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Maestras y maestros de ayer

Manuel Déniz, un docente que ama su profesión

El conejero, que inició su actividad en San Juan de la Rambla, destaca las dificultades sociales de un alumnado de perfil rural

Manuel Déniz, un docente que ama su profesión E. D.

Quizá no lo hayamos valorado, o quizás sí, pero hay un hecho muy real en nuestra vida, y es que debemos a muchos lo que somos hoy. Entre esas personas a las que debemos bastante, se encuentran las maestras y maestros, profesoras y profesores. Unos héroes que han sabido superar situaciones harto complicadas, con crisis económicas por medio, así como cambios de leyes de educación, pero han logrado su objetivo llenar nuestra mochila de conocimientos para el presente y el futuro. En estas semblanzas dedicadas a Maestras y maestros de ayer, ellos van a ir acompañándonos por esos tiempos vividos. Muchas de las historias relatadas nos serán cercanas por haberlas vivido o por que nos las han relatado. Hoy vamos a conocer a Manuel García Déniz, el maestro que vino de Lanzarote con catorce años, inició sus tareas de maestro en San Juan de La Rambla, La Matanza (Tenerife), luego lo destinaron a La Palma en Los Llanos y regresó a Santa Cruz de Tenerife, al Colegio Tena Artigas y Tomás Iriarte, donde finalizó su vida laboral oficial.

Esta semblanza nos traslada hasta Lanzarote y luego a la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Manuel García Déniz nació en Arrecife, Lanzarote, el 2 de septiembre de 1943. Primero estudió Magisterio, que por aquel entonces «era una carrera de Grado Medio. Se accedía desde 4º de Bachiller y Reválida», afirma. «Así ejercí como maestro de forma generalista hasta que en el año 1971 apareció la Ley de Villar Palasí, cambiando la estructura totalmente de la Educación, vino la EGB y la oportunidad de especializarse. En ese momento me acogí a los cursos del Ministerio, y me especialicé en Matemáticas».

Así, rememora con mucho afecto esos años, incluso los de los estudios de Magisterio. «Tuve la suerte de poder estudiar Magisterio en La Laguna, porque no pedían los 14 años cumplidos, en cambio en La Palmas sí, tenías que haber cumplido 14 antes de ingresar en la Universidad en septiembre». Terminó su carrera con 17 ó 18 años. Luego pasó dos o tres años haciendo la especialidad en la Universidad y acabando el Bachillerato Superior.

La Portalina

En 1965, la oposición para Maestros comenzó en junio «y yo me presenté, porque me encontraba preparado y aprobé. Era una oposición larga y a mediados de septiembre ya tenía mi primer destino, que fue en la llamada La Portalina, que también la conocían por Vera Rosas, en San Juan de la Rambla». Sus primeros recuerdos de esa escuela dice que son de angustia. «Me encontré con una escuela que realmente no era tal, se había derruido por motivos naturales y habían alquilado una habitación en otra casa para dar clase». El mobiliario era mínimo una pizarra y algunos pupitres, «que tenían tapa para guardar las pocas cosas que los chicos tenían y una rejilla en el suelo para que se limpiaran el barro de las alpargatas. También había una mesa para el maestro, pero no había libros, ni siquiera papel», nos asegura Manuel Déniz. «Yo rápidamente me di cuenta de mis deficiencias, además había aprobado la oposición hace muy poco tiempo y era mi primer trabajo como maestro», cuenta. «Los alumnos eran muy pobres, venían de la falda de El Teide, de Icod El Alto, se levantaban temprano para llegar a clase caminando». Era 1965, la época de la emigración a Holanda. «Todos los hombres de la zona estaban fuera y en esa situación me vi yo». Eran niños de todas las edades, de un ambiente rural de la época, que se ocupaban de las huertas y los animales, porque sus padres no estaban, y además iban a la escuela. «Hacían una comida fuerte por la mañana, con leche y gofio, y ya no comían nada más hasta que volvía a sus hogares por la tardes, y les tenían preparado el potajito de coles, la jornada era partida».

Enseñar a ser personas

Por aquellos años, Manuel Déniz recibió su primer consejo docente de Gloria, una compañera maestra también de la zona: «Acudí a la compañera de la escuela de al lado, era una unitaria. Me dijo que no me preocupara de los conocimientos, que lo más importante eran sus aprendizajes como personas, aspectos humanos». Fue entonces cuando le enseñaron a hacer la leche en polvo, «era época de la ayuda americana y esta compañera me dijo cómo cocinar la leche en polvo en clase, con un fuego con dos teniques de piedra y un caldero grande. Teníamos unas bolsas de leche que nos traían. Ella me invitó además a que intentará que todos trajeran un pequeño paquetito de gofio, para que luego, en el recreo, lo echaran a la leche, y tuvieran algo más que echarse a la boca». De La Portalina, Manuel Déniz marcha a La Matanza y a La Palma, para acabar en el Colegio Tena Artigas, donde se jubiló de su trabajo oficial, pero aún sigue siendo formador de maestros y profesores, en su querida especialidad, las matemáticas. Todo esto nos lo contará en la siguiente entrega de Maestras y maestros de ayer.

Los momentos fueron muy duros, incluso para él como joven que llega a un pueblo desconocido a trabajar, pero casi siempre hay una buen acogida. «Yo vivía en una pensión de La Guancha a cuatro kilómetros, porque allí no había donde quedarse. Me dejaban pagar cuando cobrara, el dueño tuvo ese detalle conmigo. La comida la resolvía, de fiado, en un conocido lugar que llamaban Casa Benigno», apunta. «Naturalmente, tardé mucho en cobrar, porque allí se iba a trabajar y no se ponía importancia al sueldo, que tarde o temprano vendría. Después de unos meses te avisaban para cobrar la liquidación de lo trabajado y tenías que ir un sábado a casa de un habilitado de Educación, que nos pagaba en su casa. Se formaba una cola por fuera en la escalera y cuando te tocaba te atendía y te pagaba. Cobré la primera vez en noviembre. Me dieron el dinero en un sobre marrón y nos lo hacían contar delante del habilitado. El sueldo era de unas 2.300 pesetas al mes», concluye.


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