Abusos en el curso 1999-2000

Exalumna agredida sexualmente por compañeros: "Los Maristas decían que yo los provocaba"

Una antigua alumna del colegio de la Inmaculada revela que los ataques sufridos cuando cursaba tercero de ESO le provocaron secuelas que siguen vigentes más de veinte años después

Agredida sexualmente por los compañeros de clase en Los Maristas de la Inmaculada de Barcelona durante el curso 1999-2000.

Agredida sexualmente por los compañeros de clase en Los Maristas de la Inmaculada de Barcelona durante el curso 1999-2000.

Guillem Sánchez

Lo que sufrió ese día en una clase de tercero de ESO de los Maristas de la Inmaculada de Barcelona no fue algo nuevo, pero sí más grave. Y también fue lo que sumió a Paula en el desconsuelo, que no pudo seguir ocultando en casa. Fue durante el curso escolar de 1999-2000. Las clases habían terminado y Paula, mochila a la espalda, andaba a las cinco de la tarde junto al resto de alumnos por uno de los pasillos del colegio, en dirección a la calle. Al pasar por delante de la puerta de un aula vacía, la agarraron por la fuerza del brazo y la metieron en aquella clase a oscuras. "Eran los chicos de mi clase", recuerda en una entrevista con EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica, que tiene lugar en una cafetería de Barcelona, más de veinte años después. La acorralaron en una esquina y comenzaron a meterle mano. También por dentro de la ropa. "Unos me sujetaban los brazos por detrás para que no pudiera moverme y los otros me tocaban", explica.

Paula no sabe cuánto duró aquella agresión grupal. Pero no ha olvidado que en algún momento fue capaz de alzar la vista y de ver, mientras la acosaban, a varias de sus compañeras de clase junto a la puerta: "Se estaban riendo de mí".

El desconsuelo

Para desvestirla, los chicos tuvieron que soltar sus brazos, un instante que aprovechó para zafarse y huir. Natalia, una compañera de Paula que ese día la esperaba al final del pasillo para salir juntas del colegio y que no sabía por qué se demoraba, mantiene grabada con nitidez en la memoria la secuencia de su amiga apareciendo al fin, con ojos de terror, corriendo. Natalia acompaña a Paula durante la entrevista con este diario. Y confirma que, muchas de las cosas que cuenta Paula, ella las presenció y sucedieron tal como las relata.

"Esa tarde me senté en el sofá y comencé a llorar. No podía parar", prosigue Paula. La madre de Paula, que también ha accedido a acudir al encuentro con EL PERIÓDICO, explica que encontró a su hija en el sofá "con la cara desencajada". "¿Qué te pasa?", dice que le preguntó una y otra vez, hasta que al fin Paula se rindió y se lo contó, todo: lo que había sucedido aquella tarde y lo que llevaba viviendo desde que comenzó el curso.

El cambio

"Con 12 o 13 años mi cuerpo cambió, dejó de ser el de una niña para ser el de una mujer", detalla Paula, que no era de las chicas populares de la clase pero que, al desarrollar aquellas curvas antes que el resto, se colocó en el punto de mira de los chicos que mandaban. "Me perseguían cada día, a todas horas, para tocarme", asegura. "Tenía que huir de ellos incluso durante la clase. Recuerdo un día, creo que era durante la asignatura de Matemáticas, que tuve que escapar saltando de un pupitre a otro. Y el profesor acabó regañándome a mí".

"Le dije que había saltado por las mesas porque querían tocarme y me respondió que eso era porque yo los provocaba. Tuve que sentarme y quedarme quieta mientas cuatro de ellos siguieron tocándome hasta que terminó la clase". Esa fue quizá la peor parte de los abusos: que cuanto sufrió aconteció frente a los ojos de los profesores y, aunque algunos trataron de ayudarla, otros parecían ser cómplices de su hostigamiento, ante el cual la dirección se puso de perfil. "Un hermano marista hizo que me asomara al recreo desde una barandilla. Me dijo: 'desde aquí, se te ve todo'", recuerda que le soltó, aseverando que la perseguían por cómo vestía.

El alejamiento

Los padres de Paula, tras el grave acorralamiento que fracturó un silencio que hasta entonces había sido granítico porque vivía atenazada por la culpa, acudieron al colegio. El tutor los escuchó y, al cabo de unos días, "avergonzado", subraya la madre de Paula, les dijo "que ni los padres de los chicos lo veían tan grave ni el colegio veía con buenos ojos denunciar los hechos".

La dirección de la Inmaculada instauró durante el curso siguiente, el último que Paula estudió en los Maristas, una orden de alejamiento de los implicados con la menor. "Tenían prohibido acercarse a menos de un metro", asegura Paula, que dejó de estar perseguida pero que en lugar de sentirse acompañada notó que se había convertido en un problema para el colegio.

El cuerpo

Paula trató de combatir sus cambios corporales con camisetas anchas y jerséis holgados. E incluso llegó a vendarse los senos para disimularlos. No sirvió nunca de nada. Hasta la agresión grupal, fue perseguida en cada recreo y también durante las clases. "Se habla mucho de las secuelas que dejan los abusos a corto plazo. Pero también los dejan a largo plazo. Y afectan también a las personas que tienes al lado. He sufrido yo, sufrieron mis padres. Y ha sufrido mi pareja", relata ahora Paula, tras meses de terapia iniciados al desarrollar un grave trastorno alimentario. "El psicólogo indagó en qué podía estar provocándome ese trastorno y acabó encontrando lo que pasó en los Maristas", explica. "Culpaba a mi cuerpo por haber provocado que me hicieran daño".

Esa ha sido la secuela a largo plazo, de la que ya se recupera poco a poco. A corto plazo, se convirtió "en una mala persona", admite. Un año después salió de los Maristas e ingresó en un instituto, del que fue expulsada por mal comportamiento y tras hacer daño a compañeros de clase. "Si pudiera, les pediría perdón por lo que les hice", asegura. "Pensé que si siendo buena me había pasado eso, siendo mala lo evitaría", lamenta.

Edu Carratalà es psicoterapeuta sistémico y es quien ha tratado a Paula. "Los problemas de relación con la propia imagen son frecuentes entre personas que han sufrido abusos sexuales en la infancia", afirma. Cuando estos abusos, además, se dan frente a "figura protectoras" que los consienten, "se consolida el trauma". "Las víctimas, si fallan estos protectores –que en un colegio son los profesores– pasan de creer que el mundo es un lugar que tiene a peligros a creer que se merecen lo que han sufrido", argumenta.

Paula, un nombre falso para una mujer que ahora también es madre, había seguido de lejos la investigación de EL PERIÓDICO del 'caso Maristas', que descubrió abusos sexuales sufridos por más de un centenar de alumnos y que se zanjó con 51 denuncias policiales contra 18 docentes. Ha contactado con este diario porque quiere saber si también hay más casos como el suyo, de alumnos agredidos sexualmente por compañeros de clase ante profesores que culparon a las víctimas.

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