Ocho años y medio de prisión y nueve de alejamiento y prohibición de comunicarse con su víctima, además del pago de las costas. Es la condena impuesta a un individuo que fue durante 15 años conserje del colegio de una congregación religiosa de un municipio de València, este diario omite el nombre del centro, también condenado, así como el municipio donde se encuentra para preservar la identidad de la víctima, situación que aprovechó para abusar sexualmente de una niña de apenas nueve años, situación que se prolongó por espacio de casi año y medio.

La víctima, que creció en un hogar, recuerda el tribunal, "con un padre violento y ausente y una madre sobrepasada por las circunstancias", nunca se atrevió a denunciar, y vivió los abusos en silencio hasta que, cuando tenía 19 años, se cruzó por casualidad en la calle con el pederasta, quien trató de nuevo de entrar en contacto con ella.

Muerta de miedo, huyó y se refugió en casa, donde contó a su madre, por primera vez en su vida, las agresiones de que había sido objeto en su infancia. La madre, que 10 años después ya había superado la problemática situación familiar -tenía dos hijos, la chica y un niño dos años mayor que ella-, la acompañó en ese mismo instante al cuartel de la Guardia Civil más próximo y la joven denunció, por fin, la situación de la que había sido víctima.

Los hechos en los que el tribunal se ha basado para imponerle la condena a Vicente Agustí P. I. se remontan a 2006 y 2007, cuando la pequeña tenía entre 9 y 10 años. La sección segunda de la Audiencia de València, que enjuició el caso el pasado junio, deja claro que los hechos probados constituyen un delito continuado de abuso sexual con acceso carnal a una víctima especialmente vulnerable, tanto por su edad -menor de 13 años-, como por sus circunstancias familiares.

Tanto en la denuncia, como durante el proceso judicial, en el que la joven y su madre han estado acompañadas por el letrado Serafín Pons como acusación particular, la víctima detalló de manera pormenorizada varios de los episodios que se habían producido en su infancia, hasta el punto de que el tribunal le ha dado absoluta credibilidad por su coherencia.

El ahora condenado aprovechaba la confianza previa que tenía con la madre y su familia para abusar de la niña cuando él la guardaba, supuestamente, en su garita las tardes en que la madre llegaba tarde a recogerla, algo que sucedía con gran frecuencia, o cuando debía darle el almuerzo, como le había pedido la progenitora, quien le dejaba al agresor la comida con antelación.

La situación acadadémica de la pequeña se complicó hasta tal punto en esa época, a raíz de los abusos, que la madre acabó por sacarla del colegio.

En 2016, un día que caminaba por la calle, el acusado, 48 años mayor que ella y ya jubilado, la interceptó y la agarró por el brazo, conminándola a que le facilitara su teléfono y su dirección. La chica se zafó y huyó despavorida mientras él la perseguía. Fue entonces cuando, muerta de miedo, le contó a su madre todo lo ocurrido.

Como consecuencia de aquello, la joven sufrió una "depresión de intensidad grave, con hipersensibilidad, tendencia al llanto, desánimo y desesperanza". Hoy en día continúa en tratamiento, que aún se prolongará por espacio de bastante tiempo.

El acusado, que pasó menos de un mes en prisión preventiva, aún puede recurrir la sentencia, así que, de momento, no volverá a prisión para cumplir esos ocho años y miedo de cárcel.