Adiós a un periodista ilustrado y un apasionado melómano
Inolvidable Guillermo
Quien tuvo la suerte de conocer a Guillermo García-Alcalde, de tratar con él, de amistar, de intimar, sólo puede tener palabras de admiración

Guillermo García-Alcalde, con el expresidente del Gobierno de Canarias Adán Martín. / LP/DLP
Pasión por su familia, por el periodismo, por la música, por las artes. Inolvidable Guillermo. Caballerosidad, respeto, inteligencia, equilibrio, elegancia, bonhomía, esfuerzo, trabajo, cultura, amistad, devoción, sensibilidad, sensatez, pasión. No bastan los adjetivos para calificar a una persona que tanto ha aportado al periodismo y a la cultura del Archipiélago.
Quien tuvo la suerte de conocer a Guillermo García-Alcalde, de tratar con él, de amistar, de intimar, sólo puede tener palabras de admiración. Aquí y allá, en su tierra de adopción y en su tierra natal. Porque Guillermo García-Alcalde nació en Asturias, pero sembró su sabiduría en las Islas, en todas, y brotó periodismo y cultura. Dedicó su vida al mundo de la comunicación, aunque estudiara Derecho por mandato paterno, pero se matriculó en el Conservatorio de su ciudad para aprender y moldear una vocación musical que transportó de manera causal al periodismo. El destino.
Traté un tiempo con él, cuando era consejero delegado de Prensa Ibérica, grupo editor en aquel momento de los periódicos LA PROVINCIA y La Opinión de Tenerife y en la actualidad de El Día. Algo me llamó la atención en aquel año 2008, y no su exquisitez en la escritura y en la crítica cultural, especialmente en el profundo mundo de la música clásica, porque sabía de su altura intelectual, sino su sencillez al ejercer su cargo, de gran trascendencia en las Islas y también a nivel nacional. Nunca lo utilizaba para provecho propio ni para amedrentar a los poderes, sino para alcanzar la excelencia en los productos periodísticos de los cuales era alto ejecutivo.
Allí estaba siempre Guillermo, para dirigir, para acompañar a los impulsores del Grupo, Javier Moll y Arantza Sarasola, en sus proyectos. Siempre en su sitio, sin levantar la cabeza pese a su altura física. Un maestro.
Y su amor por la música. Melómano. Increíble su sensibilidad, profundo su análisis. Justo con los justos y crítico con el error, como cuando el Festival de Música -una de sus creaciones- desvió sus principios.
Jamás olvidaré su trato, su ánimo en los peores momentos y su maestría para reconducir las situaciones en la misma cuerda floja. No solo él.
Sé que he abusado del elogio, pero no se me ocurre nada más. Sí, mi agradecimiento, y también mi rabia por no haberlo conocido más. Un beso al cielo y otro enorme a Mary, a su hija Amalia y a su nieta Carmen. A toda la familia.
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