Tres años del encierro

El 14 de marzo de 2020 el presidente Pedro Sánchez, anunciaba que los españoles estarían obligados a confinarse en casa durante 15 días para frenar el avance de la covid

Varias personas se asoman a sus balcones durante el confinamiento de marzo de 2020.

Varias personas se asoman a sus balcones durante el confinamiento de marzo de 2020. / Andrés Gutiérrez

Verónica Pavés

Verónica Pavés

«Vamos a parar el virus con responsabilidad y unidad». Las palabras de un visiblemente agotado y solemne Pedro Sánchez resuenan en las miles de televisiones y radios de toda España. Es viernes 13 de marzo de 2020. El presidente del Gobierno de España acaba de anunciar el segundo estado de alarma de la democracia. Será el primer socialista en limitar la libertad de los españoles, aunque lo hará con un único propósito: detener el avance imparable del coronavirus que arrasa con con la salud de la población en todo el mundo.

El virus empezaba a dispersarse. Canarias ya contabilizaba 70 positivos y su primera muerte, una mujer de 81 años. En el resto del país los contagios se habían acelerado exponencialmente: 5.174 casos y 130 muertes lo corroboran. «Nos esperan jornadas muy duras», sentencia Sánchez desde la sala de prensa de Moncloa. No hay, sin embargo, ni un periodista. Sánchez está solo y dirige, por ello, sus palabras directamente a los españoles con la vista fija en la cámara. 

Sánchez se atreve a hacer una previsión: «No cabe descartar que alcancemos los 10.000 afectados la próxima semana». Lo que para muchos suponía una exageración, finalmente se quedaría corto. Cinco días después ya se contabilizaban más de 13.000 casos de coronavirus en España. 

Un operario de limpieza pasea en solitario por las calles de La Laguna durante el confinamiento de 2020.

Un operario de limpieza pasea en solitario por las calles de La Laguna durante el confinamiento de 2020. / Delia Padrón

Un día de expectación

Aquel 13 de marzo de 2020 el mundo quedaría expectante sobre qué comprendería este decreto del estado de alarma, tanto por desconocimiento como por la propia idiosincrasia de la emergencia. Se empezaba a rumorear un posible confinamiento de la población. Al fin y al cabo había sido la tónica en China, donde el virus llevaba más de tres meses causando estragos. El estado de alarma, recogido en el artículo 116 de la Constitución por sí solo no comprende ninguna medida adicional, salvo centralizar el mando frente a la dispersión territorial. 

Entre las posibilidades estaba la limitación de personas y circulación de vehículos, requisas temporales de todo tipo de bienes o atender a desabastecimientos de productos de primera necesidad. También se podría racionar los o limitar el uso de servicios y consumos de estos productos e intervenir y ocupar industrias y fábricas, de manera transitoria, a excepción de los domicilios privados. 

Aquel mismo día la población canaria empezó a prepararse para permanecer en casa una temporada. Con las clases suspendidas y las cuarentenas puntuales en algunas empresas, muchos canarios vieron cerca la posibilidad de un encierro, aunque nunca se imaginaron que duraría más de 15 días. La desesperación y el miedo que causaba el enfrentarse a una nueva crisis mundial, se reflejó en las estanterías de los supermercados que cada vez estaban más vacías. Pese a que el suministro estaba garantizado, la afluencia era tan alta que impedía recargar las estanterías a tiempo para los siguientes clientes. 

Los sanitarios del HUC realizan un homenaje durante el confinamiento de 2020

Los sanitarios del HUC realizan un homenaje durante el confinamiento de 2020 / Delia Padrón

El confinamiento

El sábado volvería la voz de Pedro Sánchez a la sobremesa. «Las medidas son drásticas y van a tener consecuencias», advirtió el presidente tras seis horas de intenso Consejo de Ministro. Y lo eran. A partir del lunes 16 de marzo 46 millones de españoles estarían obligados a quedarse en casa. Solo podrían salir para trabajar cuando no pudiera hacerlo desde casa, para comprar comida o medicamentos, para acudir a los centros sanitarios o cuidar a personas mayores y dependientes. Los primeros 15 días de encierro se prorrogaron por otros 15 y así, sucesivamente, hasta que pasaron tres meses.

El encierro dejó una huella imborrable y fue tan solo el principio de las consecuencias de una pandemia mundial incontrolable. Ante la imposibilidad de frenar el virus llegaron las mascarillas, el distanciamiento social y el lavado de manos. Más tarde, las restricciones que afectaban al número de personas que podían estar juntos en un lugar, el toque de queda y los aforos limitados. La sociedad cambió. Una parte se hizo más hosca y huraña por el miedo al contagio, mientras la otra buscaba cualquier resquicio legal para seguir abrazando y sintiendo cerca a sus seres queridos. 

Las vacunas llegaron a finales de ese terrible año 2020, con la promesa del fin de la pandemia que, sin embargo, no empezaría a dar signos de agotamiento hasta dos años después. 2021 fue el año de la esperanza, pero también del auge de los movimientos antivacunas, de la aparición de los problemas de salud mental y de los reproches. Murió más gente que el año anterior, los contagios se dispararon y las medidas se relajaron. En 2022 se vio la luz al final del túnel pero la covid seguía dando coletazos de furia en cada nueva oleada. 

Tres años después del confinamiento el uso de mascarillas no es más que el recuerdo de un mal sueño. La covid se ha convertido en una enfermedad de obligada convivencia. 1,8 millones de canarios se ha vacunado con una dosis, 1,7 millones con dos dosis y un millón con tres. La gravedad del virus es menor, aunque deje tras él una alargada sombra. Los afectados por las variopintas secuelas de la covid son unos de los grandes retos del sistema sanitario y las muertes son menos, aunque no cero. Hoy, lejos queda ya aquel terrible marzo de 2020 que, sin embargo, dejará marcas de por vida en cada uno de los canarios.

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