Migrar y comenzar de cero: la perspectiva de las mujeres venezolanas en Tenerife
Adaptarse a una nueva vida en el otro lado del Atlántico

La perspectiva de las mujeres venezolanas migrantes / El Día
Migrar, dejarlo todo atrás y cruzar un océano en busca de una nueva vida. Desarraigarse de lo conocido, de lo cotidiano, de lo familiar y echar raíces en un lugar ajeno, lejano y en el que, muchas veces, no se es bienvenido.
La inmigración es una experiencia que para muchos es impensable, pero para otros es el día a día. Según el Instituto Canario de Estadística, para 2024, 329.352 extranjeros residían en las Islas Canarias. Afortunadas, por su diversidad cultural y la posibilidad de un nuevo comienzo.
8 millones de venezolanos fuera de su tierra natal
Uno de los grupos más comunes que marcan a las islas como su norte es el de la comunidad venezolana. Considerada coloquialmente como la octava isla, Venezuela, tierra que sirvió como promesa para muchos canarios en la época franquista, vive con tristeza el fenómeno migratorio más grande de la actualidad.
Son casi 8 millones de Venezolanos fuera de su tierra natal y, según el ISTAC, Canarias, hasta 2024, ha servido como puerto para 25.702 de ellos. De todas las edades, contextos y circunstancias este grupo de personas se unen en una nueva tierra con un fin en común: comenzar de cero.
Una mirada, muchas veces olvidada, pero de gran importancia, no solo en las dinámicas familiares venezolanas sino también en el proceso de migración, es la de las mujeres migrantes. Madres, abuelas, hijas y nietas con historias únicas, pero que comparten el querer salir adelante.
Dejar todo atrás
Una de ellas es María Alejandra Domínguez, de 52 años, que en 2016 tomó rumbo a las Islas con sus dos hijos y sus gatos. Su último recuerdo del día que dejó Venezuela fue de camino al aeropuerto.

María Alejandra Domínguez, de 52 años, salió de Venezuela en 2016. / El Día
Bajaba por la autopista y por la ventana vio el cerro El Ávila, pulmón de Caracas, y recuerda pensar: “Esto lo voy a ver por última vez y ahora sí es real. Llevábamos mucho tiempo buscando la manera de irnos y siempre se veía como algo muy lejano. Pero al final las cosas sucedieron muy rápido y fue ese el momento en que caí en cuenta: nos vamos y estamos dejando todo atrás”.
Domínguez asegura que el proceso de planificación previa a su llegada a Canarias fue de “dos o tres años”. Sus mayores dificultades se centraron en procesos burocráticos, que ella no califica como necesariamente difíciles sino más como “trastornos del camino”.
Sin embargo, a nivel emocional, identifica dos momentos que fueron de mucha dificultad. El primero de ellos fue la entrega de llaves de su casa, que marcó, oficialmente, el inicio de su proceso migratorio.
Y el segundo, fue la selección de objetos que la acompañarían en su nueva vida. “La parte de los recuerdos más emocionales, que aunque eran materiales, eran recuerdos, como fotografía, las primeras ropitas de bebé de mis hijos, ese tipo de cosas. Esa parte fue bastante difícil” explica.
Miriam Veracoechea, de 73 años, dejó su hogar de toda la vida también en 2016. De la mano de su esposo y acompañada por sus tres perros, se encaminó en un viaje hasta Canarias.
Del día en que dejó el aeropuerto de Maiquetía en Caracas, recuerda que había “mucha gente, mis compañeros (de trabajo) nos ayudaron con todos los permisos de los perros hasta que se los llevaron con el equipaje. Tardamos unas dos horas más en salir, lo cual me dio tiempo para pensar en otra cosa que no fuera la preocupación por los animales” explica, pues la incertidumbre de cómo afrontarían sus mascotas casi 24 horas de viaje en un transportín, representaba una de sus principales angustias.
“Recuerdo a las hermanas de mi esposo Rodrigo despidiéndose y llorando, y eso me preocupó un poco. Al final, era él quien dejaba allá a toda su familia” afirma, pues gran parte de la suya ya se encontraba en las Islas.
Ya en Madrid, Veracoechea recuerda uno de los momentos de mayor tensión de su trayecto: “Cuando cambiamos de avión en Madrid para realizar el viaje a Tenerife, decido preguntarle a la asistenta de vuelo si sabe algo de mis perros, a lo que me respondió que averiguaría y me avisaba. Al volver, me confirmó que dos de los transportines estaban en cabina, pero que desconocían dónde estaba el tercero”.
La tensión se mantuvo en aumento y el vuelo se retrasó dos horas hasta que lograron ubicar el transportín y, 'Chenoa', un caniche, pudo abordar el avión.
Similar al caso del esposo de Veracoechea, también están aquellos que, para poder irse de Venezuela, tuvieron que dejar atrás a su familia y seres queridos, como es el caso de María Segredo, de 22 años y de Laura Jiménez, de 35 años.
En 2019, con tan solo 16 años, Segredo salió de su país en búsqueda de nuevas oportunidades, principalmente académicas y laborales, dejando atrás a personas muy importantes para ella. Una situación similar a la de Jiménez, que en 2014 dejó el país con intención de ampliar sus estudios. En sus historias, al igual que en la de Domínguez y Veracoechea, el aeropuerto vuelve a ser protagonista.
“Recuerdo estar en la puerta de embarque abrazadita a mi mejor amiga” explica Segredo emocionada “creo que de lo que más me dolió fue dejarla a ella porque vivíamos prácticamente juntas”.
A su vez, Jiménez recuerda “a la perfección” la despedida de su familia y amigos en el aeropuerto. “Tenía muchos nervios de subir al avión” explica con una sonrisa. No era la primera vez que viajaba, pero esta vez el destino era definitivo.
En el caso de Segredo nunca había salido de Venezuela, y recuerda el “miedo” que sentía por cruzar el océano hacia su nueva vida sin la compañía de sus padres: “hoy en día todavía ellos no están aquí. Y creo que hubiese sido un gran apoyo tenerlos conmigo”, confirma.
Adaptarse
Este miedo empezó a disiparse en sus primeros encuentros con la isla: “Recuerdo estar en el avión, ver por la ventana e impresionarme porque no había edificios grandes. Me pareció precioso, desde arriba se veía todo muy uniforme” explica entre risas. Pero el verdadero alivio llegó con la gente y el clima, Segredo asegura que la calidez del tiempo y de la gente canaria fueron esenciales para poder empezar a “sentirme como en casa”.

María Segredo, de 22 años, salió de Venezuela en 2019 / El Día
El haber emigrado tan pequeña influye en cómo percibe a su país de origen y su cercanía con el mismo hoy en día. “Creo que me he moldeado mucho a lo canario, a la cultura y a las personas de aquí” afirma, siendo esa cercanía propia del venezolano, que identifica también entre sus círculos en la isla, lo que más lleva con ella.
A su vez, califica el haber llegado en edad escolar como una “gran ventaja”, pues le permitió formar amistades con mayor facilidad y “aprender cómo se habla aquí, al igual que mucho más de la cultura y la historia de España”.
Aun así, el proceso de adaptación ha sido difícil, a pesar de la cercanía en muchos ámbitos culturales y sociales, Segredo afirma que en muchas ocasiones todavía se siente como que no pertenece. “Yo antes no quería estar aquí, quería regresar, todos mis seres queridos estaban en Venezuela y estar con ellos” reconoce.
Sin embargo, asegura que esto ha mejorado con el tiempo: “no me imagino viviendo en otro lado en el que no pueda ver el mar. Fue cuando empecé a trabajar, cuando tuve esa estabilidad, que estuve más tranquila porque ya era independiente. No me siento del todo de aquí pero siento que si vuelvo a Venezuela tampoco me voy a sentir de allá", subraya.
Otra de las facilidades con las que contó fue con la nacionalidad, una “ayuda inmensa, porque siento que si hubiese venido sin ella, como le ha pasado a inmigrantes venezolanos, hubiese sido mucho más difícil empezar totalmente de cero” declara.
Una dificultad con la que sí contó Domínguez que, por su parte, pudo quedarse de manera legal a través de un proceso de arraigo por sus hijos, que sí contaban con nacionalidad europea.
Así, asegura que su entrada a Canarias estuvo marcada por un momento bastante emotivo. “Viniendo del aeropuerto del norte, por la parte de la autopista que pasa por Chamberí, hay un momento que se ve Santa Cruz con el mar de fondo. Fue mi primera vista de la capital, porque yo no había venido nunca a las islas, y fue en ese el momento en el que caí en cuenta de que esta era mi nueva ciudad", subraya emocionada.
A partir de ese momento, afirma, muy agradecida, que se ha adaptado muy bien a su nueva vida en el otro lado del Atlántico. “Yo veo casos de mucha gente que le ha costado acostumbrarse a muchas cosas, que incluso se han vuelto a Venezuela porque no se sienten cómodos. Pero cuando me preguntan, yo me he sentido adaptada desde el momento en que fui al supermercado y conseguí todo lo que necesitaba” algo que le era imposible en su país.
Sin embargo, este proceso no la ha hecho olvidar o dejar de lado sus raíces y es por esto que añade: “aunque me he adaptado muy bien aquí, yo sigo siendo una venezolana en España. Llevo conmigo todo el bagaje cultural de 40 y tantos años viviendo allá. La comida, la música, la cultura, el lenguaje. Todo eso es lo que llevo siempre y lo haré hasta el último momento de mi vida”.
Jiménez, por su parte, relata una visión similar. Para ella, la experiencia como migrante venezolana consiste en recordar y encontrar un balance entre “la cultura de la que vengo y en la que estoy”. Así, reconoce a su acento como una de las características de su país que mantiene más cercanos, al igual que costumbres que comparte con su familia. Estos rituales son posibles hoy en día ahora que muchos de sus seres queridos se encuentran en la Isla, un aspecto que ha “facilitado” el proceso de adaptación.
Aunque también ha encontrado confort en ámbitos propios de Tenerife. “El humor canario es más parecido al nuestro que el peninsular” subraya y con una sonrisa resalta también la gastronomía canaria, de especial importancia para ella, pues trabaja en el área de cocina y hostelería.
Así, al igual que Segredo, destaca el encontrar “estabilidad laboral” como uno de los principales factores para empezar a sentirse como en casa al otro lado del mundo, algo que va acompañado de “crear relaciones”.

Laura Jiménez, de 35 años, salió de Venezuela en 2014 / El Día
“El paso ya estaba dado y no debía mirar hacia atrás, sino hacia el futuro” es la reflexión que permitió que Veracoechea pudiese comenzar su proceso de adaptación. “Desde el momento en que llegué, me instalé” afirma y hace énfasis en que poder ver a sus cuatro nietos encaminados en sus niveles facilitó este proceso: “No quiero para ellos la Venezuela que existe en este momento”.
De esta manera, se considera una persona resiliente, una característica que asegura que ha facilitado su proceso de adaptación, que no califica cómo complicado: “Quizás tenga que ver con el hecho de que todo mi círculo familiar más cercano está aquí”.
Las mayores dificultades las relaciona con el cambió de 180 grados que dió su día a día. Antes de llegar a Canarias, Veracoechea era directora de la Protección Civil del municipio Baruta en la capital Venezolana. Con múltiples personas bajo su mando y expuesta a constantes situaciones de estrés, su vida “super agitada con sorpresas a diario, situaciones de peligro y sin tiempo para nada” se sentía muchas veces de película.
Ahora, ha tenido que aprender a encontrar comodidad en la calma, a pesar de que se le haga complicado: “He pasado a una vida de ama de casa, con tiempo para todo, con una tranquilidad y quietud que a veces me asfixia un poco” una sensación que se propicia en las ocasiones que recuerda que vive en una isla.
Aun así trae consigo a Venezuela en su día a día. “Llevo toda mi vida conmigo: mis recuerdos, mis alegrías, mis tristezas, mis experiencias de trabajo” afirma con una sonrisa y recita con emoción los versos: “Llevo tu luz y tu aroma en mi piel, y el cuatro en el corazón…” de la canción ‘Venezuela’ de los españoles Pablo Herrero Ibarz y José Luis Armenteros Sánchez.
De su país, recuerda con cariño los colores brillantes e intensos: “las diferentes tonalidades de verde del Ávila, el azul del cielo, los tonos del mar y el negro profundo de la noche”. Al igual que la banda sonora que los acompaña: “El sonido de los pájaros y guacamayas, de los grillos en la noche, de la lluvia que cae en aguaceros, del bullicio de la gente”.
Dejar de vivir en miedo
Para muchos, las mayores dificultades que se presentan a la hora de reconstruir su vida en un nuevo lugar, es dejar atrás no solo los buenos recuerdos y costumbres, sino también las malas experiencias, e incluso traumas, que contribuyeron a la decisión de migrar.
Estas experiencias crean un ambiente y un estilo de vida que era “intolerable” tal y como lo califica Veracoechea, que se adentró en el camino de la migración por no querer seguir exponiéndose, a sí misma y a su familia, a “situaciones de riesgo”.
En el caso de Domínguez, recuerda con dolor la sorpresa en los ojos de sus hijos al ver a la gente caminar por la calle de noche en sus primeras semanas en Tenerife, pues se quedaban atónitos ante el hecho de que esto no supusiese un riesgo. “En ese momento caí en cuenta de que había que hacer algo, así que me esforcé por salir más a menudo de noche y que ellos pudieran ver que no había ningún peligro”.
Asimismo, subraya que un día, a los tres meses de haber llegado, empezó a llorar de la nada. Emocionada, recuerda soltar un llanto de desahogo y fue en ese momento que cayó en cuenta de que “ya no vivía con miedo” algo que marcaba el día a día de su vida en Venezuela. “Vivir así es algo antinatural. Entonces yo creo que mi proceso de adaptación culminó con ese llanto, cuando dejé ese miedo atrás” afirma.
La burocracia venezolana, muy distinta a la española, supone para muchos venezolanos múltiples dificultades a la hora de emigrar, bien sea por sus retrasos, el mal funcionamiento del sistema o la poca información facilitada para llevar a cabo los procedimientos.
Para Jiménez, esta fue una de las mayores complicaciones a la hora de adaptarse. “Es difícil entender la manera en la que se gestionan las cosas” afirma, pues “el papeleo” puede complicar mucho el proceso de migración, que en su caso se trataba de una “burocracia que no conocía”.
Sueños y nuevas metas
Una vida de trabajo le permitió a Veracoechea poder soñar y construir un “pequeño legado" que dejarle a sus hijas y a sus nietos, algo que “les sirviera en algún momento para comenzar los suyos” explica. Pero la migración supuso un punto y aparte en ese proyecto, pues tuvo que “abandonar todos mis pocos bienes materiales” y al final ese legado “se perdió”.
No obstante, Veracoechea asegura haber traído con ella lo más importante: “a mi familia y aquí tendrán la oportunidad de vivir su propia vida y de construir el futuro que crean mejor para ellos”.
Los sueños y las metas de Segredo han cambiado mucho desde su llegada a la Isla. “Yo tenía la expectativa de que aquí iba a tener una carrera. Mi objetivo principal era venir a estudiar, sacarme el bachillerato y entrar a la universidad” asegura.
Sin embargo, la vida la llevó por otro camino: “ahora trabajo de dependienta y me gustan las posibilidades de ascenso en la empresa que tengo. Estoy aprendiendo del área de la moda, que es en la que me muevo, y me gustaría poder estudiar algo relacionado con eso en algún futuro", subraya.
Para Domínguez, su sueño “por mucho tiempo” fue llegar a Tenerife. “Ahora que estamos aquí, evidentemente tengo los típicos como querer lo mejor para mis hijos, que al fin y al cabo son el motor por el cual hice todo el cambio de venirnos. Pero, además, me encuentro en un momento donde estoy haciendo cosas que jamás soñé”, asegura, pues actualmente se encuentra realizando un ciclo superior y no descarta la posibilidad de volver a estudiar un grado.
La idea de comenzar de cero en el ámbito laboral y estar abierto a aprender cosas nuevas, que tal vez eran diferentes en Venezuela, también resuena con Jiménez. “El cambio de país ha hecho que mis sueños y metas evolucionen con respecto a la realidad que vivo, por ejemplo, yo que trabajo en la hostelería, he tenido que aprender nuevamente el oficio y reciclarme en conocimientos que tal vez en mi país no hubiera tenido que hacer” explica.
Los años que vienen
Así, con estas metas en mente, Jiménez espera que, tanto ella como su familia, puedan aspirar a un futuro con mayor “estabilidad emocional y monetaria”. Es por esto, que espera que puedan estar “felices”, cumplir sus objetivos y cada vez poder disfrutar más de lo que “tenemos alrededor”.
Deseos con los que también cuenta Veracoechea, que espera “primero, mucha salud” para sus seres queridos y luego “amor, felicidad, disfrute de la vida y comodidad”.
Este sentimiento lo comparte Segredo, quien afirma que le gustaría que su familia y personas cercanas salieran también del país: “no tienen una vida, es trabajar todo el día y ya está. Espero que se decidan por fin y se vengan, que aquí a pesar de todo hay tranquilidad”.
Algo que también prioriza Domínguez pues, para ella, ahora mismo lo más importante es “la tranquilidad, para mí y para mis hijos. Poder hacer lo que nos gusta, sin presiones” afirma.
Así, explica que el privilegio de disfrutar del día a día con esa perspectiva es una oportunidad que en Venezuela no hubieran tenido. “En el extranjero no es que no haya problemas, pero cambian, porque ahora tengo la oportunidad de solucionarlos” asegura.
Suscríbete para seguir leyendo
- Una nueva zona de baño para Santa Cruz de Tenerife: un gran charco natural con zona deportiva
- Un hotel de lujo del sur de Tenerife, tomado por okupas
- La policía implica a Gustavo Matos con una organización de narcotráfico
- La basura detrás del cierre de Playa Jardín, en Tenerife: operarios hacen limpieza y esto es lo que encuentran
- Los abogados de oficio que consigan un acuerdo prejudicial ganarán diez veces más que los que lleguen al juzgado
- Meliá abre un hotel en el norte de Tenerife tras una renovación de cuatro millones de euros
- Santa Cruz eliminará un carril de tráfico en las avenidas San Sebastián y Bélgica
- Muere una persona en un incendio en La Laguna