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El mundo se ahoga en basura pese al 'ecopostureo'

El periodista británico Oliver Franklin-Wallis constata en el libro ‘Vertedero’ que los más de 2.000 millones de toneladas de residuos sólidos que generamos al año no desaparecen y solo se recicla un 12%

Playa repleta de residuos plásticos

Playa repleta de residuos plásticos / EFE

Natalia Araguás

Montañas de basura sobre Nueva Delhi, envueltas en 'esmog'. Prendas de bajo coste enviadas desde Europa que cubren una playa en Accra, capital de Ghana, hasta más allá de donde alcanza la vista. Ríos que arden por los desechos industriales, como el Cuyahoga (EEUU); otros como el Yamuna, en la India, que en los días de invierno bulle en espuma blanca. Residuos plásticos que afloran en los glaciares derretidos del Everest o las fosas oceánicas más profundas.

Es el apocalíptico panorama que presenta el periodista de investigación Oliver Franklin-Wallis en ‘Vertedero’ (Capitan Swing), fruto de una exhaustiva investigación de cuatro años que empezó en 2019 como un reportaje sobre la crisis en la industria de los residuos para ‘The Guardian’: no tardó en darse cuenta de que los residuos son la crisis en sí misma. 

Las 2.010 millones de toneladas de residuos sólidos que produjo la humanidad solo en 2016 –último año del que se dispone de registros fiables– acabaron en gran parte en países del Sur Global. Ya en los 80 se acuñó el término “colonialismo tóxico”, que en las últimas décadas no ha hecho sino ir a más: solo reciclamos el 12% de los residuos del planeta.

Según explica ‘Vertedero’, China se convirtió durante sus años de desarrollismo en el principal destino mundial de los desechos de acero, cobre, aluminio, papel y plásticos, que amortizaban el viaje de vuelta de sus contenedores vacíos tras descargar en los puertos occidentales su frenética producción. Pero en 2018 China cerró sus puertas a las importaciones de basura con la Operación Espada Nacional, con la finalidad declarada de proteger sus derechos medioambientales y la salud de las personas.

Centros de reciclaje

En realidad, China había crecido hasta el punto de que ya no necesitaba estas materias primas. Ciudades como Shenzhen se habían convertido en el centro mundial de reciclaje de residuos electrónicos, muchos empresarios chinos que ahora se dedican a la tecnología empezaron con los residuos, un sector abonado a las mafias. 

No es casual que ‘Gomorra’ comenzara su relato de la corrupción en Italia con un contenedor. Roberto Saviano advertía ya hace casi dos décadas que la mafia napolitana se había afanado sobre la gestión de los residuos en el sur de Italia, con el resultado de 18.000 toneladas de residuos tóxicos vertidos sin control desde finales de los 90 entre Nápoles y Caserta procedentes del norte del país. Después del cerrojazo de China, los cargamentos de la basura que los países occidentales no querían comenzaron a inundar el sudeste asiático, donde no tardaron en aflorar los mismos problemas medioambientales y de salud pública. 

Franklin-Wallis retrata un mundo paradójico y voraz: 820 millones de personas pasan hambre, pero un tercio de los alimentos se desecha. Que cada año se desperdicien más de 931 millones de toneladas de alimentos, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, tiene además la implicación de que hasta 1.400 millones de hectáreas de tierra utilizadas para la agricultura (un 28% de todas las tierras agrícolas del mundo) podrían dedicarse a otros asuntos, como plantar bosques o vivienda.

La industria de la moda fabrica en todo el mundo alrededor de 62 millones de toneladas de ropa cada año, el equivalente a entre 80.000 y 150.000 millones de prendas para vestir a 8.000 millones de personas. Es una de las industrias más contaminantes: produce entre el 8 y el 10% de todas las emisiones de carbono globales y el 20% de todas las aguas residuales. Ciudades como Accra, que alberga el mercado de ropa más grande de África Occidental, Kantamanto, se ahogan con las prendas que les llegan de los países occidentales, en su mayoría de multinacionales de moda de bajo coste, incapaces de venderlas ni de destruirlas de forma adecuada. El único vertedero existente, pagado con un préstamo del Banco Mundial, se incendió: ahora pagan los intereses del préstamo por un vertedero inexistente y lo tiran todo en las afueras de la ciudad. 

¿Qué podemos hacer?

No hay soluciones fáciles para este panorama desolador, observa ‘Vertedero’. No obstante, la humanidad fue capaz de resolver en el pasado otros problemas que parecían irreversibles, como la crisis de salud pública que se vivió en el Londres victoriano por el vertido al Támesis de aguas residuales sin control, con la consiguiente epidemia de enfermedades como el cólera, gracias a la moderna red de saneamiento creada por Joseph Bazalgette.

Al fin y al cabo, la moderna sociedad de consumo basada en lo desechable tiene su origen en la Segunda Guerra Mundial, cuando la irrupción del plástico dio lugar a la mentalidad de artículos de corta vida o un solo uso. Pero más allá de los entrañables esfuerzos individuales de clasificar correctamente la basura en cada contenedor de reciclaje, fabricar compostaje con los residuos orgánicos o peculiares movimientos como los friganos, que solo consumen lo que otros tiran a la basura, Franklin-Wallis destaca que la magnitud de la crisis de los residuos requiere de soluciones colectivas, que impliquen a gobiernos y empresas.

Hacer más baratos los vehículos eléctricos y poner más estaciones de carga para extender su uso serían ejemplos. También obligar a las empresas a hacer pública la huella real de residuos de los productos que venden, no solo en el momento de su eliminación sino de su misma extracción.

‘Vertedero’ sí ofrece una solución tan simple como efectiva para contaminar menos: reducir el consumo. No sucumbir al Black Friday ni al dictado de Amazon Prime y la moda rápida es una manera efectiva de mejorar el planeta. Reducir, reusar y reciclar funcionan, por este orden. Por lo pronto, Franklin-Wallis vivió su Navidad favorita en años con su familia sin hacerse regalos materiales. A cambio, sus hijas recibieron una suscripción a Whirli, una página de alquiler de juguetes que permite devolverlos cuando los niños se han cansado de ellos.

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