Historia
Experiencias de la dura batalla contra el analfabetismo
Marcelino González presenta su libro ‘Los muchachos de Taucho’, donde narra las vivencias de unos niños a finales de los años 50 en los altos de Adeje y el agradecimiento a un maestro

Marcelino González González, autor del libro ‘Los Muchachos de Taucho’. | EL DÍA
Hay etapas en la niñez que quedan grabadas para siempre, sobre todo si estas se vivieron entre dificultades y escasez. Marcelino González González estimó necesario dejar constancia de cómo era la vida real en un pueblo de las medianías altas del sur de Tenerife a mediados del siglo pasado. González pertenece a una generación que fue testigo del analfabetismo generalizado, que era compensado con una rica tradición oral; de la pobreza, de la emigración a Venezuela y de la prosperidad moderada de las últimas décadas.

Imagen de archivo de Oswaldo Izquierdo Dorta. | EL DÍA
Pero en su primera obra, Los muchachos de Taucho, se ha centrado en su infancia y en reflejar las vivencias y la educación en dicho pueblo de las medianías altas de Adeje.
La obra, editada por Todohobby, lleva en su portada una imagen simbólica de Taucho, como es la fachada de la casa donde los niños recibían clases y donde se hallaba el único teléfono de la zona. Y que era propiedad del abuelo del autor.
Por aquellos tiempos, la lejanía de cualquier núcleo urbano; la falta de carreteras, de agua corriente y luz; o la altitud de dicho caserío no facilitaban precisamente la voluntad de las autoridades por llevar la educación a los lugares más recónditos de Tenerife.
Taucho, al menos, tuvo escuela y, según nos contaron nuestros mayores, al menos desde los años treinta del pasado siglo.
Pero en la segunda mitad de los años 50, los maestros duraban muy poco: uno, dos o tres meses. Y, cuando se marchaban, no se podía recurrir a nadie del pueblo.
Hasta que llegó uno, Oswaldo Izquierdo Dorta, que permaneció un curso entero. Pero, lo más importante, según explica Marcelino González, ponía ilusión y métodos novedosos para enseñar. Y, además, en los recreos los enseñó a jugar al fútbol y los conceptos básicos de la lucha canaria, por ejemplo.
Marcelino señala que en aquel momento, «don Oswaldo era joven y tenía mucha afinidad con sus alumnos». Piensa que, tal vez, en esa última cualidad del que llegó a ser catedrático de Lengua y Literatura Española influyera que procedía también de un pueblo alejado de La Gomera, de forma concreta de Arure (Valle Gran Rey). Y supo integrarse en el Taucho de aquella época.
Emigrar a Venezuela
Tras la etapa de la niñez, llegó la adolescencia y, con ella, la necesidad de emigrar a Venezuela para buscar una vida mejor. Más de sesenta años después, en el club social tauchero, El Almácigo, estaban reunidos varios muchachos que fueron alumnos de aquel maestro. Y surgieron las preguntas claves: «¿Qué será de don Oswaldo?» «¿Dónde estará?» y «¿Vivirá todavía?». Poco después, uno de aquellos hombres, José Manuel Álvarez, realizaba un viaje y se encontró con una maestra. Y, por esas casualidades de la vida, le habló de Oswaldo Izquierdo Dorta. Y la docente le respondió que «era casi vecina suya», por lo que le dio algunas pistas para llegar a su profesor.
El maestro
Y fue Marcelino González quien se atrevió a llamar a su casa un día. En esa conversación, el autor de Los Muchachos de Taucho comprobó que el maestro nonagenario se acordaba de él, de algunos compañeros y de aquel pueblo alejado en el que pasó un curso. Para Marcelino, «la conversación fue muy entrañable». Y, de esa manera, tuvieron un primer encuentro-cena de varias familias con Izquierdo Dorta y su esposa en La Esperanza.
En este trabajo se glosa lo que fue la vida del maestro, sus meses de estancia en Taucho y se homenajea su implicación altruista a favor de la educación.
Pero también hay cabida para lo que era la agricultura, la ganadería, la gastronomía, la forma de vestir o las fiestas, que se celebraban junto a la ermita del cercano caserío de La Quinta.
Aparecen personajes del pueblo, como José Álvarez, propietario de tierras y ganados, así como un recordado bailador.
Un caso singular fue el de la maestra doña Ángela, que impartió clases a tres generaciones durante 35 años en el caserío. Doña Ángela cambió su vida de clase media en La Laguna por su estancia en Taucho, en una casa modesta, sin agua ni luz. Eso sí, sus alumnas y las madres de estas se desvivían por ayudarla.
Este primer libro de González González está prologado por otro histórico maestro de Matemáticas en el colegio de Adeje casco, Federico Linares.
Como otras muchas personas mayores de la zona, Marcelino recuerda que algunos niños iban con lonas a la escuela, «los que podían, claro, porque otros debían ir descalzos».
La miseria era compensada, al menos en parte, por la empatía y la ayuda de unos vecinos a otros. El autor compara esa realidad de apoyo mutuo con la abundancia que se percibe hoy en día en muchas personas, pero su alejamiento sentimental de otros integrantes de la comunidad, hasta de sus propios familiares. n
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