Sintecho
Vidas aparcadas en el circuito de F1 de Valencia: "Aquí tenemos normas propias"
El centenar de personas que sobreviven en el trazado del Gran Premio de Europa se ha subdividido en nacionalidades. Desde el centro gobierna el poblado un núcleo duro de saharauis que limpian, controlan y preservan la seguridad de este desierto de asfalto a donde van llegando los sintecho del río

Vidas aparcadas en el circuito de F1: "Aquí tenemos normas propias". / Fernando Bustamante
Claudio Moreno
El que fuera uno de los proyectos estrella del expresident Francisco Camps para la ciudad de València en los últimos estertores de la burbuja —no solo inmobiliaria, también electoral— terminó convertido en metáfora ilustrativa de la crisis. Donde hubo glamour, boato y monoplazas de Fórmula 1 tras una inversión de 98,5 millones, desde hace más de un lustro se asientan decenas de chabolas abandonadas a su suerte entre chicanes y barreras de hormigón.

El circuito a vista de dron / Germán Caballero
El circuito, que salió adelante con una tramitación administrativa exprés zafándose de la oposición vecinal del barrio de Natzaret, funcionó entre los años 2008 y 2012, ya en plena coyuntura económica; supuso un coste total de 300 millones —entre el canon, el trazado, compra de derechos, etc.— y tuvo a Fernando Alonso vestido de ‘Rosso Corsa’ como último ganador. Precisamente, una de las imágenes más icónicas del Gran Premio de Europa fue la de Camps, la alcaldesa Rita Barberá, Alonso, Felippe Massa y Luca Cordero di Montezemolo subidos a bordo de un Ferrari, saludando a su público desde el asfalto.
Hoy saluda Jamal. Tiene unos 60 años y es argelino. Pegada a su chabola hay una montaña de garrafas vacías y otro montículo de chatarra, que intenta vender en puntos como Alboraia, aunque el precio ha dejado de compensar. "Pagan 10 céntimos el kilo. Muy poco", lamenta. Jamal asegura que ya se ha acostumbrado a la vida en el circuito. "Estoy bien", chapurrea, "Antes pasaban coches al lado de la tienda pero ahora han cerrado las entradas y solo vienen motos". Se refiere a las carreras ilegales que durante años han sufrido los habitantes del circuito. De hecho, junto a su chabola han dejado colocado un trozo de barrera para evitar arrollamientos.
En una chabola contigua trastea Joana con su hijo Antonio, que salen a la llamada de un voluntario de Mensajeros de la Paz —Levante-EMV acude al asentamiento con el Higiene-Bus de esta oenegé—. La mujer, albaceteña, explica que trabajaba en el campo recogiendo caqui en el interior de València cuando se vio sorprendida por la dana. Tenía una vivienda en Letur, dice, y lo han perdido todo. De modo que lleva desde octubre sobreviviendo en el macroasentamiento del Grao.

Antonio, dentro de su chabola / Fernando Bustamante
"Yo nunca había pasado por esto. Estamos en manos de asistentas sociales y hemos echado los papeles para una vivienda social, pero hay mucha lista de espera. Por lo general en este sitio se está tranquilo. Últimamente viene la policía a pedir documentación, certificado de empadronamiento, etc. Pero a veces hay peleas y hace poco se prendieron fuego entre varios muchachos", relata. "Por la noche es cuando más se escuchan los gritos", continúa. "Mi vecino se levanta de noche con un palo y se acerca a la palmera porque dice que está el diablo". Joana explica que el asentamiento está dividido en nacionalidades. Por un lado polacos y checos. Al fondo un español. Detrás los marroquíes. Y en medio de todo gobiernan el circuito los saharauis. "Lo llaman La Moncloa. Dentro está Franco, uno de los primeros en llegar".
Franco recibe al voluntario de la oenegé con una amplia sonrisa. En realidad se llama Ahmed. Extiende la mano a través de unas rejas. "Ahora tengo las manos limpias. He gastado toda mi vida en esas mierdas -se refiere a varios vicios- pero gracias a Dios he mejorado mucho. Los voluntarios de la oenegé siempre me dan consejos, me ayudan", valora. Ahmed cuenta que lleva siete años viviendo en el trazado de la Fórmula 1, fue el primer poblador saharaui. Ahora hay unas 70 personas procedentes de la antigua colonia española. ¿Son todas familias? "Más o menos. Sahara no es como España. Somos unas 700.000 personas en total".

El asentamiento ha sufrido algunos incendios en los últimos tiempos / Fernando Bustamante
Fuera del vallado perimetral de este minipoblado saharaui aparece Mahmud, de 47 años, otro de los veteranos en el asentamiento. Es mayo y el sol empieza a caldear el asfalto con todo lo que yace en él. "Nosotros estamos acostumbrados a veranos en el desierto de más de 50 grados. No es problema". Sus preocupaciones son otras. El año pasado la oenegé que les llenaba de agua los depósitos de mil litros dejó de acudir y ahora acarrean garrafas desde un parque aledaño. Algunas noches pasan furgonetas a verter escombros sin control y les toca limpiar para tener el circuito más o menos aseado. Siempre que intenta buscar piso de alquiler acaba con la misma sensación de derrota —"es imposible encontrar algo por un precio normal; me han ofrecido un piso patada, pero no quiero"—.
Llama la atención la cantidad de vecinos de Moreras o Grao que cruzan de un lado a otro del circuito, nodo de conexión entre barrios. Hay algo de convivencia ahí, de aceptación de la situación con naturalidad. Y también hay cierta comunidad entre los habitantes del lugar, aunque también existen rencillas como el histórico choque Marruecos-Sahara Occidental, reproducido en el circuito a menor intensidad. "A partir de las 8 de la tarde ningún extranjero cruza la valla saharaui. En el circuito todo el mundo manda, pero para mantener el control necesitamos tener normas propias. No queremos que venga la Policía a detener a alguien porque la ha liado".

Acumulación de trastos a las puertas de una de las chabolas / Fernando Bustamante
Hace un par de semanas, este periódico publicó que la población chabolista había crecido de 2022 a 2024 en un 21% hasta alcanzar las 815 personas, repartidas en 37 asentamientos activos en la ciudad. Según los datos facilitados por la concejalía de Servicios Sociales, en el poblado de la F1 habría 84 personas, todas adultas, pero en realidad son más. Mahmud dice que el poblado ha crecido con los desalojados en el viejo cauce del Turia, no tanto por las últimas redadas como por las de años anteriores. En este sentido, algunas entidades consultadas explican que el esfuerzo municipal para intentar atajar el sinhogarismo —y evitar su cronificación— se está centrando en la intervención directa con cada persona vulnerable. Desde la raíz del problema.

Bandera valenciana en el asentamiento / Germán Caballero
En este caso además hay una derivada importante. El paisaje de pobreza cronificada tiene los días contados. El PAI del Grao se levantará en estos mismos terrenos cuando la mercantil Valere Reoco SL, formada por Atitlan y el fondo británico Hayfin Capital, presente su propuesta para el planeamiento aprobado por el actual gobierno —con la prolongación de la Alameda y los 2.550 pisos, 450 de ellas de protección pública—, desbloqueando así el proceso de reparcelación y su posterior licitación.

Ceremonia del té con uno de los voluntarios / Fernando Bustamante
¿Qué ocurrirá al final de ese largo camino? "Miedo a irnos de aquí, ninguno". Quien contesta es Diego, un berciano dedicado a la construcción y alojado en la única caseta de obra de todo el circuito. Por delante han pasado temporeros, gente dedicada a la chatarra, personas desempleadas, algunas con el Ingreso Mínimo Vital, otras con ayudas de emergencia social. Muchos hombres y muy pocas mujeres. Él fue el primero en llegar, tal vez sea el último en irse. "Yo salí de vacaciones como se suele decir, o sea, de la cárcel, pero al no tener piso ni paga ni nada me tuve que venir aquí. Estaba la caseta de la luz y me metí. He intentado moverme pero no he encontrado nada. Últimamente han venido vecinos nuevos y son jaleosos. Los que llevan más tiempo sí son tranquilos. Esto ha crecido mucho, también con la gente que llega del río", relata el primer colono del circuito.
Cada lunes en torno a las 17.30 horas, unos y otros se arremolinan en el Higiene-Bus de Mensajeros de la Paz, un convoy cedido por el ayuntamiento y adaptado con ducha y peluquería para dar servicio de aseo en diferentes poblados chabolistas de València. Con Aurelio —chófer de la EMT— han acudido a la Fórmula 1 otros dos voluntarios, Javi y Sergio, un profesor de primaria y un médico intensivista. "Aquí no solo les cortamos el pelo. También les damos conversación para que ellos se sientan escuchados. Es duro ver la realidad de estas personas, especialmente en invierno con las lluvias y el frío, además ellos se abren y te van contando todo lo que les pasa, pero también es bonito poder echar una mano y hacerles sentirse acompañados", cuenta Javi.

Javi y Sergio dentro del Higiene-Bus de Mesanjeros de la Paz / Fernando Bustamante
"Al menos este asentamiento está consolidado y tiene leyes no escritas para velar por su seguridad. Está bastante organizado", añade el voluntario de Mensajeros de la Paz, oenegé que de la mano del consistorio presta una importante labor de seguimiento y asistencia a la población más vulnerable de la ciudad.
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