Buenos presagios
Meryem El Mehdati
No recuerdo cuándo apareció el manto azul que a veces me cubría de la cabeza a los pies y se enrollaba y enrollaba hasta sofocarme por completo, pero sí sé que no siempre estuvo allí, es decir, que hubo un antes y un después. Un día no me pesaban los hombros, al siguiente sí, pam. Decidí que el color era azul porque de niña me hizo gracia aprender en el colegio que estar azul en inglés significaba estar triste en español, pensé: pero cómo va a ser la tristeza del mismo color que la sal en el aire y el agua en los pies. El sol en la cara, una de las poquísimas cosas de las que podemos seguir disfrutando sin pagar un céntimo. No sé por cuánto tiempo más, hay que aprovecharlo todo lo posible ahora que se puede. El humor va un poco de eso, ¿no? De reír no porque se tenga muchas ganas sino simplemente porque no queda otra. Cómo va a ser la tristeza del mismo color que el infinito, muchacha. No tengo ni idea. De todas formas, no es la tristeza eso de lo que estoy hablando. Yo quería hablar de la presión en el pecho, la sangre latiendo con una fuerza extraña en las muñecas, el estómago desconfigurado sin saber muy bien por qué, los dientes apretados tanto al dormir que al despertar uno no se cree lo mucho que le duele la boca -tampoco se creerá necesitar una férula de descarga a los treinta y pico años ni los doscientos euros que vale esa dichosa férula, y sin embargo-, el pelo que comienza a caer a puñados y se recoge con cara de susto. Se piensa ¿pero esto qué es, me estaré muriendo? Imagina morir antes de ver quiénes son todas las personas que salen en la lista de Epstein o a Benjamin Netanyahu juzgado por crímenes de lesa humanidad en el Tribunal Internacional de La Haya. Qué horror. El miedo, el miedo. Nunca se sabe a qué, eso es lo peor; solo sabemos que de pronto uno se vuelve muy consciente de mí mismo, de su respiración, del peso que comienza a hundirse en sus tripas poco a poco, poco a poco, de cómo suena su voz. Algo malo va a suceder pronto, no se sabe el qué, la amenaza nunca se concretiza pero el temor esta allí y la garganta comienza a cerrarse, el sueño desaparece. Al final nada de lo que sucede es tan malo como se pensaba que iba a ser, pero jamás se aprende la lección. El cuerpo humano reacciona de la misma manera cada vez, alerta, estático en el tiempo. Cuánta gente no habrá citado a Jean-Paul Sartre y su frase sobre el infierno y los otros para consolarse a sí misma cuando lo que Sartre quería decir es todo lo contrario. No hay peor infierno que los demás, sí, pero no por ellos sino por nosotros mismos, por lo conscientes que somos de nuestras luces y nuestras sombras y lo mucho que estas últimas nos avergüenzan.
Muchas veces se me olvida lo que es la ansiedad. La mayoría de la gente que conozco la ha tenido o la tiene, nos la diagnosticamos como quien extiende el brazo en dirección al cielo y dice «Mira, un avión». Pasan meses en los que no siento el manto azul sobre mí, tanto tiempo que se me olvida la sensación de llevarlo encima; miro atrás y me pregunto por qué temí tanto esa presentación, aquella entrevista, la conversación que tanto retrasé, el examen para el que estudié durante semanas, si no fue nada, si me salió tan bien. Una y otra vez aquello con lo que me torturé resultó no tener la más mínima importancia, con los días no recuerdo las palmas de las manos blancas y la cabeza casi embotada, tampoco el corazón latiendo como si fuese a salirse del pecho.
El alivio una vez se pasa el mal trago es tal que hasta llego a pensar que soñé la situación que me angustió tanto. No son sueños, claro. Ojalá lo fueran, todo sería mucho más fácil entonces. Sí, la ansiedad es muy común, hay tantísimas personas que la tienen ahora. Pienso en ello mientras pongo las palmas de mis manos sobre mi estómago y me concentro solo en mi respiración.
El aire que entra y el aire que sale. Inspira, aguanta, aguanta, espira. Otra vez. Me imagino a Netanyahu (¿Sabían que su verdadero apellido es Mileikowsky?) declarado culpable, inspiro, aguanto, aguanto, espiro. Si me ven por la calle con las manos en el estómago ya saben.
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