El amanecer que jamás pudo olvidar Garachico

El IGN explica cómo vivió la población de la 'Isla Baja ' la erupción del volcán Arenas Negras o Trevejo

Volcán Trevejo, en Garachico.

Volcán Trevejo, en Garachico.

Maya Bencomo

Maya Bencomo

 “Veíanse sepulcros con efectos de querer arrojar los cuerpos muertos, oíanse las campanas que con sentidos golpes parecía que tocaban a agonía”. Así comienza la narración de fray Domingo Josef Cassares sobre la erupción de Garachico, en 1706.

Conocida como la erupción del volcán Trevejo, o Arenas Negras, en la dorsal de Teno y que tuvo lugar entre los días 5 y 14 de mayo de ese año, esta arrasó la Villa y, sobre todo, el puerto de Garachico que quedó totalmente cubierto. Siete coladas de lava descendieron por la ladera arrasando y sepultando a su paso gran parte de la localidad. La lava, incesante tras recorrer los casi 7 kilómetros hasta el mar, a través de laderas, y con un feroz avance a una velocidad de 925 metros por hora, empezaba a caer por el acantilado, acercándose sin piedad a Garachico.

Debido a la pendiente que ofrecía el acantilado, se formaron bolas de acreción de materiales piroclásticos. Las bolas se forman por la acumulación de material expulsado que se va uniendo a la bola y puede llegar a tener varios metro de diámetro y mayor velocidad que las coladas, tal y como explica el Instituto Geográfico Español (IGN) en sus redes sociales. Las inmediaciones fueron cubiertas por productos volcánicos como lapillis, escorias y bombas de tipo fusiforme.

Este evento fue suficiente para poner fin al período de mayor prosperidad de este municipio que, hasta entonces, ostentaba el título de la localidad portuaria de mayor envergadura y tirón económico de la isla. Aunque no fue la mayor erupción vivida en Canarias en volumen de lava expulsada o duración, si lo fue en cuanto al terrible impacto y su repercusión a largo plazo.

Una hora antes del amanecer

Cassares relató cómo, una hora antes del amanecer, resonó un brusco estallido a lo lejos que dio paso a la abertura de una fractura de casi un kilómetro de longitud con más de doce focos eruptivos y con una dirección noroeste-sureste. El mismo 5 de mayo comenzó una pequeña evacuación de Garachico (comenzando por los enfermos postrados), pero no es hasta el 28 que se evacúa a la población total.

La erupción continuó expulsando materiales hasta que una semana después, el doce de mayo, se incrementó la emisión efusiva de las coladas del cráter principal y se produjeron nuevas coladas. Y ese día se produjo un eclipse, lo que sumió a la población en el terror.

Esta erupción no se cobró vidas humanas pero sí que afectó al desarrollo histórico, económico y artístico de Garachico, pues sepultó el antiguo puerto e importantes joyas arquitectónicas del municipio. El calor de las coladas ardientes incendió parte de la Iglesia de Santa Ana, que fue reedificada entre 1714 y 1721. Sin embargo, arrasó por completo los conventos de San Diego, Santa Clara y San Francisco, así como la casa del Conde de La Gomera. El filólogo, historiador y profesor rumano Alejandro Cioranescu, se refirió a la erupción del volcán Trevejo y sus consecuencias como “La Pompeya canaria”.

El mismo 5 de mayo comenzó una pequeña evacuación de Garachico, comenzando por los enfermos postrados, pero no es hasta el 28 que se evacúa a la población total. Los terremotos fueron los claros precursores de la erupción.

Tras apagarse el volcán de Arafo en 1705, los terremotos permanecieron más de un año, estremeciendo edificios, acompañados por ruidos subterráneos en el Valle de la Orotava, sin permitir a la gente volver a casa.

Los habitantes de la Isla vivían en una permanente situación de pánico. Tanto era el miedo y angustia que pesaba sobre la población tinerfeña de entonces que los cronistas de la época reportaron por entonces 16 muertes, la mayoría “por miedo”. Entre los decesos se cuenta el del obispo de Canarias, Bernardo de Vicuña y Zuazo (1691-1705), que murió un 31 de enero en La Orotava, a causa del profundo temor que le produjeron los temblores del volcán de Güímar: “El obispo D. Bernardo Sanzo de Vicuña, que huyó con el clero de La Orotava, murió de miedo en una choza donde lo habían acogido”.

Hubo más terremotos precursores, tal y como recogió según la escritora victoria Olivia Stone, que recogió testimonios en su viaje a Canarias en 1883: “Se escucharon roncos sonidos en el subsuelo y el mar comenzó a retirarse de la costa. El Pico se cubrió de fuego, el aire se llenó de gases de azufre que asfixiaron a los desgraciados animales y el agua se transformó en vapor, como si de un manantial caliente se tratase. De repente el suelo tembló y se resquebrajó”. 

Sobre la erupción acontecida del 5 al 13 de mayo de 1706, el IGN explica que, “en los momentos iniciales, la lava típica de las erupciones basálticas, muy líquida, formó fuentes que comenzaron la creación de coneletes de spatter -fragmentos de lava emitidos en una erupción- desportillados, dirigidos todos hacia el norte.

En erupciones efusivas con lavas fluidas y una adecuada presencia de gas, se pueden desarrollar fuentes de lava que emiten tasas elevadas de spatter que cae al suelo caliente, siendo rápidamente cubierto por nuevos aportes, lo que permite mantener temperaturas elevadas en el interior del apilamiento estos fragmentos. Cuando se alcanzan unas condiciones críticas los piroclastos aglutinados pueden dar lugar a la formación de lavas clastogénicas -constituyen la parte central del aparato volcánico, mientras que las más fluidas son coladas periféricas- y comenzar a fluir por las pendientes.

Estas fuentes produjeron unas coladas de lava tipo Pahoehoe de más de 2 km de longitud. Pahoehoe significa “suave”. Se trata de coladas de lavas que presentan rugosidades y que se asemejan a cuerdas, lo que le da el nombre de lava cordada. Una vez solidificada la lava, su superficie es ondulada, encordonada e incluso lisa. Estas superficies se deben al movimiento muy fluido de la lava bajo una corteza que se va coagulando. Las coladas de este tipo avanzan como una serie de pequeños lóbulos y dedos que rompen continuamente la superficie enfriada. Así mismo, se forman tubos de lava.

La erupción de mayo de 1706 evolucionaba hacia un comportamiento estromboliano, como la mayoría de erupciones en Canarias, “presentando los dos comportamientos que vimos en la erupción de La Palma en 2021: hawaiiano (efusivo, líquido) y estromboliano (más explosivo)” tal y como señala el IGN.

Vigilancia volcánica en Canarias: una apuesta crucial para la reducción del riesgo volcánico

La datación y recogida de datos científicos en las erupciones es de vital importancia. Las erupciones volcánicas normalmente van precedidas de señales anómalas, denominadas precursores, que pueden indicar su próxima ocurrencia. La única manera de detectarlas es realizar una vigilancia volcánica adecuada empleando técnicas diferentes y realizando un análisis conjunto de los datos obtenidos. Este trabajo coordinado ayuda a mejorar los pronósticos de cómo, dónde y cuándo tendrá lugar la próxima erupción volcánica.

La vigilancia volcánica es una de las tres acciones básicas que recomienda la comunidad científica y política internacional para reducir el riesgo volcánico en cualquier área volcánicamente activa. Y Canarias lo es.

La realidad actual es que el riesgo volcánico en el Archipiélago es ahora mayor que hace 50 o 100 años como consecuencia de la existencia en las islas de mayores niveles de población e índices de desarrollo socioeconómico expuestos ante el mismo peligro o amenaza natural.

Cinco precursores volcánicos

Al menos hay cinco precursores que deben manifestarse antes de una erupción volcánica: actividad sísmica, deformación del terreno, emisión de gases, manifestaciones hidrotérmicas y alteraciones visibles.

Antecedentes en Tenerife

En los siglos XIV y XV se dieron las primeras erupciones históricas según referencias de anotaciones de marinos vizcaínos en sus diarios, en los años 1341 y 1393-1394. En 1430 se sabe, por referencias guanches, que hubo otro periodo eruptivo en la zona del valle de La Orotava  (Taoro), aunque no ha sido localizada con exactitud. Se cree que se dio a través de tres bocas eruptivas diferentes: la montaña de las Arenas de la Horcamontaña de los Frailes y montaña de Gañanías.

En 1492 quedó registrada una erupción cuando las tres carabelas de Colón pasaron por esta zona en dirección hacia América. Pudo tratarse de una erupción cercana al Teide, en las laderas de suroeste de Pico Viejo. Posiblemente fue montaña Reventada y montañetas Negras, aunque también se piensa que pudo suceder en el cono superior y en el cráter actual. 

El siglo XVIII fue muy activo, comenzando la actividad el 31 de diciembre de 1704 con la erupción del volcán de Siete Fuentes, con una duración de 13 días. Entre el 5 y el 13 de enero de 1705, entró en erupción el volcán de Fasnia, durando sólo 8 días. El 2 de febrero del mismo año, comenzó la erupción de volcán de Arafo, cuya erupción se prolongó durante 24 días, y la erupción de Volcán de Arenas Negras o Trevejo, en mayo de 1706

Las últimas erupciones acaecidas en la Isla han sucedido cerca del Edificio Central. Una de ellas fue la del volcán de Chahorra o Narices del Teide, en un lateral de Pico Viejo, entre el 9 de junio y el 8 de septiembre de 1798. La lava que emitió fue de composición basáltica, tipo pahohoe, continuas, muy fluidas y a elevadas temperaturas.

La última erupción registrada en Tenerife fue la del volcán Chinyero, en noviembre de 1909. Sucedió también cerca de la zona del Edificio Central, en la Dorsal de Teno y fue una erupción corta que duró sólo diez días.

Existen múltiples referencias históricas sobre fenómenos eruptivos en la Isla, pero no todos se basan en la realidad, por lo que es un tema que hay que tratar con mucha cautela y solo se tienen referencias fiables de las erupciones que se citan a partir del siglo XVIII.