El gran buque oceanográfico se ha puesto a disposición de la investigación policial del secuestro de las pequeñas Anna y Olivia, siendo la primera vez que este recurso se utiliza para localizar personas. Gracias a su colaboración, hoy se conoce el desenlace de este cruento crimen vicario.

Trece días de búsqueda intensiva en un océano abrupto y profundo han logrado esclarecer los trágicos hechos que envuelven el secuestro y posterior asesinato de las pequeñas tinerfeñas Anna y Olivia, de uno y seis años. Tras trece días sondeando día y noche, a baja velocidad y en zigzag la costa frente a Santa Cruz, se ha hallado el cuerpo de la mayor de las dos, dentro de una bolsa de deporte que su padre, Tomás Gimeno, lanzó al profundo océano Atlántico, una vez que acabó con su vida, como parte de un crimen machista y vicario. Los trabajos de búsqueda a bordo del Ángeles Alvariño, en coordinación con la Guardia Civil y el Instituto Español de Oceanografía (IEO), van a terminar este próximo lunes. Sin embargo, se dilatarán todo lo que sea necesario para intentar encontrar los restos de la pequeña Anna y el padre y asesino de ambas niñas.

Zona rastreada por el 'Ángeles Alvariño'. E. D.

El Ángeles Alvariño zarpó el pasado 23 de mayo de las costas de Vigo, donde se encuentra su puerto base, cercano al Centro Oceanográfico de la región y de otras instituciones científicas marinas. El buque hizo una parada de repostaje en el puerto de Cádiz y tan solo unos días después arribó a Canarias. El barco atracó en el Dique Sur del puerto de Santa Cruz el 29 de mayo, un mes y dos días después de que se produjera el secuestro de las pequeñas por parte de su padre y aún cuando muchas hipótesis se mantenían abiertas. Al día siguiente, los responsables del buque y la Guardia Civil mantuvieron una reunión de coordinación para comenzar poco después los trabajos en los fondos marinos más cercanos al muelle deportivo de Santa Cruz de Tenerife, donde Tomás Gimeno fue visto por las cámaras de seguridad por última vez.

Así funciona la sonda multihaz.

Así funciona la sonda multihaz. E. D.

La ciencia al servicio policial.

Es la primera vez que un recurso científico como el gran buque oceanográfico se utiliza para localizar personas en nuestro país. La puesta en marcha cuesta cada día unos 10.000 euros –correspondiente al coste de la tripulación, víveres y gasoil – y la embarcación puede funcionar de forma autónoma hasta 20 días. El buque oceanográfico, que toma el nombre de la prestigiosa científica española Ángeles Alvariño González, mide 46,7 metros de eslora, lo que lo convierte en una de las dos embarcaciones más grandes con las que cuenta el Instituto Español de Oceanografía. Del mismo tamaño es el Ramón Margalef y juntos conforman la flota que el IEO cede a Canarias dos veces al año para realizar sus investigaciones oceanográficas. En condiciones normales, en el buque navegan 14 tripulantes y técnicos y 13 científicos. No obstante, para esta misión especial, también han estado presente parte del cuerpo de guardias civiles, quienes organizan la búsqueda.

La ecosonda da respuestas

Este buque está equipado en el fondo de su casco con una ecosonda de presión que le permite captar cualquier anomalía que se encuentre en el fondo marino. Este modelo –Ecosonda Multihaz EM 710– es capaz de emitir simultáneamente una gran cantidad de ondas acústicas que a su regreso se convierten en impulsos eléctricos y permiten dibujar un mapa del fondo. El sonar de barrido lateral es un equipo que se suele utilizar en investigación geológica marina, dado que proporciona una imagen muy precisa de lo que hay en el fondo, tanto del tipo de como tipo de morfología. También se usa en arqueología submarina porque permite la detección de objetos con mucho detalle, desde barcos hundidos hasta ánforas, lo que da una idea de la precisión del aparato.

Rastreo a baja velocidad

Este proceso se puede repetir hasta 100 veces por segundo, sin embargo, para llevarlo a cabo eficazmente, el barco debe avanzar una velocidad muy reducida, de apenas 2,3 nudos (4,5 kilómetros por hora) hacia atrás y 3,5 nudos hacia delante (6,4 kilómetros por hora). Como comparación, los fast ferry que recorren el Archipiélago suelen viajar a una velocidad de unos 38 nudos, lo que supone más de 70 kilómetros por hora. Esta lentitud es lo que permite a la sonda llevar a cabo varias pasadas sobre un mismo punto para ganar resolución y marcar calles paralelas que se van solapando. Además, con este mapa del subsuelo se pueden detectar anomalías de hasta tres centímetros. Su precisión es tal que en la primera área de búsqueda –ubicada más cercana a la Dársena Pesquera de Santa Cruz– se encontraron unos restos extraños que finalmente resultaron ser deshechos.

Un robot que graba en HD

Cuando el sensor notifica que ha encontrado algo fuera de lugar en el fondo, el Liropus 2000 entra en juego. Se trata de un robot no tripulado construido para realizar tareas de inspección y recogida de muestras hasta una profundidad de 2.000 metros, aunque debidamente adaptado, puede sumergirse incluso a 3.000 metros de profundidad. Este aparato, que además cuenta con una cámara de alta resolución (formato HD), ha sido muy útil en la zona que se está escrutando, dado que es geológicamente muy abrupta. De hecho, los registros sísmicos muestran que el fondo está conformado por basaltos volcánicos que a tan solo 700 metros de costa pueden llegar a los 100 metros. En el lugar donde se están ejecutando las tareas, la profundidad oscila entre los 600 y los 1.700 metros. Gracias a las labores de búsqueda con estos dos aparatos científicos, la Guardia Civil encontró la botella de buceo y un edredón, ambos pertenecientes al filicida, Tomás Gimeno. Esta pista fue la que logró que tan solo unos días después se pudiera hallar el cuerpo sin vida de una niña, que las huellas dactilares han confirmado posteriormente que es Olivia.

La pieza clave y millonaria

Adquirido por el Instituto Español de Oceanografía en 2010, este Vehículo de Operación Remota (ROV) fue fabricado por la empresa escocesa Sub-Atlantic. El pequeño aparato está valorado en cerca de 1,8 millones de euros, la institución científica española le cambió el nombre original, Super Mohawk, por el de Liropus 2000 en homenaje a un crustáceo marino. Gracias a esta novedosa adquisición, los científicos canarios pudieron observar como nunca el volcán submarino Tagoro durante su erupción de 2011, en La Restinga (El Hierro). A día de hoy, los investigadores siguen utilizándolo para saber cómo evoluciona el ecosistema que se ha creado alrededor del volcán. El dispositivo está dotado con un potente sistema de iluminación, cámaras de altas prestaciones, dos brazos manipuladores hidráulicos de precisión, un sistema de succión para muestras líquidas y gaseosas. El aparato viaja dentro de una carcasa de más de dos metros de altura por un metro de ancho. Toda la estructura permanece conectada a través de un cable con el buque, donde se visualizan las imágenes que va emitiendo el Liropus desde el fondo a tiempo real. El aparato es tan preciso que logra hacer sus maniobras hasta en condiciones de mar adversas. Estos mecanismos científicos seguirán siendo claves en los próximos días para poder hallar a la pequeña Anna y a su cruel asesino, el tinerfeño Tomás Gimeno.