Acoso escolar

“A los trece mi hija dejó un escrito de cuatro páginas antes de intentar suicidarse”

Una madre alza la voz para contar el caso de su hija, víctima de bullying en un instituto de Valencia | “Tuve que dejar de trabajar para atenderla, pero nadie piensa en las familias ni nos ayuda”, denuncia

Gonzalo Sánchez

Con 12 años Verónica vomitaba cada mañana por la ansiedad antes de ir al instituto. Empezaron a hacerle bullying con 9, y en segundo de la ESO casi acabaron con ella. "Un día dejó de levantarse de la cama. No quería ir a clase. Se negó a comer, no dormía, no se aseaba, no quería ver a nadie ni salir de su cuarto. Lloraba y escuchaba música. Incluso empezó a caérsele el pelo por la falta de hierro", explica su madre María.

Ambos son nombres ficticios porque prefieren mantener el anonimato. Pero el caso es real. Es la historia de una joven de Mislata, víctima de acoso escolar que derivó en autolesiones y un intento de suicidio. Se trata de un caso similar al que publicó Levante-EMV, del grupo Prensa Ibérica, a raíz de la dimisión de la directiva de un instituto por el "desamparo de Educación" para tratar a 15 menores con conductas suicidas.

La pesadilla de Verónica empezó en tercero de primaria, con unas niñas que le insultaban y acosaban en el patio del colegio. "El centro no me dio ninguna solución, todo siguió igual o peor. Si hubiéramos intervenido pronto esto no habría acabado así", lamenta María. "Llegué a hablar con el director que me dijo que 'la veía bien'".

Esas niñas orillaron a Verónica hasta que se quedó sola en la clase, sin amistades. Pero nunca quiso cambiar de colegio porque tenía más miedo de ser volver a ser rechazada, cuenta su madre. Acudieron a la psicóloga del centro pero tampoco sirvió de nada. "Ellos están preocupados de seguir sus protocolos, y hacen ese trabajo, pero no sirvió para que mi hija mejorara", denuncia María.

En el instituto el bullying continuó porque las niñas que la acosaban pasaron a su clase. "Ahí empezaron los insultos fuertes y delante de más personas, la llamaban puta y cosas peores", explica María. Acabó bajando sola al patio y con más personas de clase acosándola. Aguantó todo primero de la ESO a duras penas, mientras el orientador del centro "tampoco me ayudaba", cuenta.

"Mamá, no quiero ir al instituto"

En segundo de la ESO, Verónica dejó de dormir. "Tenía tanta ansiedad que no conciliaba el sueño, y se levantaba tan cansada que ya no pudo seguir yendo a clase", cuenta. Fue cuando empezó a vomitar muchas mañanas, de la pura ansiedad que le producía ir a clase. Los días que iba, sufría desmayos. Al final dejó de acudir. "Llegó un día que dijo; 'mamá, no quiero levantarme de la cama'", dice María.

No pisó el instituto en un trimestre, y el orientador del instituto no sirvió de ayuda. "Se encerró en la habitación para llorar. Se aisló. No quería comer, ni ir a tomar algo con amigos, no dormía, no se aseaba", remarca su madre. En esa época, incluso, llegó a sufrir episodios muy crueles. "Hubo una vez que varios niños le dijeron que querían quedar con ella para jugar. Después de muchísimo tiempo se ilusionó, se aseó, se vistió y tenía muchas ganas. Lo que hicieron fue llamar al timbre y mientras bajaba irse corriendo", rememora su madre.

Verónica seguía encerrada en su habitación y negándose a comer, así que María la llevó al pediatra. "Cuando la vio la derivó a la Unidad de Salud Mental de Aldaia, donde comenzó a ir al psicólogo y al psiquiatra, y a consumir ansiolíticos y pastillas para la depresión con 12 años".

La joven empezó a levantar cabeza, y llegó a celebrar el cumpleaños con su familia. "Pero el 16 de marzo llegó la pandemia. Al principio se alegró, pero al final acabó encerrada de nuevo", denuncia María. Le diagnosticaron fobia social y un cuadro de depresión y ansiedad. Pero dejó de tomar la medicación.

En diciembre de 2020, con 13 años, intentó quitarse la vida y dejó una nota de despedida de cuatro páginas. Acabó en el hospital de Manises y luego en la Fe. Después, su madre descubrió que llevaba tiempo anotando sus ideas en una agenda. "Había frases como 'todos me hacen daño' o 'nunca me había sentido tan mal', al leerlo se me cayó el mundo encima y ya no sabía qué hacer", cuenta su madre, que además estaba entonces embarazada de 8 meses.

"Nadie piensa en las familias"

María usó su baja de maternidad para cuidar de Verónica, después dejó el trabajo y usó el paro, luego el subsidio... Se queja de que "nadie piensa en las familias. Yo no podía trabajar teniendo a mi hija así, no la podía dejar sola, con el peligro de que hiciera cualquier locura", cuenta. "Es verdad que se centran mucho en el problema de salud mental, pero ¿Cómo le das de comer si dejas de trabajar para cuidarla?", denuncia María, que durante todo este proceso no ha recibido ni un solo subsidio de servicios sociales y ha tenido que tirar con sus ahorros.

En uno de estos procesos "sufre mucho toda la familia". "Incluso sus hermanas, se aisló tanto que se distanció hasta de ellas", remarca su madre. "El apoyo tiene que ser 24 horas. Yo me levantaba muchos días a las 3 de la mañana solo para comprobar que estaba en su habitación, con una ansiedad terrible todo el rato", recuerda.

Afortunadamente la historia de Verónica tiene un final feliz. Un psiquiatra de la sanidad pública que la visitaba casa semana, conectó con ella. Ahora mismo tiene 16 años y sigue aislada, aunque cada día menos. "La convenzo algunos días para ir al gimnasio y vuelve a tener amistades, y ahora está preparando las pruebas para acceder a un grado medio y volver a estudiar".

A pesar de todo, Jana no puede evitar pensar en los daños casi irreparables hacia su hija, y en qué habría pasado en caso de haberlo detectado rápido, en tercero de primaria. "No me hicieron caso en el colegio, y los orientadores no te ayudan. Hace falta gente que sepa, es cuestión de vida o muerte, porque mi hija no lo consiguió, pero luego ves en las noticias al niño y a la niña de Terrasa que saltaron, u otros niños que se quitan la vida, y no hay derecho", sentencia María.

La madre incluso se ofrece para prestar ayuda a los padres que estén comenzando a pasar por esta situación. "Hay muchos problemas que le ocurren a los hijos y que los padres no se dan cuenta. Nosotros también debemos aprender a verlos, porque si no esta generación se nos puede ir", reivindica.