Algo más que un once para once

El güimarero JoséCarlos Guerra Cabrera analiza en ‘Güímar en el fútbol de Tenerife (1943-1955)’ las claves que determinaron la supremacía del deporte rey en las Islas

José Carlos Guerra Cabrera (1947, Güímar), en su residencia de Bajamar, en el municipio de La Laguna.

José Carlos Guerra Cabrera (1947, Güímar), en su residencia de Bajamar, en el municipio de La Laguna. / Carsten W. Lauritsen

Que La Laguna ofrezca terrenos para construir un estadio en el que el CD Tenerife juegue sus partidos como local no es algo nuevo. Con algunos matices que tocaremos un poco más adelante, un hecho tan «convulso» como ese aparece reflejado en las páginas de Güimar en el fútbol de Tenerife (1943-1955), un libro que lleva la firma del filólogo y filósofo José Carlos Guerra Cabrera (1947, Güímar) en el que se hacen visibles las luchas intestinas que se sucedieron durante la posguerra por lograr la supremacía del deporte rey en Canarias. El relato es algo más que un once para once. En sus capítulos se describe con minuciosidad el tortuoso tránsito del viejo fútbol al modelo que conocemos en la actualidad: ¿Por qué en Tenerife no fraguó el proyecto de buena vecindad que dio origen a la fundación de la UD Las Palmas?

Esa es una de las cuestiones que Guerra Cabrera analiza en un trabajo inundado de dificultades, no solo las derivadas de las precarias condiciones para moverse entre islas después de la Guerra Civil, sino las «traiciones» que se sucedieron antes de que se consolidaran los cimientos del CD Tenerife que conocemos en 2023.

Dos reinos de Taifas. Ese era el escenario futbolístico que existía en el Archipiélago como legado de los años 30 y 40. Todo giraba alrededor de la Primera Categoría y de dos islas:Tenerife y Gran Canaria. Aquí el bacalao lo cortaban el Price [barrio de Salamanca y parte alta de la Rambla], el Iberia [barrio del Toscal y parte baja de la Rambla], el Real Unión [calle San Sebastián y barrio del Cabo] y el CD Tenerife, que se había hecho muy popular entre los núcleos más pudientes de la capital, es decir, unas zonas próximas a la Plaza Weyler, la Plaza Militar y las calles Méndez Núñez y Castillo. La pieza que faltaba para completar el puzzle jugaba como local en La Manzanilla de La Laguna: el Real Hespérides. En Gran Canaria, por su parte, dos eran los núcleos dominantes esos años. Uno era el Marino, asentado en Las Palmas, y el otro el Real Victoria, que cobró fama en el Puerto de la Luz.

Un Güímar campeón

Guerra Cabrera activa esta publicación a partir de un Campeonato de Canarias de Primera Categoría conquistado por el Güímar (1955) que pasó de puntillas por la historia del fútbol canario. «Me llamó la atención la poca importancia que se dio a aquella gesta», precisa sobre un hito que pellizcó algo de su infancia: «Yo me vine [al área metropolitana] con 13 años, pero nunca me fui del todo», comenta sobre unos encuentros organizados el segundo martes de cada mes al que acudían un puñado de amigos de la niñez. «En una de esas reuniones hablamos del asunto y llegamos a la conclusión de que aquel equipo había logrado algo histórico [en el capítulo 3 se toca todo lo relativo a la afición a este deporte que creció en el Valle de Güímar] que la historia no reconoció y está en estas páginas... Yo quise ir más allá y hablo de cómo llegó el fútbol canario a la elite nacional», abrevia José Carlos.

El aislamiento con la Península, ni Los Rodeos ni Gando disponían de vuelos regulares para unir Canarias con la España continental, generó muchas heridas entre los clubes que aspiraban a algo más. «El deseo de militar en una competición nacional era latente, pero las barreras geográficas solo posibilitaban organizar una competición local», aclara Guerra Cabrera.

El Real Hespérides dominó cuatro de las diez ligas de Primera Categoría insular que se disputaron en los años 40 por delante del CD Tenerife (2), el Iberia (2), el Price (1) y el Real Unión (1). La hegemonía de los de Aguere se concentró en el segundo tramo de esa década. «Era evidente que había que buscar el enfrentamiento con los mejores de Gran Canaria para ponerle un poco de picante al tema», rescata el autor del libro, antes de revelar los sufridos traslados marítimos, a bordo del correíllo de la naviera Transmediterránea, que se afrontaban en la segunda parte del torneo. Las travesías eran interminables [salían desde el puerto de Santa Cruz o de Las Palmas el sábado por la noche y llegaban a su destino el domingo], pero esa era la única fórmula viable para que los más poderosos midieran sus fuerzas. Ese pulso fratricida entre el campeón tinerfeño y grancanario lo ganaron con rotundidad los segundos: el Marino y el Real Victoria se llevaron el gato al agua las ocho veces que se organizó. También se montaron cruces a doble partido entre selecciones con los mejores futbolistas de Tenerife y GranCanaria. Eso sí, en la liguilla interregional [la competición tenía muchos apartados y era extremadamente lenta], el palmarés se inclinó a favor de los equipos tinerfeños: CD Tenerife (3), Real Hespérides (1) y CD Price (1) frente a la resistencia espartana del Real Victoria, que sumó los mismos títulos que los blanquiazules (3). A pesar de los miles de kilómetros que separaban Canarias de la Península, las sociedades más pudientes del país eran conscientes del potencial de algunos futbolistas isleños y no dudaron en cerrar los primeros fichajes: Luis Molowny (Real Madrid) y Alfonso Silva (Atlético de Madrid) siguieron los pasos de Ángel Arocha, traspasado al FC Barcelona antes de que estallara la Guerra Civil. El fútbol insular dio un giro de 180 grados cuando se abrieron los vuelos regulares desde Los Rodeos y Gando con Madrid.

La lucha por llegar a la elite

«Las presiones de las federaciones canarias para que uno de sus representes compitiera en categoría nacional fueron en aumento, pero la Federación Española de Fútbol no cedió», remarca Cabrera Guerra sobre un cambio de modelo que era inevitable. Y es que no fue hasta la temporada 1949-50 cuando la FEF aceptó una propuesta consistente en una liguilla a doble partido entre seis clubes (dos campeones y subcampeones de dos campeonatos de Tercera División y un representante de la provincia de Santa Cruz de Tenerife y otro de la de Las Palmas de Gran Canaria) que tenía como gran recompensa el desembarco en la Segunda División Nacional de los dos primeros clasificados.

«Los vuelos regulares con Madrid fueron una revolución, pero aún había que resolver un problema: quién tendría el privilegio de representar a su provincia en ese intento de asalto de categoría», aviva el tinerfeño sobre un periodo que favoreció los intereses de la provincia oriental. Otra vez el pleito insular cobraba su máxima dimensión. Aquí el CD Tenerife hizo valer su poder económico [contaba con el respaldo de empresarios influyentes] para empezar a marcar el paso como el representativo de la Isla, mientras que en territorio grancanario todos remaron a favor de la fundación de la UD Las Palmas. Las primeras consecuencias de aquellas decisiones no tardaron en llegar: los amarillos quedaron segundos en la liguilla de 1950 y subieron a Segunda. Los blanquiazules, en cambio, fueron colistas y eso abrió una brecha deportiva y social que aprovechó la Unión Deportiva Tenerife. «Mientras la UD Las Palmas supo unir a sus mejores clubes, aquí se desató una guerra», aclara José Carlos Guerra Cabrera.

Como alternativa al desastre del CD Tenerife, o quizás en respuesta al éxito grancanario, se dio forma a la UD Tenerife, que no tardó demasiado tiempo en ganarse la complicidad del Iberia, Price, Real Unión y, sobre todo, delReal Hespérides. A pesar de que el Club Deportivo Tenerife parecía ser la única entidad de la Isla con capacidad de afrontar cuatro desplazamientos a la Península, la réplica de la UD Las Palmas (UD Tenerife) se hizo con los apoyos financieros necesarios para viajar a tierras peninsulares y a punto estuvo en 1953 de culminar su sueño: tres años después de su creación se cruzó con el Levante en una eliminatoria final por subir a Segunda. Aquí solo pudo ganar uno a cero [tiró varios balones al palo y falló un penalti] y en tierras valencianas cayó por 3-1, con un polémico penalti que alejó a los chicharreros [más tarde se mudaron a La Laguna] de militar en una categoría inferior a la de la UD Las Palmas.

Con los amarillos en la elite nacional [las crónicas apuntan que el Insular recibió a miles de seguidores tinerfeños en el partido decisivo ante el Málaga] se llegó a plantear la posibilidad de que la UD Las Palmas fuera el representante de Canarias en Primera División e, incluso, hubo rumores que apuntaban que podía alternar su sede canaria (Gran Canaria - Tenerife ). pero que no pasaron de ahí. «Las Palmas logró aglutinar el cariño de muchos tinerfeños», desvela Guerra Cabrera «que ahora se sentían más cerca de la UD Tenerife que del CD Tenerife», añade.

Cambio de estrategia

El CD Tenerife tenía claro que el rival a batir era la UD Tenerife y optó por la estrategia de Los inmortales, es decir, «solo puede quedar uno». Todos sus esfuerzos los concentró en una propaganda consistente en que «era la única opción de representar a Tenerife en un calendario futbolístico nacional». De hecho peleó mucho para que la Federación Tinerfeña de Fútbol impidiera jugar a un equipo con aspiraciones a ser grande en un campo que no fuera de hierba [el césped llegó al Heliodoro en 1952]. La medida estaba claramente dirigida a dejar en fuera de juego a la UD Tenerife, pero no tuvo en cuenta una maniobra del Real Hespérides: los laguneros renunciaron a competir en Primera Categoría y cedieron sin resistencia las instalaciones de La Manzanilla a la UD Tenerife.

«Aquella decisión generó mucho ruido en la sociedad porque, entre otras cosas, existía la posibilidad real de que el equipo que acabara representando a Tenerife en una liga nacional jugara como local en La Laguna», exalta José Carlos en una fase de la conversación en la que ya se divisa la promoción de ascenso que jugó el CD Tenerife con el Orihuela (1952). A la tercera fue la vencida. Aquel cruce lo ganaron los blanquiazules y el salto a la competición nacional alivió el conflicto entre los dos Tenerife. Ahora sí, se buscaron los anclajes necesarios para que todos fueran en la misma dirección. Fue en diciembre de 1952 cuando se celebra una cumbre secreta entre el Gobernador Civil, Carlos Arias Navarro, y los presidentes delCD Tenerife, Imeldo Bello, y de la UD Tenerife, Vicente Álvarez. El contenido de la misma no se difundió en su totalidad, pero al día siguiente los periódicos celebraron el encuentro con un enorme titular. «Fusión». Las aficiones de los clubes se sintieron traicionadas y las negociaciones para fundar el Club de Fútbol de Tenerife no llegaron a buen puerto y cada uno siguió su camino...