Drama social

El hombre rescatado en El Prat: un informático marcado por la muerte de su padre y que se aisló con la pandemia

Lo que se encontraron los sanitarios, y después los Bomberos, fue un auténtico drama: vivía entre bolsas de basura, botellas llenas de orina y sus excrementos

El hombre rescatado en El Prat: un informático marcado por la muerte de su padre y que se aisló con la pandemia.

El hombre rescatado en El Prat: un informático marcado por la muerte de su padre y que se aisló con la pandemia.

Elisenda Colell

Cinco escalones separan la puerta del piso de Alejandro B. en El Prat de Llobregat hasta la calle. Cinco escalones que él no cruzaba desde hacía más de tres años, desde la pandemia del coronavirus. Antes del covid, podía tardar más de 15 minutos en subir los peldaños. "Andaba con los tobillos, le costaba mucho, veías que se ahogaba... y siempre que te ofrecías a subirle las bolsas te decía que no", explica una vecina.

Este miércoles, Alejandro llamó al Sistema de Emergencias Médicas porque ya no podía más. Lo que se encontraron los sanitarios, y después los Bomberos, fue un auténtico drama: vivía entre bolsas de basura, botellas llenas de orina y sus excrementos. Tuvieron que usar una excavadora para sacarle de casa. A los vecinos no les sorprendió lo que vieron: llevaban meses alertando a la Policía Local y a los Servicios Sociales. La impotencia era total. "No dejaba entrar a nadie", explican tanto los vecinos como el Ayuntamiento del Prat.

Este jueves, la entrada a este bloque de pisos de El Prat debe hacerse con la nariz tapada. El hedor penetra como si fuera un vertedero. Los vecinos lamentan que se haya tenido que llegar hasta este punto para poder atender a Alejandro, un hombre de 46 años y 250 kilos de peso, informático, que hacía tres años que no salía de casa. Vivía con las ventanas cerradas, las persianas bajadas. El olor solo se percibía cuando abría la puerta: inundaba hasta el cuarto piso. "Me sabe tan mal que haya acabado así, era una buenísima persona, un chico encantador", sugiere una vecina que lleva alertando del caso desde hace años.

La muerte de los padres

La familia de Alejandro compró ese piso en El Prat de Llobregat hace más de 40 años. "Eran dos hermanos. Aún le recuerdo yendo a la escuela con la mochilita", explica la mujer. Su madre falleció cuando él era menor de edad debido a una enfermedad. Los hermanos se quedaron a cargo del padre, que falleció de un accidente cuando él ya era adulto. "El padre trabajaba en los huertos e iba en bicicleta, pero lo atropelló un camión", cuenta la misma vecina que prefiere permanecer en el anonimato. "Desde entonces, Alejandro no fue el mismo: empezó a aislarse, era más esquivo... yo creo que poco a poco fue cayendo en una depresión", añade otra vecina.

Hablan de él como una muy buena persona e inteligente. Era maestro de ajedrez y estudió informática en la universidad. En 2012 llegó la primera alarma de los vecinos. "Intervenimos con servicios sociales y salud pública. Entonces él vivía con un familiar y había cierta acumulación de cosas en la vivienda, pero no lo que hemos visto ahora. La intervención se prolongó durante tres años y la situación se dio por cerrada en 2015 cuando practicamos una limpieza de choque", explica Arnau García, jefe de acción social y comunitaria del Ayuntamiento de El Prat.

Alejandro trabajaba en el aeropuerto, y pesar de sus problemas evidentes de movilidad por su obesidad, cada día una furgoneta le llevaba y devolvía al trabajo. Pero después de la pandemia todo cambió. Se confinó en casa, como todos, pero nunca más volvió a salir. Los vecinos explican que se peleó con su hermana, que hace más de dos años que no ha vuelto. "Nunca nadie ha vuelto a abrir esa puerta", añaden.

Encierro total tras la pandemia

Los vecinos no saben si es que siguió trabajando para la misma empresa haciendo teletrabajo, o es que le despidieron y encontró otro empleo online. Lo cierto es que seguía con un empleo porque pagaba todos los recibos de la comunidad. Dicen que el miércoles lo encontraron con el portátil encendido.

Pero la preocupación se volvió a extender por la finca a partir de 2020. "Una vez por semana le picaba la puerta por si necesitaba algo, por si estaba bien... le di mi teléfono por si necesitaba algo... pero siempre me decía que estaba bien, que le dejara en paz, que era muy pesado", cuenta otro vecino. "Nunca me abrió, siempre hablábamos a través de la puerta", añade.

Sabían que seguía vivo cuando abría la puerta a recoger la comida que había pedido a domicilio. Era cuando les llegaba el hedor. "Una vez por semana venía una furgoneta y le traía bolsas con mucha comida hasta la puerta. Lo hacía o muy temprano o muy tarde, y él se esperaba a que no hubiera nadie para abrir y recogerla", sigue este vecino que estaba pendiente de él. Recogía la comida desde la puerta arrastrándola con una escoba, a escondidas.

Las llamadas de los vecinos a la Policía Local y los Servicios Sociales siguieron desde 2018 hasta 2022. La última visita de los Bomberos fue el pasado noviembre. García lo confirma. "Íbamos pero decía que no nos necesitaba, que todo iba bien, y tampoco nos dejaba abrir la puerta", sigue el técnico municipal.

Pero los vecinos sabían que Alejandro no estaba bien. Una de las vecinas más longevas le recuerda con úlceras en las piernas. Su hija dice que tenía gangrena. Al ayuntamiento sí le constan problemas de salud física, pero jamás pisó el Centro de Salud Mental para Adultos. Lo cierto es que nadie lo volvió a ver, ni tan solo en la farmacia.

Al fin, pidió ayuda. Este miércoles telefoneó al SEM porque no se encontraba bien y no podía salir de casa. "Creo que resbaló por la casa y de la mierda que había no se podía abrir la puerta", sigue una vecina. Los Bomberos trataron de derribarla, pero no hubo manera. Por eso optaron por excavar una de las ventanas. "Nos han dicho que aún queda una tonelada de basura, que ya vendrán a buscarla", siguen los inquilinos.

Ayudas a domicilio

Ahora Alejandro está recuperándose en el Hospital de Bellvitge. Los vecinos lo quieren de vuelta, pero piden que alguien le cuide. "Necesita una persona porque, debido a la obesidad, no puede moverse: por eso no salía de casa", insiste una vecina. Los servicios sociales están barajando opciones. "Quizás le proponemos un ingreso en un centro sociosanitario hasta que la situación en la vivienda se haya resuelto", dice García, que recuerda que Alejandro es el propietario de su piso y que tiene plenos poderes para decidir.

"El problema en este caso lo tenemos con la voluntad. Él está en plenas capacidades mentales y si no quiere que entremos en su casa, no podemos hacerlo", insiste García. Explica que en El Prat siguen cinco casos similares a éste y que son situaciones muy complejas, asociadas a algún trastorno de salud mental y mucha problemática social y sólo se puede trabajar si los afectados aceptan.

García confía en que el proyecto de integración social-sanitaria, que también se está experimentando en El Prat, sirva para poder detectar estos casos lo antes posible. "Nosotros no tenemos acceso al historial médico, no nos podemos coordinar con los médicos de cabecera", lamenta García.

Los vecinos, al fin, respiran aliviados. "Lo que me tranquiliza es que ha sido él quien ha visto que no puede seguir así. Espero que ahora se deje ayudar... nosotros estaremos para lo que haga falta", resume una vecina que lo ha visto crecer para luego caer en lo más hondo de la soledad.

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