Quizás se pregunten los lectores por qué escribo tanto de zonas remotas y, especialmente, sobre China. No es ninguna fascinación por lo exótico, sino la constatación de que Asia crece y crece, y cuando un país como el gigante asiático prospera de manera continuada durante 30 años, las posibilidades para la buena arquitectura y para las acciones culturalmente interesantes y diferentes se multiplican. No encuentro opciones tan interesantes por Canarias últimamente. La imaginación parece haber quedado en un segundo plano y se echa de menos una mínima velocidad y coraje a la hora de poner en marcha nuevos proyectos. Ni siquiera existe el empuje para acabar bien con los viejos planes e intenciones largamente acariciados, como el Puerto del Puerto de la Cruz, el eternamente pendiente Parque de San Francisco o el Empaquetado de Garachico, por poner solo tres ejemplos del norte de Tenerife. Así que, a falta de buenas noticias para la arquitectura en estas islas, intento al menos hacer llegar a ustedes lo que ocurre fuera, que, quizás, cuando vuelvan los buenos tiempos, podría ocurrir aquí, y en este caso, el ejemplo del que escribimos está en una antigua zona industrial de Shanghai, que, como la refinería, podría transformarse en una maravilla o dejar escapar una oportunidad de oro como ocurrió con Cabo Llanos.

Al contrario que aquí (al menos en la actualidad, pues ejemplos hubo en el pasado de cierta audacia, como el Palmetum o el Tanque) en Shanghái utilizan las antiguas zonas industriales para crear más y mejor ciudad.

Un caso ejemplar es el Long Museum West Bund, diseñado por Atelier Deshaus. El Long Museum es un espectáculo de curvas de hormigón gris claro que actúan como bóvedas estructurales que sostienen la nueva estructura unida al histórico muelle existente para el transporte de carbón en Xuhui, al borde del río Huangpu. Los espacios arquitectónicos creados, minimalistas y luminosos, crean una sensación de inmensidad y altura esplendidas, y la combinación de estructuras y muros que parecen moldeados con acero, el interior y el exterior, lo antiguo y lo nuevo, es lo que le da al museo una singularidad y atemporalidad fascinantes. Las curvas dan al museo una personalidad rara, voluble y hermosa mientras cumplen con su función, es decir, conectar los dos niveles del edificio sin esfuerzo aparente. Esta levedad y ligereza se siente al observar las curvas en el exterior e interior.

La estrategia de Liu Yichun, líder del equipo de arquitectos, para este proyecto fue crear un edificio contemporáneo que también hiciera referencia a la historia del lugar, que fue muelle para el transporte de carbón desde la década de 1950. Utilizaron como una parte más del museo el remanente más prominente del patrimonio industrial del lugar, que es el puente de descarga de la tolva de carbón, de 110 metros de largo, diez metros de ancho y ocho metros de alto,

Segunda oportunidad

En lugar de demolerlo y hacer desaparecer esa historia industrial los arquitectos decidieron hacer de esa estructura histórica el centro de su edificio. No solo enmarca la entrada del museo, sino que alberga un espacio de exposición temporal. Y así, esta reliquia de la cultura industrial de Shanghai que había quedado en desuso, ha tenido una segunda oportunidad, rehabilitando el hermoso objeto que es en sí mismo, una vez finalizados los tiempos de su función original.

Arquitectónicamente, la forma del edificio fue creada repitiendo un elemento, denominado "paraguas de bóveda", columnas de hormigón que se curvan hacia la parte superior que parecen mitades separadas de un mismo arco. Como un rompecabezas que se completa felizmente y nos permite descubrir la belleza del arte que hay en su interior. Hay tres pisos principales. Las galerías de arte contemporáneo se encuentran en los tres niveles, y el sótano también incluye espacios de exposición, albergando también un auditorio y un restaurante con vistas al río.

DULCE XERACH PÉREZ Abogada, doctora en arquitectura. Profesora de la Universidad Europea de Canarias.