecisiones por alcanzar cierta normalidad, todo ello sin el menor heroísmo. Nos damos cuenta entonces de que la mayor parte del tiempo la gente cae en una inesperada cobardía emocional o se ve atrapada en una dolorosa indecisión moral sin que nadie se percate de ello. Y que no hay desenlace porque la vida sigue. Y que somos gente.