Homosexualidad

Cuando ser minero y "marica" era delito (y el padre de Mariano Rajoy lo condenaba)

El historiador Miguel Fernández Turuelo dedicó un estudio a investigar la represión de la homosexualidad durante el franquismo

Sus conclusiones fueron editadas por el Gobierno del Principado de Asturias

Partes de una de las sentencias.

Partes de una de las sentencias. / Redacción

Sara Bernardo

Oviedo

El día que a Juan Evangelista, minero de profesión, la Guardia Civil lo pilló manteniendo relaciones sexuales con un compañero de la mina Pozo Santa Bárbara (Asturias), Mariano Rajoy Sobredo (padre del expresidente del Gobierno) lo condenó al internamiento en un campo de trabajo, al exilio de La Rabaldana y a la vigilancia de la Junta de Libertad Vigilada del franquismo. Era 7 de diciembre de 1968. Cincuenta y seis años después, Miguel Fernández Turuelo (Zamora, 1994), dedicó uno de sus estudios a investigar una realidad social "opacada, silenciada y poco estudiada", que ha recogido en su libro "Invertidos, provincianos y maleantes", editado por el Instituto de Memoria Democrática del Principado de Asturias.

"En este caso en concreto, a la homosexualidad se le añadía la profesión. Ser minero y ‘marica’ nunca podían ir de la mano", afirma Fernández, "en la Asturias de esos años lo que nos encontramos es una sociedad muy homófoba, derivada, en parte, de unos modelos de masculinidad muy marcados por oficios como la mina o la pesca", añade.

Partes de una de las sentencias.

Partes de una de las sentencias. / Redacción

Una opción sexual más señalada por los estigmas sociales de la época que por la propia ideología. Un ejemplo de ello es la historia de Manuel Alonso González, apodado Manolín el de Llorío. Militante del Partido Comunista de España (PCE), estuvo varias veces en prisión. Una de ellas lo hizo en la cárcel gijonesa de El Coto de San Nicolás. "Allí era como tener dos condenas", manifestó el de Llorío en una entrevista, "porque la mayoría eran maricones y tú tenías que ver, oír y callar". Como un doble estatus presidiario entre el "orgullo" de estar encerrado por "rojo" y la "vergüenza" de estarlo por "invertido".

"Era una persecución moral", dice Fernández, "todo el mundo los odiaba moralmente: la Iglesia por pecadores; la medicina por enfermos, y la justicia por delincuentes", subraya.

Este joven vinculado a la Universidad de Oviedo ha estudiado a fondo 637 expedientes de peligrosidad del Tribunal Especial de Vagos y Maleantes de León, sala de la que dependieron, desde 1966, Zamora, Salamanca, Valladolid, Palencia, las cuatro provincias gallegas y Asturias. "El régimen lo que buscaba era una ‘moralidad intachable’ y dentro de la ley de Vagos y Maleantes se penaban este tipo de relaciones". Así fue hasta agosto de 1970, cuando dicha ley se cambió por la de Peligrosidad. "En la práctica todo siguió igual y estuvo en vigor más o menos hasta el 79, aunque realmente las identidades LGTBI fueron perseguidas hasta mediados de los 80 a través de la ley de Escándalo Público", puntualiza Fernández.

"Un punto a destacar en todo lo que es el Movimiento de Liberación Homosexual que se generó en la década de los setenta, son las redes de apoyo", narra este joven investigador. "En función de tus orígenes las penas eran más o menos estrictas", describe. Así ocurrió con el miembro de una familia asturiana aburguesada a quien, tras pillarle la policía realizándole tocamiento a un menor de edad en un parque de la capital, fue tan solo expedientado.

"Igual que la familia, la comunidad en la que vivieses era clave para apoyarte o desterrarte en el norte se ven menos casos porque hubo un exilio hacia las grandes ciudades, donde contaban con más redes de apoyo", describe Fernández.

Hacia los 70, con Manuel Fraga, ministro de Franco, inmerso en relanzar el turismo español bajo el lema "Spain is different", la Costa del Sol tuvo un aperturismo hacia Europa, convirtiéndose en un oasis para la "libertad sexual". "Libertad con muchas comillas, que estamos hablando del franquismo", bromea el escritor, "la mayoría de homosexuales emigraban a las principales ciudades como Madrid o Barcelona, pero cada vez lo hacían más hacia la costa. Allí encontraban un ‘salvoconducto’: el espectáculo. Tener un carné de artista te salvaba la vida", asegura. Esa fue la forma con la que Alberto Alonso Blanco, "Rambal", vivió durante años en el barrio de Cimadevilla. Nunca ocultó su condición sexual, pero el hecho de ir de garito en garito cantando por Marifé de Triana camuflaba, en gran medida, la realidad: "Ser artista era como jugar al despiste. El régimen no podía acusarte de nada porque todo formaba parte de un ‘mero espectáculo’", sonríe Fernández al contarlo.

"El objetivo de este libro", reflexiona Fernández Teruelo, "es que tomemos conciencia de una parte de nuestra historia poco contada. Porque la historia no se repite, pero rima", apuntilla.

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