"El confinamiento era la decisión lógica": cinco años del encierro que cambió el mundo

El avance desbocado del coronavirus empujó al Gobierno de España a decretar el confinamiento de todos los ciudadanos

Un efectivo de la UME desinfecta el centro de salud de La Laguna

Un efectivo de la UME desinfecta el centro de salud de La Laguna / María Pisaca

Verónica Pavés

Verónica Pavés

Santa Cruz de Tenerife

Hace cinco años las calles se quedaron vacías y en silencio. Ese domingo no hubo ruido de los motores, animadas conversaciones en un bar, ni las risas de niños que disfrutaban de un fin de semana en familia. Dos millones de canarios –y 51 millones de españoles– quedaron enclaustrados en sus casas pegados a la televisión, la radio o a las alertas de última hora en su móvil para tratar de dilucidar cuestiones para las que, en aquel entonces, ni siquiera la ciencia tenía respuesta. En las barras de búsqueda, los grupos de whatsapp o las redes sociales se repetían en bucle las mismas preguntas: «¿Cuánto durará el encierro?, ¿cómo evito un contagio de coronavirus?, ¿cuál es la situación del covid-19 en España?». Cinco años después de uno de los momentos críticos de la historia de nuestro país, y pese al impacto que el abrupto parón tuvo en la población, la mayoría de la ciudadanía ha olvidado la concordia, el respeto y la colaboración que inundó los balcones durante aquellos días grises.

Tan solo dos días antes de que el mundo se congelara, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez –que apenas había empezado a andar en su primera legislatura– aparecía en las televisiones de todos los españoles con un mensaje donde mezclaba preocupación con esperanza. Aseguraba que iban a ser unas semanas «difíciles», pero que con el esfuerzo de todos íbamos «a parar el virus con responsabilidad y unidad». Lo hacía en una vacía sala de prensa de Moncloa. No había ni un periodista, ni lo necesitaba. El presidente no se dirigía a los medios, sino a la población en general. 

Su mensaje tuvo que calar, porque ante el caos, la incertidumbre y el miedo que generaba el tener que pelear contra un enemigo errático e invisible, la población de todo el país mostró una inusitada resiliencia. Sin saber cuánto tiempo tendrían que pasar dentro de casa ni lo que ocurriría después, la población se organizó para aplaudir a sus sanitarios cada día a las 20:00 horas, ideó actividades para compartir con sus vecinos balcón a balcón, mantuvo la conexión con amigos y familiares a través de videollamada y convirtió las redes sociales en espacios de fraternización. 

Efectivos de la UME desinfectan el aeropuerto de Los Rodeos.

Efectivos de la UME desinfectan el aeropuerto de Los Rodeos. / Andrés Gutiérrez

La noticia cayó como un jarro de agua fría en las Islas. El shock inicial afectó en mayor medida al sector sanitario, que tuvo que ponerse al frente de la crisis pese a no estar en su mejor momento. «El sistema sanitario llegó muy debilitada por la política de recortes que se había seguido durante la crisis económica de 2008», rememora Amos García Rojas, epidemiólogo que se actuó como portavoz de la Consejería de Sanidad canaria en aquel tiempo. Estos recortes afectaron a dos de los que se convirtieron en los ejes principales de la pandemia: la Atención Primaria y Salud Pública. «La Atención Primaria pedía agua por señas y la estructura de Salud Púbica era inexistente», sentencia García Rojas. Begoña Reyero, coordinadora de la campaña de vacunación contra el covid en el Servicio Canario de la Salud, recuerda haberse sentido «desubicada y en alerta». «Cuando decretaron el confinamiento nos dimos cuenta de que esto era serio», sentencia. 

Canarias llevaba tiempo escuchando resonar los ecos de la pandemia. Habían pasado casi dos meses desde que el Gobierno de Canarias –dirigido en aquel momento por el ahora ministro de Política Territorial, Ángel Víctor Torres– se viera obligado a gestionar la covid. El primero, un hombre alemán diagnosticado el 31 de enero en la isla de La Gomera. Con él, Canarias empezó a engrasar una maquinaria que para el día 23 de febrero, se encendían de nuevo las alarmas. Esta vez un médico italiano –residente en Lombardía, que en aquel momento era uno de los focos de coronavirus en el planeta– había traído el virus hasta Canarias. El Ejecutivo se lió la manta a la cabeza y decidió poner en cuarentena un hotel de lujo. 15 días en el que Canarias se convirtió en objeto de críticas, reproches y hasta memes, pero que más tarde consolidaría al Archipiélago como una de las comunidades que mejor controló el virus.  

Un virus imparable

Para cuando Sánchez compareció en todos los medios de comunicación el virus empezaba a dispersarse por toda España. Canarias ya contabilizaba 70 positivos y su primera muerte, una mujer de 81 años. En el resto del país los contagios se habían acelerado exponencialmente: 5.174 casos y 130 muertes lo corroboran. 

Sánchez se atrevió incluso a hacer una previsión sobre la situación futura: «No cabe descartar que alcancemos los 10.000 afectados la próxima semana».Finalmente, tanto sus previsiones como las de quien se convertiría en el portavoz de la pandemia, Fernando Simón, se quedarían cortas. Tan solo cinco días después ya se contabilizaban más de 13.000 casos de coronavirus en España. 

Aquel mismo día la población canaria empezó a prepararse para permanecer en casa una temporada. Tras haber suspendido las clases una semana antes y con las cuarentenas puntuales en algunas empresas, muchos canarios llegaron a valorar la posibilidad de un encierro que ya se había hecho previamente en Wuhan (origen de la pandemia). Sin embargo, no imaginaron que aquel encierro se podría prolongar durante más de 15 días. La desesperación y el miedo que causaba el enfrentarse a una nueva crisis mundial, se reflejó en las estanterías de los supermercados que cada semana llegaban más vacías. Pese a que el suministro estaba garantizado, la afluencia era tan alta que impedía recargar las estanterías a tiempo. 

Mensajes de apoyo desde balcones durante la pandemia.

Mensajes de apoyo desde balcones durante la pandemia. / María Pisaca

El sábado volvería la voz de Pedro Sánchez a la sobremesa. «Las medidas son drásticas y van a tener consecuencias», advirtió el presidente tras seis horas de intenso Consejo de Ministro. Y lo eran. A partir del lunes 16 de marzo de 2020, 51 millones de españoles estarían obligados a quedarse en casa. Solo podrían salir para trabajar cuando no pudiera hacerlo desde casa, para comprar comida o medicamentos, para acudir a los centros sanitarios o cuidar a personas mayores y dependientes. 

Los primeros 15 días de encierro se prorrogaron por otros 15 y así, sucesivamente, hasta que pasaron tres largos meses y ocho días (100 días).

La medida más lógica

A día de hoy sabemos que aquella medida fue inconstitucional y también demasiado dura. Sin embargo, como defiende García Rojas, «era el paso lógico». España se encontraba en un estado crítico. Con los contagios aumentando de manera exponencial, los hospitales se llenaban cada vez más rápido de personas que los sanitarios no sabían como curar. Las camas de hospitalización pronto se quedaron cortas y las UCIse colapsaron por completo. «Estaba muriendo mucha gente, y con ese escenario terrible y dramático, era complicado pensar en otra alternativa», sentencia. 

A día de hoy, el epidemiólogo confirma que «posiblemente se podría haber hecho de otra manera», pero en aquel momento, la única opción era aplicar una medida drástica que acabara con la circulación del virus de inmediato. 

Cinco años después las lecciones aprendidas podrían ser muchas, pero se han quedado en «algunas». Los expertos creen que Canarias está ahora más preparada para afrontar una nueva pandemia, pero también consideran que podría estarlo mucho mejor teniendo en cuenta la reciente experiencia. «La sanidad sigue sin invertir en prevención», insiste Reyero, que recuerda que «tener una buena salud» aumenta las posibilidades de tener «un futuro bonito». Para García Rojas, por su parte, insiste en que «debemos interiorizar» que el sistema sanitario es «una de las piezas fundamentales del Estado de Bienestar» y que, por ello, «no debe ser objeto de recorte». Además, insiste en lo difícil que está siendo recuperarlo tras la crisis económica y pandémica. «A pesar de que se han incorporado casi 45.000 profesionales al sistema sanitario en nuestro país, la situación no es que haya mejorado, que ha empeorado», lamenta. 

De aquel encierro, «hemos salido mejores en algunas cosas, pero en otras no», como resume el epidemiólogo. Y lo ve en algo tan simple como el uso de la mascarilla, que se convirtió en el objeto más emblemático de la pandemia. «Hoy, siendo un poderoso recurso de solidaridad, casi nadie la usa», insiste. Y así, un año más, las lecciones de una pandemia que cambió el mundo caen, como un mal sueño, en un profundo letargo.

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