Los helicópteros del Gobierno de Canarias, del Cabildo de Gran Canaria y del Ministerio de Medio Ambiente se sucedían ayer domingo sobrevolando de un lado a otro la cumbre de Gran Canaria, apareciendo entre el humo cargados de agua y de las esperanzas de los tres municipios que amanecieron en vilo por la reactivación del fuego hasta nivel 2: Artenara, Gáldar y Tejeda. Trataban de aprovechar las horas de luz antes de que llegara la oscuridad de la noche para mimetizarse con la negrura de un paisaje convertido en desolación y silencio, roto únicamente por las sirenas de los efectivos de la UME y los bomberos que hacían los propio desde tierra.

El casco urbano de Tejeda, por ejemplo, vivía anoche bajo un silencio que de no ser por el fuerte viento y por el crujir de la vegetación por el incendio que la calcinaba sería sepulcral. Sólo había dos epicentros donde se escuchaban los murmullos de los vecinos que se reunían para pasar la noche en compañía o para seguir la evolución del fuego.

En el albergue de Tejeda, un coqueto edificio remodelado con el que el Ayuntamiento busca acoger a los turistas que acuden al pueblo con la esperanza de encontrar tranquilidad y naturaleza y que fue abierto para acoger a las dos centenares de personas que habían sido desalojadas de los barrios de La Culata, Peña Rajada, El Rincón, Las Crucitas, El Majuelo y La Erilla; o el Restaurante Gayfa, que no cerró durante toda la noche para atender las necesidades de los afectados y de los recursos de emergencia. Josefa Cárdenes, a sus 82 años, no perdía la sonrisa en el hospedaje municipal. Vecina de Lomo los Santos, un barrio situado en la entrada al casco urbano, combatía la angustia con un "agüita guisá de hierbaluisa". "Estaba acostada y la Guardia Civil vino para que desalojáramos la casa", cuenta acompañada por su hija, María del Mar Marrero. Josefa reconoce que ni se enteró del incendio, que se acostó a dormir y que cuando llegaron los agentes fue cuando se dio cuenta de la cercanía de las llamas.

Mientras, en esas horas fatídicas en las que el fuego pasó de estar perimetrado en un 85% a quedar a merced de unas condiciones meteorológicas con adversidad en aumento, Manuel Quintana, vecino de Artenara, tuvo que abandonar un acto festivo con los mayores del municipio con motivo de las fiestas de la Virgen de La Cuevita y salir corriendo para avisar a su mujer y a su nieta de 12 años de que serían desalojados, primero al almacén municipal y posteriormente a la iglesia de Candelaria en Acusa, donde pasaron la noche junto a sus vecinos. "No parábamos de mirar hacia aquí y veníamos el resplandor del fuego", rememora Quintana.

Temió perderlo todo, su vivienda -a pocos metros de donde se originó el incendio- y su pequeña explotación caprina. Animales que no pudo liberar ni llevarse consigo, al contrario que sus perros, Nene y Lucky, que le acompañaron en el desalojo. Sin embargo, para su alegría, las cabras se habían refugiado en una cueva próxima al establo, gracias a lo que pudieron salvar su vida. "Pensaba que con el humo y el calor del incendio se morirían, pero sobrevivieron porque se metieron en una cueva vacía y no en la que está el pasto", relata. Todavía con el miedo en el cuerpo y la ropa cubierta de hollín, Quintana asegura que en los 35 años que lleva viviendo en Artenara y colaborando con la Consejería de Medio Ambiente del Cabildo grancanario, "nunca había visto un incendio tan voraz y rápido".

Encerrado en su casa

Por su parte, Carmelo Quintana se mantuvo ajeno a las instrucciones de evacuación de la Guardia Civil, Policía Local, Protección Civil y Ayuntamiento de Artenara, y permaneció encerrado en su vivienda con el fuego a pocos metros. "Yo no sabía que el fuego venía para abajo", hacia el diseminado Lomo Cuchara, "pero cuando lo vi pegado a mi casa me disloqué y a las dos de la mañana mi mujer y yo empezamos a activar las bombas de agua y a mojar por todos lados, hasta las cinco". Relata que "esto parecía el fin del mundo, no nos podíamos ir a ningún lado porque estaba todo ardiendo", aunque asegura, con la tensión todavía en el cuerpo y signos evidentes de nerviosismo, que "una cosa es contarlo y otra verlo, en 45 años viviendo aquí hemos visto fuegos grandes en la cumbre, pero jamás un incendio como este". Fueron sus hijos quienes alertaron a la Guardia Civil de que Carmelo y su esposa permanecían en la casa "pero cuando llegaron estaba todo tranquilo y solo quedaban rescoldos".

En Gáldar, el fuego avanzó a lo largo de la noche hasta rodear las inmediaciones de El Tablado, barrio cercano a Juncalillo. Los vecinos de los altos galdenses siguieron con preocupación la evolución del fuego durante todo el sábado. "El incendio parecía que estaba controlado, pero por la noche se avivó", asegura el evacuado José Manuel García, que pasó la noche en la residencia escolar Manuel Sosa Hernández junto a un centenar de desplazados.

El viento y la retirada de los medios aéreos provocó la propagación de las llamas por los altos de Gáldar. Algunos vecinos ya habían sido desalojados y esperaban noticias en Caideros, pero muchos otros se negaron a abandonar sus casas. "No parecía que el fuego fuese a afectar El Tablado", afirma García.

Pasada la medianoche del sábado, los propios vecinos decidieron que no era seguro. "Las llamas pasaron por encima de la casa", detalla García, quien asegura que es el vecino "de la punta de arriba" del municipio de Gáldar. "No hay nadie más por encima de mí", añade.

Este vecino tuvo que dejar todo atrás por el fuego. Se marchó con lo puesto y sus animales fueron víctimas de las llamas. "Por suerte mi hijo pudo desamarrar al perro, que no sabemos cómo está, pero las gallinas y los conejos se habrán quemado todos", explica apenado García, que ya ha pasado dos noches fuera de su vivienda y sin noticias del estado en el que se encuentra.

En El Tablado las autoridades no ordenaron la evacuación, sino los propios residentes. "Por la tarde los helicópteros tenían el fuego controlado, o eso parecía, que no iba a haber ningún peligro", señala Jesús García, que subió desde Las Palmas de Gran Canaria para rescatar a su padre, Leonardo, de más de 90 años.

Ambos pasaron la noche en la residencia escolar Manuel Sosa Hernández, donde el Ayuntamiento de Gáldar y Cruz Roja han habilitado un albergue para los afectados por el incendio. "Al principio no sabíamos a dónde ir, en Caideros nos informaron de dónde podíamos pasar la noche", explica García.

Ayer, muchos de los que pasaron la noche en el casco galdense subieron para informarse del estado de sus casas. "La policía tenía los accesos cortados", comenta García, que no pudo saber si el fuego había afectado a El Tablado. "No sabemos cómo están las casas ni nuestros terrenos", lamenta.