La opinión del experto
La evolución del cerebro en el homo sapiens
No cabe duda de que nuestro cerebro, más que cualquier otra parte del organismo, es muy dependiente del medio porque su desarrollo y maduración ocurre, en su mayor parte, después del nacimiento. Gracias a eso tenemos la fortaleza que tenemos como especie

Todo está en el cerebro. / ChatGPT/T21
Martín Caicoya
Me dice un amigo, embarcado en la loable empresa de escribir una serie de artículos divulgativos sobre la Teoría de la Evolución, que concluirá con la del cerebro. Le pregunto que si examinará cómo se ha ido trasformando desde que existe, desde que hay un conjunto de neuronas rectoras … No, no, la evolución en nuestra especie me contesta. Me explica que el cerebro se ha ido adaptando, ganando funciones a medida que la cultura es más compleja: tenemos zonas cerebrales más desarrolladas que nuestros ancestros más próximos, esos que llegaron hace unos 6.000 años y nos dejaron la rueda y la lengua.
No cabe duda de que nuestro cerebro, más que cualquier otra parte del organismo, es muy dependiente del medio porque su desarrollo y maduración ocurre, en su mayor parte, después del nacimiento. Gracias a eso tenemos la fortaleza que tenemos como especie. Porque nacemos inválidos y apenas adquirimos armamento durante nuestro desarrollo. Al escribir esta palabra mi pensamiento se precipita sobre un pozo donde los gobiernos van a gastar una cantidad de dinero muy parecida a la que gastan en salud. Nos lo ordenan y parece que obedeceremos. En biología también se llama la carrera armamentística: ¿cuánto tiene que invertir el león en dientes y garras y el antílope en la altura y gracilidad de sus piernas para poder huir?
Volviendo al cerebro. Lo que puede llegar a ser, su potencialidad, está en los genes. Antes de que hubiera escritura, nuestros ancestros no leían. Pero hubieran podido hacerlo si esa tecnología hubiera estado disponible. Porque sus cerebros eran capaces de estructurar un relato «leyendo» el entorno. Lo mismo que su mano dibujaba y lo podía hacer casi autónomamente, como la de los pintores actuales. Una habilidad que se demostraba en los cazadores cuando lanzaban con precisión sus venablos sin la necesidad de un plan consciente. La idea es que nuestro cerebro tiene un conjunto de disposiciones capaces de desarrollarse en el medio. La adquisición de la lengua es la más estudiada.
¿Cómo pudo haber evolucionado nuestro cerebro desde el de aquél con el que pintaron las cuevas? No cabe duda de que en nuestro medio adquirió nuevas habilidades. Es su plasticidad precisamente facilitada por ese nacer inmaduro, también por su caja de herramientas multifuncional, mucho más versátil que la de cualquier otro mamífero.
Pero eso no es evolución, es adaptación individual. Sus genes son los mismos, en términos generales, que los de sus abuelos, bisabuelos o tatarabuelos. Para que el cerebro evolucione como una estructura con nuevas funciones tendrían que mutar los que lo construyen. Si le confirieran una ventaja evolutiva al portador, es decir, que produzca una progenie que desplace a la existente, entonces esa peculiaridad cerebral se hará dominante.
El fundador (no de manera explícita) de la eugenesia fue Francis Galton, primo hermano de Charles Darwin. Desarrolló su propia teoría de la evolución que se concreta en el polígono de Galton: no es la lenta acumulación milenaria de mínimos cambios, defendido por Darwin, si no saltos entre periodos de estancamientos, como el rodar de un polígono. Galton estaba preocupado por la transmisión de la inteligencia, la virtud y la probidad en una Inglaterra donde los pobres se reproducían más. Eran las hordas de trabajadores que vivían en el fango físico y moral. Cada año eran más, amenazando con ocupar con su herencia defectuosa el género humano. Tenían más hijos, sus hijos más hijos, seria porque eran biológicamente eran más eficaces en ese medio. Pero, al parecer, su cerebro estaba menos evolucionado.
Supongamos que en ciertas regiones de la tierra se produce una selección de los que tienen un cerebro más poderoso, más inteligente. Eso habría ocurrido, según los defensores de la eugenesia, en los países septentrionales de Europa y su selecta emigración a América.
Emigración manchada de bajeza por la incursión en su sociedad, también en sus genes, de gentes locales o procedentes de regiones meridionales. Algunas con la señal de su inferioridad en la piel. Lo demuestran los test de inteligencia: los afroamericanos son, en la media, menos inteligentes que los arios. Ah, pero son pruebas diseñadas y adaptadas a la cultura dominante. A ellos se les impedía el acceso. Cuando se crían y educan en esa cultura, su rendimiento es como el de los arios.
La mutación del gen que produce lactasa en adultos nos dio una ventaja desde que hay leche disponible. Sin embargo, supondría un gasto metabólica inútil cuando no la había, en el paleolítico. Lo mismo se puede especular que con la adquisición de habilidades cerebrales facilitadas por mutaciones que en ese medio son beneficiosas y pueden ser una carga en otras. A eso no lo llamaría evolución. Es la variabilidad necesaria y saludable dentro de las especies.
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