No hay un delito más grave, horrendo y perturbador que un padre acabe con la vida de un hijo. En el caso de Amiel, de tres años y medio, y su hermana Ixchel, de seis meses, son sus dos progenitores los que se sientan este lunes en el banquillo como acusados del doble asesinato de Godella (Valencia), por matar a golpes a los pequeños "actuando de común acuerdo, haciendo y dejando hacer el uno al otro", según sostiene la Fiscalía.

Todo está listo para que comience la selección del jurado popular que deberá determinar el grado de participación de uno y otro. La madre, que sufrió un brote agudo de la esquizofrenia paranoide que padece, es inimputable al no ser consciente de sus actos cuando acabó con la vida de sus hijos, según acreditan los informes psiquiátrico forenses. Es por tanto en el otro acusado, el padre, donde se centrarán las claves de este juicio que ha congregado a multitud de medios de comunicación dada la conmoción que generó el asesinato de los menores en marzo de 2019 tras un supuesto ritual de ‘regresión de las almas’.

Pese a la ausencia de pruebas biológicas contra el padre, una serie de indicios lo incriminan por fomentar en su pareja unas creencias místicas y la idea de que la única forma de salvar a los pequeños era con un "baño purificador" para luego hacerlos revivir. Estos indicios apuntan que o bien colaboró activamente en los crímenes o, al menos, dejó hacer a su pareja, tras fomentar en ella unas creencias místico religiosas para que sacrificara a sus propios hijos, como única forma de protegerlos de una supuesta secta que les perseguía, bajo la premisa de la posterior regresión tras sus muertes.

Gabriel Salvador C. A. se enfrenta a una pena de 50 años de prisión por su presunta "participación activa" en el doble infanticidio, tal y como adelantó en exclusiva Levante-EMV, 25 años por cada uno de los asesinatos, aunque el máximo de cumplimiento de las penas sea de cuarenta años, según la petición del Ministerio Fiscal. Para María G. M., al ser inimputable por el trastorno esquizofrénico de tipo paranoide que padece, el fiscal solicita su absolución y una medida de internamiento en un centro de tratamiento médico adecuado a su enfermedad mental por un periodo máximo de 25 años.

El hallazgo de los cuerpos

A las 19.30 horas del 14 de marzo de 2019, y tras horas de angustiosa búsqueda en la que participaron más de un centenar de efectivos, los cuerpos sin vida de Amiel e Ixchel eran encontrados enterrados en dos pequeños túmulos no muy lejos de la casa de campo de Godella en la que vivía la pareja como okupas desde hacía dos años. Gabriel y María habían arreglado la vivienda hasta hacerla habitable para los niños, los cuales a los ojos de sus amigos y familiares estaban bien cuidados.

No obstante, hubo una persona, la abuela materna de los pequeños, que sí se percató del riesgo que corrían los menores de un tiempo a esta parte, debido el empeoramiento de la salud mental de su hija y a la nula capacidad de su yerno para cuidarlos. Además, Gabriel, con un carácter manipulador y con gran ascendencia sobre María, según acreditarían posteriormente los informes psiquiátricos, habría agravado el estado mental de ésta —ella no estaba diagnosticada y únicamente había sido tratada por una depresión posparto— inculcándole unas extrañas creencias místicas relacionadas con la mitología maya o haciéndole creer que los niños eran víctimas de abusos sexuales.

Unos crímenes que se podían haber evitado

Pese a la denuncia que interpuso la abuela de los niños en un juzgado de Valencia, donde alertaba de que ambos progenitores llevaban tres semanas sufriendo "un estado psicológico alterado y delirante", y a una serie de episodios en los días previos a la tragedia que ya hacían ver que algo no iba bien, como el mensaje que María le envió a su madre 65 horas antes de los asesinatos: "Me voy a reunir con el Creador", ni los servicios sociales, ni la policía, ni el propio juzgado adoptó medida alguna a tiempo de evitar el fatal desenlace.

Según la versión del acusado cuando se despertó de madrugada, ya con el amanecer, los niños no estaban. Mantiene que hasta ese momento, en el que nota como si María acabara de entrar en la casa, no se había percatado de la ausencia de los pequeños. "Tranquilo, están en paz, están con Dios", le respondió su pareja cuando le insistió para que le dijera dónde estaban.

Un relato poco creíble

Sin embargo, su relato resulta poco creíble para la Fiscalía, primero porque estaban los cuatro durmiendo en la misma cama en un espacio muy reducido, y no es verosímil que la madre pudiera sacar a los dos pequeños sola, matarlos a golpes, enterrarlos y volver a acostarse como si tal cosa sin que Gabriel se percatara de ello. Más aún teniendo en cuenta que reconoce que habitualmente hacían vigilias y que dormía "con un ojo abierto", supuestamente para que la "secta" no se llevara a los niños, aunque posteriormente en su declaración judicial matizó que era como medida de prevención ante posibles robos.

También resulta intrigante su actitud tras descubrir que su pareja supuestamente ha matado a los niños, sin telefonear para pedir ayuda e informar de lo ocurrido, y su total falta de colaboración con los investigadores para ayudar a localizarlos, salvo una indicación que dio, "junto al algarrobo hueco", en el que fue encontrado el mayor de ellos, lo que acredita que sí sabía donde estaban los cuerpos.

Después de las detenciones e ingresar ambos en prisión provisional, Salvador solicitó numerosos vis a vis con la madre de sus hijos, que le fueron denegados, lo cual choca con el supuesto sentimiento de odio que mostró hacia ella por matar a los niños, que reflejaron los forenses en su informe psiquiátrico, en el que descartan que en su caso padezca una enfermedad mental que lo exima de responsabilidad.

Anotaciones sobre una ofrenda de sangre

Entre las pruebas físicas recabadas por los investigadores del grupo de Homicidios de la Guardia Civil que apuntan directamente a la implicación del padre de los niños en el doble crimen está un cuaderno rojo hallado en la casa con anotaciones en las que se invoca a la máxima deidad maya y se detallan pasajes del sacrificio de los menores con una ofrenda de sangre.

En dicho cuaderno, cuya pruebas grafológicas atribuyen su caligrafía a Gabriel C. A., aparece el nombre de la hija pequeña, Ixchel, en un pasaje donde habla de su muerte y de la regresión de las almas.

Asimismo, también se intervino numeroso material relacionado con la mitología maya en el ordenador personal y una memoria USB que el propio acusado reconoce que solo usaba él. Entre el contenido analizado por los investigadores se habla de baños purificadores, de la reencarnación de las almas y de ofrendas a los dioses maya con el sacrificio de menores a los que mataban con piedras.

Precisamente, en los informes de autopsia los forenses concluyen que ambos hermanos murieron de sendos traumatismos craneoencefálicos, con múltiples fracturas craneales y lesiones encefálicas, tras ser golpeados con un objeto contundente —bien podría ser una piedra— o tras haberles propinado fuertes golpes en la cabeza contra el suelo.