Ganadora de 'Ciencia con significado', concurso promovido por Emerge, Prensa Ibérica, las universidades públicas canarias y el Instituto de Astrofísica de Canarias

Me siento a la mesa e investigo

Archivo - Los servicios sanitarios atienden a migrantes llegados en cayuco a Puerto Naos

Archivo - Los servicios sanitarios atienden a migrantes llegados en cayuco a Puerto Naos / Europa Press Canarias - Europa Press - Archivo

Katya Vázquez Schröder

Con estos versos no dejarás de ser extranjera

Sofía Crespo Madrid

¿Cuáles son las heridas del pasado que quedan abiertas en el presente? ¿Cómo puedo tocar el dolor del otro? ¿Dónde están las historias que han prohibido? ¿Dónde el verso de las migrantes? ¿Dónde el verso de las nadies, de las ningunas, de los sures?

El día que con cuatro años me explicaron que ese papel verde que decía RESIDENCIA era muy importante, pregunté qué cosa era la RESIDENCIA. Me dijeron que era algo así como CASA. No me privé de volver a preguntar: ¿cuántos cabemos en una palabra tan corta? Nadie me respondió. Se limitaron a decir que ahora estamos AQUÍ, y menos mal. Desde entonces me hago las mismas preguntas. No porque no encuentre respuestas, sino porque todavía ninguna me convence. Me asomo a la realidad y sigo viendo una palabra corta habitada por muy pocas personas. Sin embargo, ¿se dieron cuenta?, dije todavía. Todavía es la llave que da cuerda a la bailarina en su caja musical.

Todavía es el alimento para entarse a transcribir el testimonio de personas migrantes que asienten en una lengua y niegan en otra. Todavía se está fraguando una forma renovada de concebir el mundo, los afectos y las injusticias. Todavía no se ha escrito el poema que alcance el fondo de lo que todos queremos decir. Por eso se sigue escribiendo, por eso se sigue investigando.

Investigo porque comparto la angustia de Antonio Gramsci: «El viejo mundo se muere. El nuevo está lejos de aparecer, y es en este claroscuro que surgen los monstruos».

Ante el apremio de guarecerse, protegerse, preparar el kit de emergencia, esperar piedad y clemencia por parte de los monstruos, una sola palabra tiene el poder de romper una piedra. Adentrarse en los textos de la contemporaneidad permite juntar visiones, entender qué le está afectando a la humanidad, qué necesita. Los grandes relatos que se contaron en el pasado fracasaron en conducir la historia hacia otro lugar.

Por ello, la clave está en fijarse en los otros relatos, mucho menos atendidos, más íntimos, más «prescindibles», aquellos que apenas cuentan el significado de la sed, del olor del pan, de las colmenas de la infancia.

Mi metodología consiste, como decía Alejandra Pizarnik, en «mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos», es decir, observar cada grieta, cada pliegue, estar en el mundo, leer los textos del siglo XXI conociendo la tradición y sus grandes relatos, escuchar las voces que subyacen en versos imprescindibles como los de Rosario Castellanos: «yo soy de aquellos desterrados / para quienes el pan de su mesa es ajeno».

Como inmigrante y como hija, a su vez, de inmigrantes, siempre miré la literatura desde el ojo de quien habita, como indica Gloria Anzaldúa, en la «frontería», la cual, a diferencia de las fronteras, implica el roce de dos culturas, habilita memorias fragmentarias, deja inoperativa la pregunta: «¿qué es lo que, en el fondo, te sientes: argentina o canaria?». La frontería elimina la posibilidad de compartimentos y da lugar a una sola identidad producto de todos los elementos que la han configurado.

Indagar en los textos que cuentan una memoria migrante heredada da cuenta del presente en el que se vive, que ya no es necesario, sino urgente comprender. Ante el debilitamiento y la postergación de las humanidades, la investigación en literatura estrecha esferas del conocimiento y requiere de la transdisciplinariedad.

Es posible un camino profesional cuyo foco recaiga en la sensibilidad, quizás solo de esta manera podamos ocuparnos de una realidad compleja y vertiginosa.

En ese proceso, no solo es imprescindible el mapeado del campo de estudio y la lectura analítica de múltiples y diversos textos, que serán víctimas de un subrayado despiadado, sino de entrevistas a las autoras en torno a las preguntas, que, desde la infancia, alimentan mi curiosidad. Investigar es, sobre todo, escuchar. Escuchar a las escritoras y escuchar también lo que dicen sus textos.

Escuchar las perspectivas decoloniales filosóficas, antropológicas y sociológicas que dialogan con cada verso desde la actualidad, y constatar, con las vivencias de las comunidades migrantes que han llegado y siguen llegando a Canarias, paralelismos, y quizás, incluso, formas de resistir cuando parece que nadie escribió una sola palabra que incluyera tu experiencia.

Los continuos trabajos en las universidades de Argentina (UBA, UNLP, UNSJ) y también de Colombia (Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá) para la realización de mi tesis doctoral, «Atlas de la memoria heredada: genealogías de la migración en poéticas argentinas del siglo XXI», han permitido acortar distancias a través de discusiones que giran, de una vez por todas, en torno a las formas de narrar las violencias de la migración y en pensar una narrativa en la que esa identidad migrante deje de ser un lastre para convertirse en un cable a tierra. A través de la literatura –esas compuertas de la intimidad– se evidencia lo que no se puede decir en ningún otro lugar: qué significa tener papeles, y cuánto mienten –el día 1 de enero es el cumpleaños de tantas personas–; las violencias de la burocracia; las preguntas en torno a la identidad; la importancia de recordar; el valor de las historias contadas por los abuelos. Y al final, una que vive en la frontería, descubre que el relato de migración del vecino que vive en el cuarto piso en Santa Cruz de Tenerife, llegado desde Venezuela tiempo ha, es el mismo relato de quien huyó desde Polonia a Argentina no hace tantos años atrás. Con todo, se crea un archivo como un cruce de caminos que es reflejo de una realidad más amplia.

El recorrido científico dice, como escribió June Jordan: «no importa dónde estén / tenemos que juntarnos / debajo de este árbol / que no ha sido / plantado / todavía». Todavía, y eso es suficiente para seguir acercándose a la mesa donde reposan abiertos los libros en los que la palabra CASA es un lugar con las puertas abiertas.

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