La rebeldía como brújula: vida y lucha de una mujer feminista

Belarmina Martínez es un referene por su activismo en la causa feminista. Acaba de recibir el Premio ‘Estamos con ellas’ del Cabildo de Tenerife en Igualdad por su amplia trayectoria.

Belarmina Martínez

Belarmina Martínez / ED

Santa Cruz de Tenerife

Hablar con ella es abrir una puerta a la historia vivida. No sólo la ha leído sino que la ha hecho en primera persona. Con claridad y sin temor, recuerda los años oscuros del franquismo, la vergüenza colectiva y la transición como una construcción paciente en la que participó de forma activa. Belarmina Martínez González nació en 1941 en Colinas de Trasmonte, un pequeño pueblo de Zamora, en el seno de una familia numerosa y campesina. Se educó con monjas en Salamanca, se formó en la capital de su provincia natal y emigró a Madrid «en busca de libertad». Su vida laboral estuvo marcada por la lucha obrera y sindical, siendo despedida más de una vez por organizarse y organizara otras mujeres.

Feminista «desde la infancia» impulsó durante la democracia centros de formación para mujeres en Canarias a donde llegó en 1982, básicamente por amor. Lleva más de 55 años de vida en común con Julián Conde su gran compañero de lucha y de vida. Acaba de recibir el Premio Estamos con ellas del Cabildo de Tenerife en la categoría de Igualdad por su amplia trayectoria.

Muy cerca de casa, en su querida Recova de Santa Cruz, aclara de entrada que «siempre fui rebelde»: Vino al mundo recién acabada la Guerra Civil y la infancia rural marcó su carácter inconformista y libre. A los 12 años decidió salir de casa para estudiar con las monjas, pero nunca en su ya larga vida dejó de cuestionar las normas.

Recuerda detalles de esa infancia: «Éramos ocho hermanos vivos, aunque mi madre tuvo más. Era RH negativo y perdió varios hijos. Yo soy la segunda de los que sobrevivieron. La mía era una familia de ganaderos, con cabras, vacas... Vivíamos todos juntos: abuela, tía, padres e hijos. Una casa grande y rural».

Considera que «el feminismo me vino precisamente de casa». Su visión feminista nació de su convivencia con hermanos varones. Más adelante, la desarrollaría a través del trabajo sindical y político hasta liderar centros de información para mujeres en Canarias.

Pero hay que retroceder cronológicamente para conocer otras etapas en la vida de esta luchadora feminista. Por ejemplo, la época con las monjas: «Me marché a Salamanca porque mis amigas se fueron. Era un movimiento de monjas que recorría los pueblos buscando chicas para estudiar y quizás entrar en la vida religiosa. Yo no sabía ni qué era eso, pero fui». Entró en el Colegio del Amor de Dios y allí cursó el bachillerato elemental. Asegura que «aprendí mucho, me abrió el mundo, pero no era para mí. Me escapé del colegio en una ocasión. Me enseñó lo que era control y lo que significaba la libertad». Tras una etapa de vuelta al pueblo porque «seguían naciendo niños» y llevar la contabilidad de un negocio en aquella Zamora en los años 60, llegó a Madrid en 1966 «buscando libertad.»

«Fue un salto inmenso» subraya porque «Madrid era libertad, aunque no se dijera esa palabra». Venía del campo y en la capital «podías tomar un café sola sin que pasara nada. Sentías que nadie te controlaba la vida».

Trabajó en una filial francesa de import-export. Luego en una empresa de pantalones vaqueros, Lee y Rock. Revisaba prendas al final de la cadena, pero en todas partes organizaba sindicalismo. Apunta al respecto: «Me despidieron muchas veces por eso, pero siempre gané los juicios porque nunca faltaba al trabajo. Sólo luchaba». Se integró rápidamente en el movimiento obrero que empezaba a surgir en medio de la dictadura y comenzó su implicación en las incipientes Comisiones Obreras.

«Fui fundadora de Convergencia Socialista de Madrid», dice con naturalidad y sin aspavientos. «Hicimos la unión de reconstrucción socialista con la federación de independientes demócratas. Después nos integramos en el PSOE», resume, nombrando a compañeros y compañeras de aquella etapa histórica del tardofranquismo y la transición democrática.

Vino a Canarias «por un cambio de vida con mis dos hijas –Amaya e Ifara– tras un traslado laboral de mi marido». Le costó adaptarse, pero encontró trabajo rápidamente hasta fundar centros relacionados con la mujer y sus derechos. «Lo que vi aquí me impactó» subraya Belarmina. A su llegada a Tenerife, en 1982, encontró una sociedad donde las mujeres sufrían de sumisión al hombre e ignorancia de sus derechos. Desde entonces, su lucha feminista tomó un nuevo impulso en las islas.

Malos tiempos

Hay algo que hoy le preocupa especialmente a Belarmina Martínez: «Sí, me preocupa muchísimo el auge de la ultraderecha. No porque piensen así —eso ya lo sabíamos—, sino porque han perdido la vergüenza y lo exhiben sin pudor». Se enoja, se indigna, pero no con rabia estéril, sino con la lucidez de quien ha visto el peligro antes. Denuncia un Poder Judicial que considera «golpista», una derecha que ha abandonado la moderación, y un ejército que —gracias a su profesionalización y pertenencia a la OTAN— es hoy garantía contra la tentación autoritaria. «Si contaran con el ejército, estaríamos hablando de otra cosa» sentencia.

También le inquieta el desencuentro entre generaciones. A sus 84 años (cumple 85 el próximo 15 de noviembre) confiesa que ha escuchado a jóvenes de su entorno más cercano repetir consignas de Vox. No culpa a las personas sino a la banalización de los discursos. Reflexiona al respecto: «La palabra género ha hecho daño porque ha originado rechazo. El feminismo se ha fracturado. Nosotras luchamos por el aborto y por el divorcio, pero ahora muchos hombres jóvenes se sienten atacados».

No rehuye la autocrítica ni alude a nadie con solemnidad: lo hace con un tono realista, casi didáctico. Sobre la corrupción en su partido, asegura sin vacilar: «El PSOE actuó bien y Pedro Sánchez es una persona honesta. Lo sé». Valora como un logro «fundamental» el hecho de que «diez millones de mujeres estén trabajando en este país».

Cuando se le pregunta por su largo matrimonio, no idealiza: «La perfección no existe. Hubo crisis, pero tengo un compañero de vida excepcional. Nos hemos perdonado ambos. Ahora estamos viejos y nos ayudamos. En la balanza, queda lo bueno». Conoció a un ex cura canario, Julian Conde, en el aeropuerto de Barajas y se enamoraron. Llevan más de cinco décadas juntos, una relación tejida con un compromiso político compartido. Concluye con una sonrisa serena, la de quien ha amado, combatido y caminado mucho: «Es posible llegar a los 60 años juntos. Hay que respetarse, debatir, perdonarse y leerse mutuamente».

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents