El alumnado con autismo en las aulas de Canarias se duplica en cinco años: "No es una pandemia, ahora diagnosticamos más y mejor"

El sistema educativo se enfrenta al reto de conseguir la plena inclusión del colectivo, que aún se ve apartado del resto del aula y tiene dificultades de progreso

Un aula inclusiva de un colegio tinerfeño.

Un aula inclusiva de un colegio tinerfeño. / D. P

Verónica Pavés

Verónica Pavés

Santa Cruz de Tenerife

Las aulas canarias hoy cuentan con el doble de menores en el espectro del trastorno autista (TEA) que hace cinco años. Según los datos proporcionados por la Consejería de Educación, este último curso 2024-2025 han sido 5.654 los matriculados en Infantil, Primaria, Secundaria y Formación Profesional, más del doble que hubo el año de la pandemia, cuando se contabilizaban 2.501 niños con autismo en las escuelas canarias. 

«Esto no significa que haya una pandemia de autismo», sentencia la experta en lingüística mexicana Alejandra Auza, que ha sido invitada a Tenerife para impartir una conferencia magistral sobre la atención temprana. Como refiere, este aumento de alumnado –y de personas con autismo en general– tiene relación directa con la mejora en el diagnóstico

«Hay muchos más profesionales que evalúan el trastorno y la cantidad de pruebas también ha mejorado», resalta Auza. Y es que, ya no son solo psicólogos y pedagogos los que se encargan de realizar las evaluaciones, «ahora también las pueden hacer pediatras o enfermeras», indica Auza. 

El diagnóstico temprano es, en último instancia, el que ha permitido que hoy haya más niños con autismo en la escuela. «Antes muchos abandonaban la formación sin llegar a pasar a la Primaria porque al no tener acceso a los sistemas de detección, no se les brindaba el apoyo necesario», insiste la experta. 

Pero los que han podido acceder gracias a la mejora en sus condiciones de vida, no son los únicos que agradan esta estadística. El diagnóstico también permite poner nombre a una condición que hasta ahora podía pasar desapercibido. De hecho, las pruebas se han refinado tanto que hasta el TEA más leve –el de grado 1–, se puede detectar. «Antes pasaba desapercibido», sentencia la experta, que recuerda que muchos de estos alumnos habrían podido acceder a la escuela sin muchas dificultades, al coste de invisibilizar . Este nuevo paradigma diagnóstico, sin embargo, aún tiene margen de mejora. «Necesitamos que las pruebas estén adaptadas a cada una de las culturas y países», sentencia Auza. No en vano, hay algunas comunidades mexicanas donde culturamente es normal no mirar a los ojos. «Se toma como un síntoma pero en algunos contextos puede no tener cabida», insiste. 

Un reto adicional

La mayor presencia de esta neurodivergencia en las aulas supone un reto adicional para el sistema educativo al que, según Víctor Acosta, psicólogo especialista en autismo de la Universidad de La Laguna, aún no se ha sabido dar respuesta. «Tenemos un dilema en el abordaje terapéutico-educativo de estas personas», resalta el investigador. 

Como explica, el sistema educativo canario se ha focalizado en el hecho de contar con alumnado con necesidades especiales (integración), pero no ha conseguido que estos chicos y chicas se sientan parte del grupo (inclusión). «Debemos ajustar el tratamiento y el enfoque para lograr la inclusión real», insiste Acosta. En concreto, para conseguir que el modelo permita a estos alumnos desarrollarse en las mismas condiciones que sus compañeros, no solo habría que normalizar su presencia –cosa que ya ocurre–, sino también facilitar su participación y, sobre todo, permitirles el progreso. 

Para ello, como defiende, el abordaje de estos pequeños tiene que empezar a ser multidisciplinar, es decir, contar con el apoyo de varios profesionales de diversas ramas tanto en el aula como fuera de ella. «El abordaje de estos niños requiere de un trabajo coordinado», destaca el psicólogo. 

En este sentido, Acosta defiende la necesidad de «preparar» a los docentes para poder abordar estas neurodivergencias como parte de su día a día y desde la práctica. «El niño con autismo depende de lo que hacen las personas a su alrededor y ellos son una parte muy importante», añade, por su parte, Auza. No es lo único. También sus compañeros juegan un papel relevante en la integración. 

«Otras familias de la comunidad deben implicarse para que el niño se pueda integrar con los demás», resalta Auza, que recuerda que los pequeños, en general, tampoco tienen herramientas para incluir a estas personas en sus juegos o sus dinámicas. Por esta razón, la experta también insiste en la necesidad de que sean los padres los primeros en enseñar a sus hijos «que no todo el mundo es igual». «Igual que le enseñas a lavarse los dientes, puedes enseñarle que el hecho de que un compañero no hable o haga movimientos, como el aleteo, no son necesariamente conductas rechazables», reseña la investigadora. Se trata, en última instancia, de que todo el mundo se vuelque con el aprendizaje, cuidado y socialización de estas personas teniendo siempre en mente, como afirma Auza, que «todo el mundo merece respeto e inclusión; lo único que hay que tener es paciencia».

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